Urgen mejores controles migratorios

No soy xenofóbica. Aclaro esto antes de que se me acuse de chauvinismo, por manifestar mi pensar y el de muchos panameños en esta opinión.

El control migratorio se ha convertido en una necesidad real e imperiosa en nuestro país. En los últimos años hemos visto cómo una descontrolada invasión de inmigrantes se ha instalado aquí en busca de una mejor calidad de vida. Según datos del Servicio Nacional de Migración de Panamá, en el último quinquenio se legalizaron más de 72 mil personas y se expidieron más de 40 mil permisos de residencia y trabajo a extranjeros que se han establecido de forma temporal o permanente. Muchos de ellos poseen visa de turista y una vez dentro del territorio nacional cambian su estatus migratorio. Las naciones que generan más inmigrantes son: Colombia, Venezuela, República Dominicana y Nicaragua.

En Panamá las leyes de inmigración son abiertas y flexibles. Fenómeno que impulsó el programa Crisol de Razas, creado en la administración del expresidente Ricardo Martinelli.

Mientras que países desarrollados, como Brasil, Canadá, Australia, Nueva Zelandia, etc. tienen políticas de inmigración selectiva, el nuestro prefirió abrirle las puertas a toda clase de extranjeros, sin visa y sin que importara su solvencia económica. Esto, más que un evento favorable para contribuir con el crecimiento económico genera algunos efectos negativos, porque muchos de los que se benefician de estas legalizaciones son personas que poco pueden aportar al progreso del país, mientras que a otras se les relaciona con el mal vivir y traen consigo nuevas modalidades delictivas.

No nos oponemos a que esta nación reciba a inmigrantes, pero debe hacerse con mayores controles y selectividad, considerando los méritos de quienes buscan legalizarse. Sin duda, la inmigración indiscriminada perjudica a numerosos nacionales y se manifiesta en hechos concretos, por ejemplo, contribuye al colapso de los sistemas sanitarios, educativos y de transporte; desplaza la mano de obra local, simple o calificada (soy testigo de que algunos puestos de trabajo los acaparan extranjeros –a pesar de que hay panameños capaces– por una menor oferta salarial y la evasión del pago de obligaciones patronales); introduce nuevas prácticas delictivas; incrementa el costo de la vida; produce un aumento poblacional –no por nacimientos nativos– que supone una carga para el Estado, porque debe disponer más recursos para prestarle los servicios básicos, y algunos de ellos también reciben ciertos subsidios (beca universal) en detrimento de estudiantes panameños.

El proyecto de ley 62, entre cuyos objetivos está la eliminación del programa Crisol de Razas, lejos de tener un tufo xenofóbico procura que haya una mayor seriedad en los controles de ingreso de extranjeros al país. El Estado debe velar para que los ciudadanos de este país sean productivos y mejoren su calidad de vida. Es injusto que se les reduzcan las oportunidades laborales a la vez que se encarece la vida y se saturan los sistemas públicos y que, además, tengan que soportar infortunadas ofensas a través de las redes sociales.

Es inaceptable que grupos de “no nacionales” le exijan a las autoridades panameñas que intervengan en los asuntos internos de sus respectivos países de origen. Además, es abusivo que grupos de extranjeros pretendan influir en nuestros procesos electorales –tal cual sucedió en las pasadas elecciones– manifestando su abierto apoyo a determinados excandidatos o buscando perjudicar a otros (recordemos el caso del grupo de jóvenes detenidos por el trabajo sucio durante el cierre de campaña del actual presidente).

Por otra parte, durante la discusión del mencionado proyecto de ley 62 en la Asamblea Nacional, las declaraciones de la diputada Zulay Rodríguez Lu se tergiversaron, al punto de que la Cancillería colombiana elaborara una carta de rechazo a las supuestas declaraciones discriminatorias contra colombianos.

