Panamá necesita más líderes y menos seguidores

Estamos en la era de pleno conocimiento, cada día que transcurre nos exigen mayor competencia-destreza en los trabajos, esto me lleva a pensar, en mi país Panamá ¿un líder nace o se crea? o ¿somos más seguidores?

El principio de nuestra vida se traduce en una serie de procesos que se enmarcan desde el instante biológico de ser fecundados, y con esto comienza nuestro ciclo de vida, por competencias, llegando como campeones o bien como líderes, la base del problema o la situación que nos está pasando, es que tanto en nuestros hogares como en los colegios estamos educando a seguidores, tenemos que cambiar ese modelo antiguo.

Estos factores son los que merman a nuestros futuros líderes del país; “los líderes no crean seguidores, crean más líderes”, Tom Peters”. La gran minoría de las personas opta por ser verdaderos líderes, pues no nos entrenan o no tomamos la iniciativa de desarrollar al máximo nuestro liderazgo. Por ello, debemos empezar nosotros mismos a descubrir todos nuestros talentos y explotarlos al máximo, todas aquellas cosas que nos apasionan y distinguen de los demás, estas deben ser nuestras fortalezas y oportunidades de éxito.

El talento son los dones; nuestras habilidades, destrezas, técnicas etc…Todo lo que utilizamos para crear, innovar y/o resolver problemas en todos los ambientes en los cuales nos desenvolvemos. “Los verdaderos líderes deben estar dispuesto a SACRIFICAR TODO, por la libertad de su pueblo”, Nelson Mandela.

El ser líder no es una tarea fácil de llevar, pero es una de las asignaciones donde haces tus sueños realidad.

Panamá está pidiendo a grito líderes con: Convicción de lo que debemos hacer, Compromiso con lograr nuestras metas y Carácter para enfrentar las dificultades que se nos presentarán en el camino. Estas 3C nos llevarán a un mejor futuro, tanto en lo profesional como en lo personal. Sí existe pasión, existen oportunidades de éxito.

“La excelencia de un líder se mide por la capacidad para transformar los problemas en oportunidades”, Peter Drucker.

Cumbre, ¿gasto o inversión?

Hay quienes piensan que los 15 millones de dólares que gastará el Gobierno en la VII Cumbre de las Américas, son un desperdicio de dinero.

La afirmación no deja de ser seductora. No fue hasta un reciente viaje a otro país que comprendí que la información proporcionada con motivo de la cumbre no había tomado en cuenta todos los aspectos del impacto de esta. Mi anfitriona me dijo: “El dinero no es el problema, pero no podemos organizar una cumbre como esa, porque no tenemos suficientes instalaciones y hoteles ni podemos garantizar la seguridad de tanta gente”.

Esa conversación me hizo clic. La explicación más frecuente que se hace del gasto gubernamental en la cumbre pareciera apuntar únicamente al inmediato “retorno económico”, como les encanta decir a los economistas. Así se mencionan los cuartos de hotel ocupados, los restaurantes utilizados, los carros alquilados, el gasto en comunicaciones y el shopping de algunas de las delegaciones. Y, claro, aquí viene el famoso “retorno” de los economistas, el Gobierno recuperaría en impuestos, por esos días de mayor ocupación de hoteles, restaurantes y ventas comerciales, algo de lo que gastó.

Ese, como dirían los economistas, es un enfoque de muy corto plazo. Como se desprendía del sabor amargo con el que mi anfitriona comentaba la incapacidad de su país, tres veces más grande en población que Panamá, de organizar una Cumbre de las Américas.

Otros países quisieran hacer lo que Panamá está haciendo, porque los beneficios económicos son enormes y van creciendo con el tiempo.

Pero antes de comentar los beneficios, a mediano y largo plazo, volvamos a los inmediatos. Se tiende a pensar que la cumbre es únicamente tema de jefes de Estado y grandes empresarios y, por tanto, de ocupación de hoteles y restaurantes de lujo.

