Las 50 sombras de un corrupto

Si escribo la palabra perversión, es probable que se piense en una desviación dentro del contexto de lo sexual. Algo así como cuando el Sr. Grey agarraba a la inocente Anastasia a correazos y ella, fascinada, pedía más. Bueno así. Pero quizás si menciono ciertos apellidos usted, lastimosamente, pensará en la palabra corrupción.

¿Qué tendrán que ver los rituales a los que el Sr. Grey sometía a Anastasia con los actos ilícitos de que se acusa a algunos personajes políticos y no políticos en Panamá? Para el psicoanálisis, la palabra perversión evoca una dinámica que a veces llega a convertirse en estructura del aparato psíquico. Esta dinámica se puede reflejar tanto en lo sexual, como en lo político, judicial o social. Por ejemplo, el régimen nazi puede considerarse el mejor ejemplo de un sistema perverso.

Se ha preguntado ¿por qué algunos, incluso con fortunas increíbles, necesitan acumular más y más a través de argucias ilegales que hoy vamos descubriendo? Permítame ponerme un poco teórica y explicar de modo simplista la dinámica del perverso desde la teoría psicoanalítica: Desde los primeros años de vida, el sujeto emprende su desarrollo, no solo físico sino psíquico, y lo primero que le sucede es que tiene la necesidad de vincularse con una figura que le procure alimentos, cuidados y protección. De otra forma, no sobrevivirá.

Durante esos cuidados y atenciones sufrirá, inevitablemente, situaciones que le producirán frustración. Estas serán las primeras insatisfacciones, a las que se sumarán muchísimas otras en la vida, pequeñas y grandes, y no podremos complacer todos nuestros deseos. Esto, aunque incómodo, es un proceso necesario y sano que llevará al sujeto a desarrollar recursos emocionales para resolver y tolerar la realidad. Pero sobre todo, esa frustración lo llevará a aceptar que siempre hay algo a qué someterse, que nos limita. Algo que dicta que no se puede satisfacer cada deseo, tener todo y que no todo llega enseguida.

En psicoanálisis, este reconocimiento y sometimiento a algo que impone un orden, lo llamamos instauración de la ley. Por ejemplo, todos vivimos sometidos a la ley de nuestra inevitable muerte o del paso del tiempo. Nadie está por encima de eso, por más que intentemos burlarlo con cirugías plásticas, dientes de tiburón o babas de caracol. Así igual, si vivimos en un país, estaremos sometidos a sus leyes.

En la perversión se dan algunas dificultades dentro de este recorrido, tales como la omnipotencia y la negación. El sujeto no tolera reconocer que quien le propicia cuidados no puede satisfacerle ni concederle todos sus deseos. La madre evita que el niño se sienta insatisfecho, resolviéndole, llenándole y tapándole todas los momentos dolorosos y frustrantes. Al crecer, este niño necesitará seguir reiterando esto con los demás, seduciendo y convirtiendo sus deseos en realidad, solo para luego someterle a que le correspondan como él desee. Quien quiera acompañarle en esta complicidad gozará de su aprecio y dádivas. Quien no, quedará desterrado de su reino.

Es lo que ocurre cuando el Sr. Grey hace sentir a Anastasia como la mujer más deseada del mundo, la llena de regalos e incluso se aparece inesperadamente para protegerla y visitarla. Una vez conquistada, le dicta lo que debe comer y vestir y le requiere satisfacer cualquier ocurrencia erótica que a bien el Sr Grey tenga. Esto, sin que a la pobre, entre látigos y sogas, se le pase por la cabeza que quizás debería poner una orden de alejamiento. Es lo que se pretende también con los “regalos comprometedores”, como apartamentos, contratos, puestos o abultamiento de cuentas que ofrecen algunos dentro y fuera del Gobierno, a cambio por supuesto de algo más.

La necesidad de omnipotencia no le permite al sujeto tolerar que debe acatar lo que antes describimos como ley, por lo que de forma constante intentará transar, engañar o transgredirla. Incluso acomoda las reglas a su beneficio. No desea esperar para satisfacer su deseo, pero además, y muy importante, el transgredir la ley, el transarla y burlarla, le produce placer. Oh sí.

Cuando el perverso adquiere una posición de poder, lejos de obedecer la ley, se convence de que él es la ley y todos deben someterse a su deseo. Es así como se van forjando los dictadores. El perverso no acepta que le impongan límites. El dinero es uno de los mecanismos que le ofrece permanentemente esta posibilidad. Por eso vemos la acumulación desmedida de bienes y dinero de algunos y revolvemos la mirada y sentimos espanto mientras decimos: ¡¿cuánto?!

Sí, la corrupción es un acto perverso. Y se preguntará usted, ¿qué se hace con los perversos? Pues lo mismo que se hace con los corruptos: imponerles la “ley”.

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