Sobre este particular, es innegable calificar de “escorias” a aquellas personas que delinquen en otros países. Cuando se vive o se está de visita en otra tierra, se debe respetar las leyes, las costumbres, a los nacionales y tener un comportamiento ejemplar. Si no se es capaz de ello, es mejor regresar a la tierra natal y no importunar a quienes sí tienen el derecho legítimo de estar aquí.

 

Delincuentes redomados

Los actos de corrupción en que incurrió el magistrado separado Alejandro Moncada Luna son apenas una ínfima muestra de lo actuado durante el pasado régimen. Gracias al nuevo gobierno, ahora se empiezan a investigar los ilícitos y a sancionar a los responsables, de acuerdo lo que estipula el sistema penal.

Es cierto que el sistema jurídico, según está estructurado, tiene problemas por razón del amiguismo y la complicidad. Sin embargo, confío en que no faltará voluntad para lograr que se apliquen penas severas, conforme a la gravedad de lo actuado. En el caso del magistrado separado, es de suponer que si las autoridades analizan el largo rosario de delitos que cometió, obtendrán un listado de involucrados a medida que vayan profundizando las investigaciones y consideren todos los elementos en juego.

Es importante que la sociedad, en general, no se quede cruzada de brazos ni se muestre conforme con lo que digan los investigadores en cada caso. Debemos exigir que ellos agoten todas las pesquisas hasta llegar a los cómplices ocultos, y además que se reintegre al tesoro nacional el patrimonio mal habido.

Da lástima ver, por decir lo menos, el estado en que se encuentran muchos centros educativos, al punto de que el Ministerio de Educación ha retrasado el inicio del año escolar en varios planteles durante el tiempo que se hagan los arreglos necesarios. En tanto, la exministra del ramo Lucy Molinar enfrenta una denuncia de la Asociación de Profesores de la República de Panamá por posibles irregularidades en el contrato para la construcción de 30 aulas a un costo de $3.8 millones (La Prensa, 10/2/2015).

Hechos similares vemos en otros ámbitos. En el sector salud, por ejemplo, se vivió un desastre, porque a los pacientes no se les brindaba buena atención ni siquiera los medicamentos que requerían. Por esa causa, la cifra de fallecimientos aumenta cada día. Tampoco se salvó la Caja de Seguro Social (CSS), cuyos funcionarios le dieron la espalda a las dolencias de los asegurados, con la excusa de carencia de recursos económicos y amagando con otras medidas antihumanas relacionadas con el manejo de la cuota obrero-patronal. Además, hasta el momento ni el gobierno ni la CSS han encontrado una fórmula justa que permita un ajuste salarial razonable a los jubilados.

El punto es que la abundante información relacionada a los malos manejos durante la pasada administración de gobierno debe impulsar a los ciudadanos a incorporarse, con civismo, a la lucha por el adecentamiento de la sociedad, en procura de que todos esos delitos no queden impunes. Por último, destaco la labor de la prensa libre que ha sabido desenmascarar a los bandoleros de cuello blanco.

 

Todos somos iguales

En días pasados leí una información de la periodista Aminta Bustamante quien, con claridad y elocuencia, narró el bochornoso debate del proyecto 62 sobre el llamado “Crisol de razas”, y cómo los xenófobos de turno –con el odio reflejado en sus pupilas– volvieron a arremeter contra los extranjeros y panameños nacionalizados. Esto en contubernio taimado con quienes ese día solo dejaron pasar a las turbas irresponsables y le prohibieron la entrada de aquellos que no apoyaban sus irresponsables pronunciamientos.

Con la bandera del supuesto nacionalismo, dejaron ver con claridad sus verdaderas intenciones, su falta de amor al prójimo, su chovinismo y su mentira. Si de veras odiaran tanto al extranjero no lucirían las prendas ni las ropas importadas que usan; se trasladarían a pie pues los suntuosos vehículos que conducen se fabrican en otros países; no harían viajes de vacaciones al exterior; no comprarían ningún producto que no sea del país, etc. etc.

Panamá tiene claras leyes migratorias y de todo tipo. ¡Háganlas cumplir! Y desaparecerán los delincuentes extranjeros y nacionales. ¿Qué posible turista digno visitaría el país con esta propaganda tan bien montada contra el foráneo?