Se olvidan de las miles de personas que asistirán a los foros de la sociedad civil, de los jóvenes y de los rectores, además de los periodistas que ocuparán taxis, buses, hoteles y restaurantes de diversas categorías.

Ahora, veamos los efectos duraderos: en su gran mayoría las personas que vendrán lo harán por primera vez, y se darán cuenta de que Panamá, además de un país seguro, pues habrán circulado sin problemas, tiene una infraestructura comercial y turística enorme y diversa –y querrán volver– con un efecto sostenido y creciente sobre el turismo y el comercio.

Otros buscarán explicación del boom inmobiliario y económico, y se darán cuenta de que nuestro país es una plataforma logística y financiera de primer nivel en el continente, y con una legislación que favorece las inversiones y la instalación de empresas con perspectiva internacional.

La cumbre, entonces, potenciará la proyección de Panamá como destino turístico y centro logístico. Esto tendrá implicaciones positivas en el nivel de actividad económica y, en consecuencia, en el “retorno fiscal” del gasto que ahora realiza el Gobierno.

Pero hay otra consecuencia muy duradera. Los miles que vienen a la cumbre se informarán del país y verán que realiza grandes esfuerzos para consolidar la institucionalidad jurídica y política de un Estado de derecho democrático, y este es un activo intangible, no financiero, de enorme valor económico para atraer inversiones y generar más empleos y de más calidad.

Y a propósito de activos no financieros, muchas naciones gastan mucho más en la “marca país” que el gasto de Panamá en la cumbre… y con menos “retorno”. En conclusión: el gasto en la cumbre no es gasto, sino inversión.

REGULARIZACIÓN MIGRATORIA ¿Xenofobia o derecho de admisión?

Todo empezó con la buena intención de controlar el sicariato y el narcotráfico. Se creó un plan para legalizar a los indocumentados y acortar los procesos migratorios, como en una especie de censo. Luego, como todo lo que hacía el pasado gobierno, ese plan se convirtió en un negocio inescrupuloso y lucrativo. Entonces montaron el teatro de que Panamá explotaba en progreso (que no era más que deuda) y que los panameños somos ineptos e insuficientes, exaltando la figura del extranjero para justificar su migración y lucro. La legalización de indocumentados preexistentes se tuerce en un mecanismo que permite el flujo constante de ilegales. En consecuencia, al flexibilizar los estándares migratorios, aumenta el volumen de inmigrantes y, con ello, la probabilidad del ingreso de elementos indeseables.

La doble moral, la mentira y corrupción de las pasadas autoridades, nos pintaron como un paraíso cuando jamás lo hemos sido. Aquí hay bonitos edificios, centros comerciales, enormes, avenidas, circula el dólar, tenemos el Canal, pero también falta el agua y la luz en varios sectores, en otros hay letrinas, pobreza, inseguridad, desempleo, tranques, basura, aguas negras, escuelas dañadas. Un sistema de salud y educación pública paupérrimo. Cada barriada de clase media o alta está rodeada de otras tres o cuatro cuyos residentes viven en pobreza o pobreza extrema. ¡Sí!, no estamos tan mal como otros países, pero no significa que estemos muy bien.

No somos un país de primer mundo, ni existe progreso sostenible. Tenemos una sociedad esquizofrénica, con una pequeña clase que lo tiene todo, otra grande que no tiene nada y una vaca flaca en el medio que aguanta de todo. Los ricos nos proyectan como si fuéramos “la gran maravilla”. Pero fuera de tanta locura o hipocresía deshumanizada, la pobreza, la explotación y la neoesclavitud masiva reinan. ¿Acaso estamos en condición de convertirnos en el campo de rescate social de otros países que inclusive han sido eventual y sutilmente hostiles con el nuestro (incluyéndonos en listas negras o grises)?

