De La Pérdida Objetal Al Feminicidio

El llamado fenómeno del feminicidio suele ser explicado desde perspectivas socioculturales que remiten a que es producto de una sociedad en la que muchos hombres aprendieron, desde sus hogares, creencias machistas en torno a las relaciones de pareja, y que la mujer debe ser dominada y sometida por medios violentos, tanto físicos como psicológicos. Sin embargo, no se pueden obviar aspectos clínicos que intervienen en estas dinámicas. Uno de estos tiene que ver con la pérdida objetal (del amor).

La primera pérdida que experimenta el ser humano se remite al ambiente uterino. El cuerpo del feto está acoplado al cuerpo de la madre y, luego de un período, debe desprenderse de esa especie de plenitud biológica que le ofrece el cuerpo materno. Al hacerlo se enfrenta a una realidad a veces agradable, otras hostil, y su prematurez lo hará depender de la madre o el cuidador.

En los primeros meses experimenta una relación de presencia-ausencia con la madre. Tendrá atención y mimos en un momento y en otros, la ausencia de estos. En estos primeros estadios evolutivos lo instintivo será predominante hasta que el bebé se articule de forma progresiva al lenguaje.

Es decir, pase de ser un simple cuerpo biológico a un sujeto que habla y se adapta a las normas sociales y culturales.

Se dice que en el caso del varón, las pérdidas en una relación de pareja son más insoportables o producen mayor sufrimiento, considerando que el varón nace del cuerpo de una mujer y su primera relación es con este.

Es a partir de esa relación que el varón construye su ser y, hasta cierto punto, lo vuelve más dependiente a una mujer, cosa que no ocurre con las niñas, porque la relación primaria es homóloga (del mismo sexo).

Muchos de los actos violentos contra la mujer están activados por una pérdida objetal previa, o una separación que podría interpretarse como pérdida del amor de una mujer, lo que se vuelve insoportable para estos varones. ¿La razón? Hay que regresar el sujeto a sus vivencias más primitivas de su relación con la madre. Algo no procesó o no funcionó. De allí que ante la separación, la reacción narcisista sea la destrucción del objeto (asesinar a la pareja) o la autodestrucción del objeto interno (el suicidio).

En ciertos aspectos, los crímenes de varones que asesinan a sus exparejas se interpretan como un matricidio (asesinar a la madre) vía sustitución. El sujeto se podría encontrar en un estado límite esquizo-paranoide (en la línea de la locura), que lo vuelve altamente agresivo.

Debido a su incapacidad de procesar la pérdida, por vía sustitutiva (encontrando otra relación) o por otros mecanismos psicológicos sanos.

Aquí quisiéramos hacer la salvedad de que cuando el varón opera desde estas instancias, la ley no es suficiente para detenerlo. Pues ante la frustración y el sufrimiento que produce la pérdida o rechazo de la mujer, propiciado por su conducta anormal y violenta, el recurso arcaico es la agresión o destrucción.

El sujeto no funciona dentro de un orden simbólico, no está supeditado a una orden que diga: no lo hagas, pues funciona regresivamente, va a la acción, y recurre al homicidio, al suicidio o a ambos. Pues es con la ejecución o el acto que encontrará la forma de liberarse del sufrimiento o malestar subjetivo.

Hay que revisar las leyes en materia de protección a la mujer, pero sin perder de vista los componentes clínicos psicopatológicos que en estos casos conducen a un individuo a cometer este tipo de crimen.

La intervención no solo se debe limitar a la protección de la víctima, sino a la atención del potencial victimario, pues hay otros componentes clínicos que podría permitir predecir el grado de peligrosidad del sujeto, como son: rasgos de personalidad paranoide (desconfianza y celos excesivos), impulsividad–agresividad, historia de abusos o violencia doméstica en el hogar, así como componentes adictivos y antisociales.

La intervención de estos casos debe ser integral, y requiere la asistencia de profesionales de la salud mental que interpreten de manera precisa, tanto los signos, los factores intervinientes (externos), así como los mecanismos psicológicos que se pudieran tratar, tanto en la mujer (muchas veces dependiente psicológica), como en el hombre, con el fin de prevenir un feminicidio.

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