La xenofobia no es más que una variante del racismo y del fascismo. No podemos darnos el lujo de insultar y despreciar a la gente que nació fuera de nuestras fronteras, porque en todo tiempo, pero más en el mundo actual, “todos necesitamos de todos”.

Imaginen, por un momento, que los pueblos y gobiernos pensaran igual que estos xenófobos: ¿A quién le exportaríamos los productos nacionales? y, sobre todo, ¿a quién le importaríamos las prendas, la ropa, los autos, las medicinas, los electrodomésticos? … Aun estaríamos en la edad de piedra.

Por fortuna, aunque hacen daño y confunden a mucha gente, los xenófobos son unos pocos y se conocen bien. Esperamos que los gobiernos no les sigan el juego.

Ojalá nunca tengamos que padecer una catástrofe natural severa o una pandemia generalizada, como ha ocurrido en otros países con el ébola, por ejemplo. De ocurrir, entonces clamaríamos ayuda a nuestros “hermanos extranjeros”. Esta última reflexión la dirijo al pueblo más humilde que, por ignorancia, le ha seguido el juego a estos “honorables señores y señoras”, pues ellos, en caso de suceder esa desgracia volarían de inmediato al extranjero (que hoy desprecian), porque tienen los medios para hacerlo.

Para concluir, quiero que todos los confundidos, o no, recapaciten sobre lo siguiente: Recuerden que absolutamente todos los seres humanos procedemos del mismo lugar, es decir, de las entrañas de nuestras queridas madres, sean blancas, negras, mestizas, amarillas o rojas, pero madres al fin, y que como tales merecen respeto y cariño.

 

Hay que perdonarla, diputada

La descomedida intervención de una diputada del Partido Revolucionario Democrático, con el ánimo de liquidar el programa de regulación migratoria Crisol de Razas, abre la oportunidad de reflexionar.

Los presos colombianos no suman más de 800, la mayoría de ellos por narcotráfico, y de ese total están en posibilidad de repatriación casi la mitad, según las estadísticas que manejan ambos países a raíz del Tratado de Repatriación, que Colombia ha incumplido.

Un informe de abril de 2014 del Sistema Penitenciario Nacional de Panamá, señaló que aquí había más de 14 mil 600 detenidos en 22 centros carcelarios, con una sobrepoblación de 7 mil personas.

Y que en cárceles, como La Joya, el hacinamiento alcanzaba el 130%, con cuadros dramáticos, porque hasta 11 personas dormían en una celda de 18 metros cuadrados. A la fecha no parece que las cifras hayan variado significativamente.

El escritor Carlos Fuentes, en un ensayo, Los próximos quinientos años comienzan hoy, a propósito de los debates por la celebración de los 500 años del descubrimiento de América (1992), afirmó: “El mundo por venir será como lo ha sido el nuestro, un mundo de mestizaje, y migraciones, pero esta vez instantáneas, no en carabela sino en jet”. “Todos, en las Américas, llegamos de otra parte, desde los primeros hombres y mujeres que cruzaron el estrecho de Behring hace 30 mil años, hasta el último trabajador migratorio que anoche cruzó la frontera entre México y Estados Unidos, pasando por esos ilustres indocumentados, los puritanos ingleses, que desembarcaron en Massachusetts, sin visas, en 1620”.

Fuentes vaticinaba: “En el siglo XXI veremos migraciones en masa de Oriente al Occidente y será el gran tema del siglo venidero”. Ya en el siglo XXI, es el gran tema.

¿Pueden la xenofobia, la cultura de la segregación y la exclusión ser soluciones?

No. Y menos si el tratamiento discriminatorio empieza con los vecinos.

A la diputada hay que perdonarle su ignorancia. Por ejemplo, un sector importante y populoso como San Miguelito, ha sido víctima social de los desplazamientos internos de campesinos atraídos por el espejismo de la gran ciudad, la ausencia del Estado, la exclusión y el poder corruptor de la politiquería.