La realidad y el sentido común nos dicen que si no hay plata para los jubilados, y uno de los programas más importantes del Seguro Social está en quiebra, no debemos echarnos encima la irresponsabilidad de los gobiernos vecinos con sus ciudadanos. Si no abrimos los ojos ya, y apartamos ese melodrama de que “en Panamá todos somos extranjeros” y demás ridiculeces, cuando la economía se agrave todos esos extranjeros se sumarán al desempleo y a la delincuencia. Bienvenidos los turistas, los buenos empresarios que respetan al nacional y lo ven como hermano, y todo extranjero que quiera a Panamá y a sus ciudadanos.

Cuando tuvimos problemas económicos serios a causa de la dictadura militar y los gringos, Canadá permitió la migración de muchos panameños. Varios fueron deportados por conductas inapropiadas, ¿eso es xenofobia o derecho de admisión? La realidad toca a la puerta y si no abrimos los ojos, quedaremos igual o peor que los países de los que migran estos extranjeros.

Camarón que se duerme

El programa Crisol de Razas es tema muy espinoso y despierta apasionadas opiniones. La intervención en la Asamblea Nacional, sobre este programa, de la diputada Zulay Rodríguez –que algunos critican por demasiado impulsiva y desmedida locuacidad, pero que otros consideran osada y auténtica–, desató un vendaval de grandes proporciones al referirse como escoria a “los paisas” en prisión por delitos graves; y por desmandarse contra los recién llegados que, afirma, desplazan a los nacionales y, a otros, por dedicarse a actividades delictivas. Las discusiones sobre Crisol de Razas (que se volvió una coladera y está bajo investigación) siguen en el candelero; nuestras panameñísimas quejas caen sobre colombianos, venezolanos, dominicanos, nicas, chinos (si tienen los ojos rasgados se les llama chinos aunque no sean de China), indostanes (aunque sean paquistaníes, iraníes, libaneses, “de por allá”), judíos, etc. Sin embargo, en mis sondeos, los colombianos, venezolanos y dominicanos (en ese orden) despiertan más rechazo. De los colombianos molesta que pinten sus negocios con los colores de su bandera, que se han apoderado de la buhonería, que desbancaron a los muchachos empacadores de los supermercados, etc.; de los venezolanos, que son altaneros, engreídos y también se están apoderando del país; de los dominicanos que son escandalosos, “chancleteros” y que no hay sala de belleza donde no estén; los chinos y los indostanes son los menos criticados.

Idiosincrasia es: “Rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad” (DRAE). En 2010 el abogado Ebrahim Asvat escribió en Bitácora (El Siglo) sobre la idiosincrasia del panameño; creo que sus apreciaciones sobre el tema serían lectura provechosa hoy que el mar de la nacionalidad (¿nacionalismo?) “está picado”; tal vez la primera reacción sería rechazar la opinión de Asvat; pero si se deja a un lado el resentimiento que causa el extranjero que viene “a fajarse” en un país tan lleno de oportunidades, tal vez encontraremos mucho de verdad en el escrito. Sería provechoso que en vez de señalar con dedo acusador nos miráramos a nosotros mismos para identificar las áreas en las que fallamos y “ponernos las pilas” para mejorarlas. Como dice Asvat, el extranjero ve “todas las oportunidades en nuestro país y nosotros somos los que sufrimos las penurias y andamos como ciegos en casa propia”; los que llegan de fuera “se trazan objetivos, acumulan capital, se someten a sacrificios personales en sus primeros años… En cambio nosotros aspiramos a ser empleados si no de la empresa privada, entonces del gobierno”. O a esperar el Carnaval para poner un puesto cuatro días, agrego yo.

