De robótica y de cumbres

La “silla de la tranquilidad” es un asiento en forma de muñeca que “da abrazos” para combatir la soledad de los ancianos y de los que viven solos. La muñeca de tamaño real, que presumo podría ser muñeco si se prefiere el abrazo masculino, es creación de una empresa japonesa y cuesta 49 mil 680 yenes ($455 dólares). Hace años llamó mi atención una noticia similar; una firma especializada en robótica diseñó Hug (abrazo en inglés), una almohada suave con sensores que transmite la sensación de abrazo, especial para las personas de la tercera edad, que según los estudios son los que más carecen de afecto y apoyo emocional. En Japón, el país con la población más longeva del mundo, un robot bebé llamado Smiby fue creado recientemente con este mismo fin. Los pobres y solitarios ancianos de los mundos y submundos que existen en este planeta tendrán que vivir su soledad afectiva sin el consuelo de la silla o la almohada que dan abrazos, ni el robótico bebé que llora y ríe, cuyo propósito es hacer sentir al solitario que puede ser útil a alguien, aunque sea un robot. Situación muy triste y común cuando los familiares apartan o abandonan a sus viejos.

Se preguntará el lector por qué escribo sobre tecnología y ancianos solitarios. ¿Por qué no sobre el gran evento que se inicia en un par de días, la VII Cumbre de las Américas bajo los auspicios de la OEA, excepcional por la participación de Cuba? Desde 1994 cuando se celebró la primera Cumbre la gran ausente fue Cuba (por mano de la OEA). El encuentro frente a frente del presidente cubano, Raúl Castro, con Barack Obama, presidente de Estados Unidos, ha creado una atmósfera de suspenso y sobre ellos estará enfocada la atención mundial. Hace años alguien dijo (no recuerdo quién) sobre una cumbre: “Es otra cumbre de mandatarios que andan de cumbre en cumbre, mientras que sus países andan de barranco en barranco”. Ese artículo queda para más adelante. Creo que Panamá se lucirá como país anfitrión de esta reunión con situaciones muy singulares que darán mucho que hablar. Y pongo en pausa las diarias revelaciones de astronómicas cifras de robos al fisco, con el expresidente Martinelli como eje en el entramado de corrupción y codicia llevadas a extremos patológicos.

La reciente noticia del bebé robótico me puso a cavilar (otra vez) sobre la importancia de la familia, la capacidad de dar y recibir afecto, el disfrute de la vida sencilla, la amistad. La tecnología, que tanto contribuye con los avances médicos, por ejemplo, también nos hace la vida más cómoda (electrodomésticos, correspondencia comercial instantánea o con amores lejanos, etcétera). Y es también arma de doble filo; nos absorbe la pantalla del celular; el flujo de información es incesante y pasa sin que la procesemos gracias a la cultura de la inmediatez. Otro de sus efectos negativos es que hace menos frecuente la comunicación personal, los abrazos, el cálido estrechar de manos. La dependencia que nos amarra al celular, a la tableta, el iPhone, etc., es especialmente aguda en los jóvenes que ya se nota, están perdiendo la capacidad de comunicarse verbalmente, de hilvanar oraciones para sostener una conversación fluida. La información en cápsulas les basta; esto impide que obtengan los detalles completos de asuntos que inciden sobre la sociedad, en general, que les permitiría analizarlos y sacar sus propias conclusiones. Por otra parte, la televisión nos ha convertido en sus humildes vasallos; jóvenes y adultos somos tragones de la papilla de sonido, imagen y mensaje casi toda cargada de violencia, sexo, trivialidad y chabacanería que aceptamos como natural, que algunos defienden con el argumento de “que es el reflejo de la vida real”. No tenemos en Panamá, que yo sepa, la tecnológica almohada y la silla cariñosas, pero sí la televisión para sobrellevar el diario vivir que tanto se ha complicado con el crecimiento desordenado de una ciudad hostil para cultivar las actividades sociales y culturales, mal que se ha extendido más allá de los límites de la capital. ¿No sería un mundo mejor si en vez de apegarnos en exceso al chateo, el whatsappeo, etc., nos acercáramos más a nuestros viejos, la familia, los amigos y vecinos; si nos interesáramos en conocer mejor los problemas del país?

El conocido periodista Jorge Ramos escribió sobre el beneficioso Nyepi, “El Día del Silencio” que se celebra en Bali (La Prensa 19/3/2015); durante 24 horas no se trabaja, se cierran los negocios, nada de celular, radio, TV, fiestas o hablar. Dice Ramos, quien admite ser un “ciberpecador”, que “Estamos tan bombardeados por la información y los estímulos tan cargados de estrés y arrastrando un cansancio atrasado, que hemos llevado a nuestro cuerpo y mente al límite de lo saludable… todos los días vemos nucas y dedos doblados, apretando botoncitos; un estudio de la Universidad de Missouri reporta que la gente sufre de ansiedad al separarse del teléfono móvil”. Imaginar un Día del Silencio en Panamá me resulta tan difícil como imaginar que el expresidente Martinelli admitirá sus actos de corrupción. Ramos termina diciendo en su escrito, “Esta, es cierto, puede ser una columna totalmente desperdiciada”. Tal vez yo también haya desperdiciado esta. Que lo decida el lector.

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