La inseguridad, el sicariato y la pobreza no se importan. Se viven. Esto ocurre porque hay condiciones para su alimentación y para que las sociedades se degraden de forma acelerada.

Los pobres colombianos llegan a buscar oportunidades. Son trabajadores, salvo esa porción de indeseables que arrastran las migraciones, y que se neutralizan con trabajo de inteligencia y seguridad entre Panamá y Colombia, y entre Panamá y otros países.

Ojalá, como dijo el propio Fuentes, el inmigrante moderno encuentre su padre, Bartolomé de las Casas, y sea defendido por su padre Francisco de Victoria. “Los pueblos de Iberia y de América hemos sido grandes cuando practicamos una cultura de inclusiones. Cuando excluimos nos empobrecemos y cuando incluimos nos enriquecemos”.

Diputada, la inclusión enriquece además porque aporta muchísimo, aunque no siempre sea en dólares.

 

Acerca de los futuros constituyentes

El compromiso gubernamental del llamado a una asamblea constituyente paralela debe arrancar a mediados de este año, aunque el presidente Juan Carlos Varela ha señalado que “todo va a depender del ambiente político en el que esté el  país, del nivel y consenso de diálogo”, pues no ve la constituyente como una competencia democrática. Estas posiciones se pueden fundamentar en el evidente desapego social hacia la necesidad de un proceso constituyente. Nadie ve a la sociedad, en general, pedirlo; solo algunos grupos organizados, que más que todo buscan un proceso originario, como si tal cosa dependiera del Presidente. No obstante, este desapego social no le resta relevancia a la imperiosa necesidad de un ejercicio político nacional que nos brinde la oportunidad de establecer las bases de una nación con verdadero estado de derecho.

No obstante, suponiendo que el consenso previo se logre y que los actores sociales y políticos demuestren interés y compromiso con el llamamiento a una constituyente paralela, uno de los tópicos a considerar es el de los requisitos para la selección de los constituyentes que la conformarán, quienes según el Art. 314 de la Constitución, serán 60. Acerca de su elección la Constitución deja su reglamentación al Tribunal Electoral (TE). Esto es una seria falencia, pues al menos se debieron establecer los requisitos mínimos.

Sabemos que el TE lleva meses trabajando un proyecto de reglamento que será presentado a los partidos políticos y la Comisión de Reformas Electorales. En este sentido, no cabe duda de que está por abrirse un gran debate, sin embargo, es fundamental que con la debida previsión, aportemos a la definición de un perfil que garantice que los mejores hombres y mujeres panameños lleguen a ese sitial, para que representen no los intereses del pueblo, como se tiende a argumentar, sino las aspiraciones de la nación panameña.

Propongo que sean panameños (as) por nacimiento, con edad mínima de 30 años, con título universitario o cursando dichos estudios. No podemos restringir esto solo a los abogados o politólogos, una constituyente es abierta y los miembros armarán equipos de asesores, en los que habrá profesionales del derecho y otras disciplinas.

Deben ser ciudadanos (as) en ejercicio de sus derechos civiles y políticos; no haber sido procesados por delito alguno, ni condenados (requerimos personas probas en todos los aspectos).

Tampoco deben haber ocupado cargos de elección popular en los pasados tres períodos presidenciales (1999, 2004, 2009), ni cargos de mando o jurisdicción en esos períodos. ¿Por qué?, porque se debe evitar que el conflicto de interés moral y político afecte el proceso. No es que quiera incluir en una sola bolsa a todos, pero existe mucho descontento debido a la gestión de muchos funcionarios que ocuparon cargos de envergadura, y lo mejor es no dar paso a una deslegitimación previa del proceso.

Sumado a lo anterior, propongo que el constituyente no tenga parentesco, dentro del segundo grado de consanguinidad y primero de afinidad, con el Presidente de la República ni los diputados de la Asamblea Nacional y, por supuesto, que sea residente, con al menos tres años previos a la postulación, en la circunscripción que el TE determine como base para su escogencia.

