Cumbre, ¿gasto o inversión?

Hay quienes piensan que los 15 millones de dólares que gastará el Gobierno en la VII Cumbre de las Américas, son un desperdicio de dinero.

La afirmación no deja de ser seductora. No fue hasta un reciente viaje a otro país que comprendí que la información proporcionada con motivo de la cumbre no había tomado en cuenta todos los aspectos del impacto de esta. Mi anfitriona me dijo: “El dinero no es el problema, pero no podemos organizar una cumbre como esa, porque no tenemos suficientes instalaciones y hoteles ni podemos garantizar la seguridad de tanta gente”.

Esa conversación me hizo clic. La explicación más frecuente que se hace del gasto gubernamental en la cumbre pareciera apuntar únicamente al inmediato “retorno económico”, como les encanta decir a los economistas. Así se mencionan los cuartos de hotel ocupados, los restaurantes utilizados, los carros alquilados, el gasto en comunicaciones y el shopping de algunas de las delegaciones. Y, claro, aquí viene el famoso “retorno” de los economistas, el Gobierno recuperaría en impuestos, por esos días de mayor ocupación de hoteles, restaurantes y ventas comerciales, algo de lo que gastó.

Ese, como dirían los economistas, es un enfoque de muy corto plazo. Como se desprendía del sabor amargo con el que mi anfitriona comentaba la incapacidad de su país, tres veces más grande en población que Panamá, de organizar una Cumbre de las Américas.

Otros países quisieran hacer lo que Panamá está haciendo, porque los beneficios económicos son enormes y van creciendo con el tiempo.

Pero antes de comentar los beneficios, a mediano y largo plazo, volvamos a los inmediatos. Se tiende a pensar que la cumbre es únicamente tema de jefes de Estado y grandes empresarios y, por tanto, de ocupación de hoteles y restaurantes de lujo.

Se olvidan de las miles de personas que asistirán a los foros de la sociedad civil, de los jóvenes y de los rectores, además de los periodistas que ocuparán taxis, buses, hoteles y restaurantes de diversas categorías.

Ahora, veamos los efectos duraderos: en su gran mayoría las personas que vendrán lo harán por primera vez, y se darán cuenta de que Panamá, además de un país seguro, pues habrán circulado sin problemas, tiene una infraestructura comercial y turística enorme y diversa –y querrán volver– con un efecto sostenido y creciente sobre el turismo y el comercio.

Otros buscarán explicación del boom inmobiliario y económico, y se darán cuenta de que nuestro país es una plataforma logística y financiera de primer nivel en el continente, y con una legislación que favorece las inversiones y la instalación de empresas con perspectiva internacional.

La cumbre, entonces, potenciará la proyección de Panamá como destino turístico y centro logístico. Esto tendrá implicaciones positivas en el nivel de actividad económica y, en consecuencia, en el “retorno fiscal” del gasto que ahora realiza el Gobierno.

Pero hay otra consecuencia muy duradera. Los miles que vienen a la cumbre se informarán del país y verán que realiza grandes esfuerzos para consolidar la institucionalidad jurídica y política de un Estado de derecho democrático, y este es un activo intangible, no financiero, de enorme valor económico para atraer inversiones y generar más empleos y de más calidad.

Y a propósito de activos no financieros, muchas naciones gastan mucho más en la “marca país” que el gasto de Panamá en la cumbre… y con menos “retorno”. En conclusión: el gasto en la cumbre no es gasto, sino inversión.

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