La inevitable globalización nos dejó con dueños extranjeros las cervecerías Nacional y Barú, Cemento Panamá (Cemex), Estrella Azul, Bonlac, Pascual, Café Durán, etc. Pero a otros niveles no estamos haciendo gran cosa, excepto quejarnos y acusar. En cada esquina venden arepas; hay decenas de fondas que sirven ajiaco al son de vallenato, y cafetines con menú netamente venezolano con Alma llanera de fondo musical. Y está bien, somos un país cosmopolita, pero la tortilla de maíz amarillo, el almojábano, el chicheme, el sancocho panameño, entre otros, pierden terreno. Hace unas semanas el supermercado tenía yogur de chicheme. ¡Yogur de chicheme, ¿a quién se le ocurre?! Por curiosidad lo compré y no he dejado de comprarlo; qué alegría me causó la creatividad del negocio panameño que lo vende. ¿Parece una tontería, verdad? Pues no, es eso lo que nos está haciendo falta. Y ¡ay! el mal servicio al cliente es tema trillado. ¿Es culpa del inmigrante el mal servicio de nuestros meseros, que apenas si mascullan “qué van a pedir” sin antes decir buenas tardes? El cajero del banco al que fui hace un par de días no me miró a la cara ni un instante; si las cajeras de una renombrada farmacia me saludaran con un sonriente “buenos días”, me iría de espaldas de la pura emoción. Podría escribir un libro con situaciones similares. ¿Es que los patrones no los capacitan o es que así somos por eso que llaman “idiosincrasia”? En Economía (La Prensa 19/3/2015) leo que el Ministerio de Trabajo y Desarrollo Laboral realizó 12 ferias en 2014; el jefe del Departamento de mano de obra afirma que hay vacantes de sobra pero los aspirantes “no se venden bien en las entrevistas, no son proactivos, creativos y responsables”; los call centers no consiguen personal calificado, “los trabajadores carecen de habilidades de comunicación” y resume el problema como “un problema cultural y de fondo”.

Panamá es un país privilegiado; en santa paz hemos incorporado múltiples culturas, somos un país multirracial. Grandes obras, como la construcción del ferrocarril interoceánico (1850-1855), las exploraciones y los intentos para construir el Canal de Panamá, logrado finalmente por los estadounidenses, trajeron oleadas de inmigrantes de diversas nacionalidades; hoy, la ampliación del Canal de Panamá, minas, megaproyectos viales, Zona Libre de Colón, el centro financiero, etc., son imanes que atraen a miles de extranjeros a nuestro dolarizado país. ¿Qué nos toca hacer? Mejor educación, principalmente. Y aprovechar este boom, que no se sabe cuánto durará, haciéndonos más creativos, más “busca la vida”, menos dependientes de la ubre gubernamental. Y ver las oportunidades que ven los que vienen de afuera. Camarón que se duerme… ¡se lo comen!

Respeto a la idiosincrasia y a la soberanía

Panamá es un país que surge de las entrañas de la tierra. Mezcla de todas las regularidades e irregularidades del mar y los pantanos, por lo cual hasta la forma de su territorio es caprichosa, una ese acostada que a su vez presenta particularidades que los países con mayor dimensión no tienen.

Hasta en su cauce y su calidad de agua se distingue.

Desde los orígenes de Panamá, su población era diferente. Los habitantes provenían de Centro, y Suramérica y hasta del Caribe, estos, quizás, perdidos en su embarcaciones que eran arrastradas por las corrientes marinas hacia nuestras costas.

Los pueblos se conformaron con personas que provenían de diferentes culturas, por eso, mantenían costumbres y hasta dialectos distintos. “Originarios” se les llama, quizás no por su origen, más bien por el pasar de los siglos y la idiosincrasia de esos pobladores.

Este es un país de culturas extrañas, cuya población a través de cientos de años se ha distinguido por ser humanitaria. Esa fue la principal razón por la que piratas y corsarios –ladrones de mala muerte– europeos e ingleses, se apropiaron hasta de nuestras religiones y costumbres.

Con el pasar del tiempo, y la construcción del ferrocarril interoceánico y el Canal de Panamá, la mezcla de razas se hizo más intensa. De forma que hoy día hablar o encontrar a individuos de razas originarias es difícil.

No somos xenofóbicos, muy por el contrario. En la lucha contra el colonialismo, nuestro principal aliado fue el pueblo, cuando el gobierno nos oprimía y asesinaba. Nunca fuimos enemigos de los estadounidenses, solo de su gobierno imperialista, a manos del que murieron muchos panameños que exigían respeto por la bandera patria y que se eliminara cualquier emblema extranjero en nuestro territorio.