Los ciudadanos debemos prestarle atención a este tema y aportar a tiempo, si es que de verdad aspiramos a que las curules constituyentes sean cubiertas por mujeres y hombres comprometidos con la nación y sus aspiraciones.

 

Delincuentes redomados

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Apreciaciones tras la condena al magistrado separado

La Asamblea Nacional es una cajita de sorpresas. Así como propuso la ley del “bono” para los gorditos” o una ley “antipiropos”, en el caso penal que le seguía al magistrado separado de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) Alejandro Moncada Luna, fue capaz, en tiempo récord, de alcanzar un acuerdo político “no compatible” con el deseo de justicia de grandes sectores de la sociedad, pero apegado a la legalidad, al amparo de las normas y los procedimientos del sistema procesal acusatorio.

Tal vez debamos aceptarlo, por tratarse de un caso en el que se logró justo lo posible, en función al prestigio de sus protagonistas principales, o al divisionismo del Legislativo, pues queda la impresión de que, a fin de cuentas, Moncada Luna terminó siendo sacrificado como “chivo expiatorio”.

No veo, a corto plazo, en el horizonte otro caso en que la Asamblea Nacional, en ejercicio de sus funciones judiciales, le toque hacer justicia.

Desde todo punto de vista, sería una lástima, pues con la experiencia que alcanzó el fiscal y el tribunal de garantías, podríamos tener la seguridad de que “al que sienten en el banquillo de los acusados, terminaría encarcelado”. Con todo y las críticas, con esta actuación la cara de la Asamblea quedó lavada, en parte.

Contrario a lo que muchos pudieran opinar, creo que es posible realizar un juicio político justo. Con la aplicación de la ley penal, en el ámbito de la justicia ordinaria, se ponen en movimiento poderosos resortes políticos, que son los que al final justifican el horror del sistema penitenciario.

En la actividad de administrar justicia, la fórmula que se aplique la fija antes el legislador. Así pues, el juzgador que ejerce “la autoridad” necesaria solo se limita a aplicarla al caso concreto, con el riesgo de caer en abusos y arbitrariedades, si supera lo parámetros legales establecidos.

El acuerdo en mención no puede impedir la intervención de la jurisdicción especial de cuentas, espacio en el que la administración tiene como principal función perseguir las lesiones patrimoniales, imponiéndole al presunto infractor el decomiso de los bienes “mal habidos” como sanción. De modo que la sanción que la Asamblea le imponga a Moncada Luna, recaerá sobre los actos u omisiones que lesionaron o pusieron en peligro los valores jurídicos protegidos por la norma penal. No hay irrupción en el espacio de otro órgano del Estado, si la autoridad dispusiera que la lesión patrimonial provocada debe ser remitida a la Fiscalía de Cuentas para el deslinde de la responsabilidad correspondiente.

El acuerdo que se alcanzó, en este caso, es legalmente justo. La decisión de recuperar el patrimonio estatal despojado, escapa de la competencia de la Asamblea Nacional y al acuerdo alcanzado.

 

Financial Pacific

Los entresijos del caso conocido como Financial Pacific ameritan cada vez más una investigación profunda y altamente profesional. Es absolutamente necesario conocer toda la verdad de cómo se logró burlar el sistema y la participación de funcionarios y particulares para encubrir una de las tramas financieras más oscuras de los últimos tiempos en nuestro país. Todo indica que información de la Superintendencia del Mercado de Valores (SMV) fue utilizada inescrupulosamente para beneficiar intereses privados. Ayer, el Ministerio Público, en un vuelco significativo de la investigación, procedió a la detención del exjefe de Supervisión de la SMV, Ignacio Fábrega De Obarrio, querellado por la propia SMV. Ojalá esta nueva etapa en las sumarias encuentre la colaboración de los involucrados y el esclarecimiento de los hechos para que se puedan deslindar las responsabilidades y nuestro sistema de salvaguarda del Mercado de Valores recupere su prestigio. Al mismo tiempo, que todas estas diligencias que apenas se inician, y que solo revelan que las anteriores autoridades de Ministerio Público no fueron eficientes en su desempeño, produzcan los resultados que permitan esclarecer la otra parte pendiente de este caso que los muros de nuestra ciudad reclaman con ruidoso silencio: ¿Dónde está Vernon Ramos?

El acuerdo Moncada Luna-González

Una gran expectativa generó el procesamiento criminal al magistrado separado Alejandro Moncada Luna Carvajal, por los delitos de enriquecimiento injustificado, falsedad de documentos, blanqueo de capitales y corrupción.

La noticia de un acuerdo entre el imputado y la fiscalía, representada en la figura de Pedro Miguel González, en el que Moncada Luna se declara culpable de los delitos de enriquecimiento injustificado y falsedad de documentos, con una sanción de 60 meses de prisión, como pena principal y penas accesorias de inhabilitación para ejercer funciones públicas, por igual período, y el decomiso de dos apartamentos, constituye un hecho sin precedentes y de suma importancia en el adecentamiento de la democracia, en nuestra opinión. Sin embargo, abre el compás para el necesario y obligante debate sobre la funcionalidad o disfuncionalidad del sistema, es decir, si el mismo es eficaz y adecuado a sus fines. En el caso que nos ocupa, si la Asamblea Nacional es apta para ejercer la delicada función de administrar justicia.

Se ha mencionado que entre las consideraciones que llevaron al fiscal designado a proponer un acuerdo al justiciable, como método de solución alterno a la justicia penal, jugó en contra el hecho de que, pese al caudal probatorio en el que sustentaba su teoría del caso, no contaba con los votos suficientes de las dos terceras partes de la Asamblea Nacional, necesarios para obtener un veredicto de culpabilidad en contra de Moncada Luna.

Si tomamos en cuenta que el referido acuerdo no tiene como elemento legitimador, la colaboración del procesado en el desarrollo de las investigaciones ni el arrepentimiento del procesado ni la concurrencia de alguna circunstancia atenuante del delito; pareciera que cobra vigencia la tesis sobre la posible insuficiencia de votos para lograr un veredicto de culpabilidad, debido a que algunos miembros de la Asamblea Nacional como instancia judicial, similar a la institución del jurado de conciencia, cuyas decisiones se toman por la íntima convicción de la mayoría (en este caso calificada), decidieron no despojarse de sus lineamientos formales-abstractos, de naturaleza exclusivamente políticos, y obviaron asumir con pundonor la responsabilidad cívica e histórica de administrar justicia en nombre de la República y por autoridad de la ley.

Por otra parte, digamos que la posición inicial de seguridad y hasta de desafío asumida por la defensa de Moncada Luna sucumbió ante la salida intempestiva del escenario político de los altos dignatarios de la pasada administración, estremecidos por la telaraña de denuncias e investigaciones por actos de corrupción, lo que es posible sembró dudas razonables –en la defensa del procesado– respecto del éxito de una estrategia de defensa enfocada en el manejo político del caso, lo que también llevó al procesado a optar por la aceptación del acuerdo.

Los anteriores extremos no hacen más que demostrar la disfuncionalidad del sistema, pues, si de lo que se trataba era de que la Asamblea Nacional ejerciera funciones judiciales de conformidad a lo previsto en el artículo 160 de la Constitución Política de la República de Panamá, entonces el debate debió plantearse en el plano jurídico-judicial y no en el político.

Si bien, el proceso al magistrado separado Moncada Luna y su desenlace constituyó un ejercicio interesante contra la corrupción, en mi criterio, no es suficiente. Pues, aun cuando, a nuestro juicio, la sociedad, ha mandado un mensaje “alto y claro”, digamos que, por ventura o fortuna, se obtuvo un resultado “aceptable”. Sin embargo, la aspiración de justicia, como función sensible y pretensión genuina de toda sociedad, no debe depender en lo absoluto de la suerte o el azar, ni de la política. De ahí la importancia de hacer funcionales las instituciones.