Somos respetuosos de la idiosincrasia y soberanía de los pueblos, por ello exigimos lo mismo. Jamás aceptaremos irrespeto a nuestros nacionales ni que se enarbolen banderas extrañas en suelo patrio, en detrimento de la nuestra.

El mal llamado programa Crisol de Razas, más que un beneficio social resultó ser un lastre, una carga. Es una nueva forma de robarle a la economía panameña, toda vez que aún se desconoce cuántos millones de dólares entraron realmente al programa, y cuántos a los bolsillos de algunos jerarcas del Estado, producto del abuso y rapiña que enarboló el desgobierno de Ricardo Martinelli.

Si pensar en el bienestar del país que te vio nacer es ser xenofóbico, entonces el mundo entero es xenofóbico. Las palabras de la diputada Zulay Rodríguez fueron a propósito mal interpretadas, tanto por el gobierno, como por propios y extraños, a fin de crear un clima de intranquilidad y división sociopolítica, porque en río revuelto ganancia de pescadores.

¡Dios te salve, Panamá!

Panamá pone la mesa…

Hace unos días escuché a nuestra vicepresidenta y canciller, Isabel de Saint Malo de Alvarado, soltar la expresión “Panamá pone la mesa”, en una entrevista en la que hablaba del rol del país en la Cumbre de las Américas.

Mientras la escuchaba hablar sobre el tema, me venían a la cabeza imágenes de lo que significa poner esa mesa, crear ese escenario, ser el anfitrión de un evento de esta magnitud. Vendrán 35 jefes de Estado y entre 10 mil y 12 mil visitantes. Los ojos del mundo estarán puestos en Panamá, por medio de más de mil periodistas internacionales. ¡No son palabras menores!

Imaginemos que dentro de un par de semanas vinieran a cenar a nuestra casa un grupo de personalidades internacionales de alta importancia. Si fuera así, con seguridad, estaríamos pensando qué le vamos a servir, cómo adornaremos la mesa, cómo nos vestiremos, y cómo los vamos a entretener. Nos ocuparíamos de que nuestros invitados estén bien atendidos, haríamos el esfuerzo de que se conozcan entre sí, que tengan la oportunidad de compartir, y que lo hagan de forma cómoda en un ambiente de respeto y cordialidad.

Seguramente querríamos tomar fotos de la linda recepción –en la que invertimos esfuerzo y recursos de nuestra familia– con cada uno de esos invitados especiales y nos llenaríamos de orgullo cuando le contáramos a nuestros amigos sobre los resultados de la velada y los detalles que sobresalieron.

En una escala más amplia, eso es exactamente lo que le espera a Panamá muy pronto. Hemos sido llamados a convertirnos en esa capital de las Américas y, sin duda, seremos el centro de la atención mundial.

Será un momento histórico para Panamá que, otra vez, ocupará ese rol de facilitador, de puente para aproximar a los países, desde donde la región pueda llegar a consensos y Panamá aporte un grano de arena para acercarnos a esa “prosperidad con equidad”, que tanto reclaman nuestros pueblos.

Las autoridades deben estar claras de ese rol que nos corresponde jugar para que se tomen en cuenta particularidades e intereses de cada nación y –como a los buenos anfitriones– asegurar que se dispongan las condiciones adecuadas para diálogos respetuosos y constructivos que contribuyan a propiciar mejores relaciones bilaterales y multilaterales. Propiciar que salgan de aquí planes y proyectos concretos que acompañen el desarrollo de nuestros países en los próximos años.

A los panameños nos toca mostrar nuestra mejor cara. Un país hermoso, limpio, ordenado, con gente amable y alegre. Que transpire el orgullo que significa atender ese llamado histórico de ser puente del mundo, corazón del universo. Nos toca dejar a un lado las diferencias que acompañan nuestro día a día, y el 10 y 11 de abril ser un solo Panamá al servicio de la región.