La justicia en Panamá

En este mi primer artículo de opinión deseo referirme a la justicia, algo esencial en la sociedad. Al respecto, hay un dicho que dice: “La justicia tarda, pero llega”. Y pareciera que Panamá, poco a poco, se asoma al cumplimiento de esa máxima popular. Pero es claro que eso se ha logrado gracias a los empujones de la sociedad organizada y del panameño de a pie, cansado de sufrir, pagar y cargar con las injusticias.

La profunda crisis institucional de la justicia panameña se caracteriza por el bajo nivel moral, ético y profesional de los encargados de impartirla de forma imparcial y en apego a las normas y leyes que rigen en el país. A lo largo del periodo republicano, las diferentes generaciones de panameños no han visto el ejercicio de una justicia verdadera, sino de tipo inconsecuente en cuanto al uso y aplicación de las normas y las leyes. Se puede decir que hasta ahora responde solo a intereses políticos y económicos y, en este oscuro y profundo escenario, se producen irregularidades. Por eso, como reza otro dicho popular: “solo al hijo de la cocinera se le aplica la ley”. Es decir, de acuerdo con el interés político y económico del momento, se logra que la balanza de la justicia se incline del lado de los que olímpicamente se burlan de las leyes, con el apadrinamiento de los jueces que deberían impartir fallos imparciales, transparentes y prístinos.

Uno de los síntomas más peligrosos de descomposición de una sociedad es cuando los ciudadanos dejan de creer en el sistema judicial y en los responsables de este.

La relación entre la justicia y la política en Panamá ha demostrado, a través de la historia, que responde a intereses económicos. En el pasado existía una clase oligárquica que se turnaba en el Gobierno, según sus propios intereses, y cumpliendo mandatos del coloso del norte. Hoy día, la clase política juega otro rol en el escenario, pero no ha cambiado mucho respecto a que la mayoría de los políticos buscan llegar al poder, ejercerlo y beneficiarse de él, en vez de contribuir al desarrollo y progreso económico y social del país. Es necesario que todos y cada uno de los panameños honestos, justos y decentes –que somos la mayoría– ejerzamos nuestros derechos y defendamos la justicia. No es posible que, año tras año, los políticos lleguen al poder amparados por personas con grandes intereses económicos y el favor de aquellos que no valoran su voto, pues eligen a gente sin principios ni escrúpulos.

En el escenario que vivimos hoy, en que por primera vez pareciera que la justicia cumple con su papel protagónico y esencial de llevar a las personas corruptas ante la majestad de los tribunales, es necesario que los encargados de aplicar las leyes sean elegidos por sus principios, integridad, honestidad, ética, además de sus conocimientos y trayectoria en la jurisprudencia.

Hay que acabar con la práctica que prevalece hasta ahora, cuando se designa a funcionarios que responden a los intereses económicos y políticos.

¿Cómo se ve a Panamá desde afuera? Según el informe del Índice de Estado de Derecho de 2014, del Proyecto Mundial de Justicia, aplicado en 99 países, Panamá aparece en el puesto 57 de ausencia de corrupción; en orden y seguridad ocupa al 62; en justicia civil, el 69, y en justicia criminal, el 65.

Esto confirma algo que todos los panameños ya sabemos, pero que a la vista de otros países revela lo mal que están nuestras instituciones, autoridades y funcionarios administradores de justicia, pues deja en evidencia que aquí impera la injusticia y la justicia acomodaticia a interés muy alejados de un estado de derecho.

Se puede decir que la diosa de la mitología griega Themis, que personifica la justicia divina de la ley, en Panamá, además de tener vendados los ojos para que no vea a dónde se inclina la balanza, es sorda, muda y padece de un cáncer metastásico del que solo un milagro la puede salvar.

Para que ocurra ese milagro es necesario que todos los panameños nos unamos, sin distingo alguno, y saquemos a la justicia de ese estado de “desahuciada” que sufre hoy día.