Es muy posible que representantes de diferentes naciones quieran aprovechar el momento y las cámaras para manifestar sus inconformidades con sus gobernantes. Busquemos la manera de intentar que eso se dé en un ambiente pacífico y para que no seamos, los panameños, quienes elevemos el calor de las discusiones.

Los países invierten millones de dólares en campañas para atraer a turistas de todas partes del mundo. Esos días tendremos aquí a casi 2 mil periodistas que, sin costo adicional para Panamá, regresarán a sus países y hablarán del nuestro. Ojalá lo vean como un lugar atractivo en todo sentido, pues así lo mostrarán y, esto a su vez, representará crecimiento económico sostenido para nosotros.

No sabemos cuándo tendremos otra oportunidad semejante, pongamos la mesa de tal manera ¡que todos queden con ganas de más!

Proyecto preocupante

El proyecto que presentó a la Asamblea Legislativa el ministro de Economía y Finanzas (MEF), Dulcidio De La Guardia, para prevenir el blanqueo de capitales, hace realidad aquel dicho popular de que “el remedio es peor que la enfermedad”.

El problema no es el llamado “secreto bancario”, sino que se pretende atentar contra actividades sobre las que se ha asentado la prosperidad del país.

En el documento se incorporan otras actividades comerciales que serán supervisadas, dicen los proponentes, con el propósito de prevenir el blanqueo de capitales, el financiamiento del terrorismo y el financiamiento para la proliferación de armas de destrucción masiva.

Pero la pregunta es ¿qué tienen que ver con esto los vendedores de carros, bienes y raíces, notarios, promotores de vivienda, firmas de abogados, contadores y otras que suman 25 actividades económicas objeto de regulación y vigilancia?

Si bien es cierto que Panamá tiene que apretarle la correa a la lucha contra el blanqueo de dinero, no es menos cierto que existe ya una normativa que reprime estos delitos, lo que se necesita es voluntad para ponerla en práctica.

De aprobarse este proyecto, lo que se va a conseguir es el efecto contrario, que ahogará la actividad económica de los sectores que se pretenden regular al encarecerla, porque tendrán que contar con oficiales de cumplimiento como si fueran bancos.

La normativa va a impactar negativamente a la economía y desaparecerá a los más pequeños que se dediquen a actividades reguladas, lo que aumentaría la tasa de desempleo en el país.

El proyecto dibuja la línea autoritaria del actual gobierno al convertir en policías financieros a los entes regulatorios como la Superintendencia de Bancos, la Superintendencia de Seguros, la Superintendencia de Mercado de Valores.

Pelen el ojo, no seamos complacientes con organismos internacionales que obedecen a directrices de países poderosos, afectados por el lugar privilegiado de Panamá como centro bancario internacional.

Recomendación contra la corrupción

Corrupción es el abuso del poder en la función pública, para beneficio personal. Es la desintegración, la putrefacción o proceso de degradación del Estado. Es un virus que infecta el cuerpo social. Es la gangrena, la bacteria que pudre la sociedad.

La corrupción no es más que la vil y depravada forma de violentar la estabilidad política, económica y la vida de la sociedad con prácticas ilegales como el uso ilegítimo de información privilegiada, el tráfico de drogas, el patrocinio de peculados, los sobornos, las extorsiones, los fraudes, la malversación, la prevaricación, el caciquismo, el compadrazgo, la cooptación, el nepotismo, la impunidad y el despotismo. Es el abuso del poder público.

La corrupción es violencia institucionalizada porque los actores, corruptos y corruptores, usan los cargos públicos y a los funcionarios estatales que deben combatirla; fiscales y jueces, como instrumentos del no hacer justicia, al ignorar las demandas y denuncias.

La corrupción utiliza a los veedores, auditores, contralores, fiscales y jueces para que desconozcan e ignoren las demandas y denuncias, declarando libres e impunes a los involucrados y con esos malos procederes, violentar las leyes.

Ante estos procederes ilegales y ultrajantes contra el Estado, contra su población, no queda otro camino que la reacción popular, la ¡justicia popular!

Los pueblos del mundo han tenido que exigir en las calles, las condenas y el castigo de las prácticas corruptas, y el pueblo panameño, en su transcurrir histórico, no lo ha hecho en forma distinta.

La calle es el teatro de enfrentamientos del pueblo contra los efectivos represivos de las dirigencias corrompidas. El pueblo le ha perdido el miedo al miedo. Si creen que con intimidación, persecución, maltrato y cárcel a los cabecillas, apaciguan a la oposición, no se percatan de que una vez institucionalizada la violencia, lo que logran es más violencia. Recordemos algunos ejemplos históricos de reacción a la violencia institucionalizada:

1. La Revolución Francesa, 14 de julio de 1789, con la que comenzó la reestructuración de todo el sistema judicial y la creación de la nueva democracia representativa.

2. El 18 Brumario de 1848.

3. La lucha Inquilinaria, entre 1925 y 1934.

4. El rechazo de bases de 1947.

5. La rebelión de cerro Tute en 1959.

6. La “Marcha del Hambre” de 1959.

7. Las manifestaciones laborales en las bananeras de 1961.

8. El 9 de enero de 1964.

9. Más reciente, el rechazo a las leyes chorizo, de la minería en las comarcas y la venta de las tierras de la Zona Libre de Colón, todas contra el gobierno de Martinelli.

Todos estos hechos costaron vidas humanas y no se le ha hecho justicia a las víctimas, ni se ha ordenado cárcel para quienes los impulsaron, aprobaron y trataron de beneficiarse de esos actos de clara corrupción. Sin embargo, el pueblo no olvida.

En este 2015, no investigar, sancionar o aplicar penas carcelarias a los funcionarios del gobierno anterior que hayan sido partícipes comprobados de malas prácticas –con su jefe a la cabeza– sería echarle tierra al problema o distraer a la ciudadanía con subterfugios legales y recurso dilatorios.

Cuando la impunidad es la regla, la sanción es la excepción. Por eso, el pueblo exige certeza del castigo como única cura a este virus que nos contamina, a esta gangrena que enferma nuestro cuerpo social y político y que afecta a todo el pueblo y a sus futuros descendientes. De no aplicarse de raíz, solo nos llevará a exacerbar la furia popular y a una incontrolable reacción, porque ¡ante la violencia institucionalizada, la violencia popular será la acción!

¿Cómo se combate la corrupción?

Con voluntad de hacerlo y comprobada honestidad. Le llegó la hora al “excelentísimo señor Presidente de la República”, de que se erija, se yerga sobre los conflictos personales y políticos partidistas y lidere al pueblo panameño en este combate contra la corrupción institucionalizada. Y así como otro presidente panameñista, Guillermo Endara G., fue considerado el gestor de la nueva democracia panameña, Juan Carlos Varela Rodríguez entre a la historia patria como el erradicador de la corrupción y restablecedor de la institucionalidad democrática. ¡A la calle!, será la reacción del pueblo, al sentirse engañado y ver incumplida las promesas electorales.

 

La responsabilidad estatal

Si bien es cierto que a los ciudadanos se les pide un comportamiento conforme al derecho y dentro de las normas de convivencia social, al Estado le corresponde ejercer “coercitivamente” su poder de imperio en la modalidad sancionatoria, cuando el ciudadano viola la ley con su conducta.

Así se habla de la responsabilidad penal, civil y disciplinaria del ciudadano cuando se aparta de la ley y los reglamentos.

Pero en vía contraria, el ciudadano también -en su calidad de administrado- puede demandar al Estado por el incumplimiento del servicio que está llamado a cumplir.

Procesalmente hablando, el administrado puede accionar contra el Estado por la mala prestación del servicio que le es propia.

Así tenemos, luego de agotar la vía gubernativa el administrado puede interponer una demanda de plena jurisdicción o de nulidad, frente a un acto administrativo que lo afecte individual o colectivamente, según sea el caso. En esta última no es necesario agotar la vía gubernativa.

Igualmente, la interposición de una demanda de reparación directa ante la deficiente prestación de un servicio público.

Ejemplo reciente, el Patronato del Hospital Santo Tomas fue condenado a pagarle 80 mil dólares a un ciudadano que le hicieron perder la vista.

La Sala Tercera Contenciosa Administrativa y Laboral de la Corte Suprema de Justicia es la que tiene la competencia funcional para conocer de estos procesos, en el que el ciudadano, mediante asistencia letrada y basado en ciertos presupuestos, puede demandar al Estado.

En Panamá, con bastante frecuencia el Estado ha sido condenado por la Sala Tercera a indemnizar a ciudadanos y en ese sentido la jurisprudencia es abundante.

Recordamos el caso de un ciudadano que recibió una golpiza de miembros de la Policía Nacional, demandó y ganó la cuantía de la reparación, si mal no recuerdo fue de 200 mil dólares. Eso fue en la primera mitad de la década del 90.

Las promesas son para cumplirlas

Desde que el mundo es mundo, las campañas electorales han estado llenas de cientos de promesas por parte de los candidatos. A través de ellas intentan resolver los principales problemas de la población al momento de la elección.

Aunque a primera vista lo apropiado en democracia es tomar en cuenta la opinión y las necesidades de los ciudadanos para formular propuestas pertinentes, esta realidad tiene dos grandes deficiencias: La primera es la poca profundidad (y no pocas veces seriedad) con la que se construyen dichas promesas, cada vez más condicionadas por el marketing político; y la segunda y más grave, es el incumplimiento luego de ganada la elección.

Al llegar al cargo público, muchas veces sucede que las promesas no pueden ser cumplidas ya sea porque desde un principio no se tenía intención de hacerlo (solo eran un anzuelo para captar votos) o porque al llegar a la realidad del ejercicio gubernamental se percatan de que lo repetido hasta la saciedad en campaña no es factible técnicamente ni viable en el marco político.

La gestión de gobierno, por medio de políticas públicas, programas y proyectos que deben ser desarrollados en función de múltiples factores, es difícil de condensar en el poco tiempo que dura una campaña electoral, más centrada en marketing, la imagen y encuestas. Ahí tenemos un gran desafío, como sociedad.

Ahora que se debaten las reformas electorales, un gran paso sería analizar y diseñar un mecanismo de rendición de cuentas ante la ciudadanía, para asegurar que las promesas de campaña y las propuestas, contempladas en los planes de gobierno de los candidatos a puestos de elección, tengan carácter vinculante y cuyo incumplimiento genere consecuencias concretas.

De esta forma se obligaría a los candidatos a fundamentar mucho mejor sus propuestas, no solo con base a la necesidad de la población, sino a la realidad del cargo a elegir, profundizando en aquellas preguntas que desde hace muchos años una parte importante de la sociedad formula, y explicar no solo qué proponen para resolver un problema, sino cómo lo pretenden abordar.

Por otra parte, se reducirían a su mínima expresión las promesas grandilocuentes, simplistas y fuera de contexto que muchas veces buscan convencer a esa parte del electorado con menor capacidad o interés de análisis. Si a esta exigencia le sumamos la necesidad de que los candidatos exhiban perfiles con mayor capacidad, voluntad y credibilidad, mejoraríamos en gran medida la oferta electoral, para reducir aquella noción tan extendida de votar por el menos malo.

En este punto, no se trata de prohibir o limitar la libertad de los candidatos a presentar propuestas, sino que tanto ellos como la ciudadanía tengan conciencia de que a partir de ahora, aunque con marketing se puede vender casi cualquier cosa, y si llegan a ser elegidos tendrán que cargar con el peso de sus palabras. Así cobraría plena vigencia aquella vieja frase que dice: “El hombre es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice”.