Cambios de verdad para la historia

Desde mi época universitaria, en la Facultad de Derecho y Ciencia Política, aprendimos que en política, hacer oposición por oposición, sin proponer nada, te coloca en una situación de vacío tanto en lo ideológico como en lo programático. En consecuencia, proponerse como alternativa a algo, sea en política como en otros escenarios de la vida, es porque marca diferencias hacia algo nuevo y cualitativamente distinto. El cambio para que nada cambie, es una expresión de demagogia y conservadurismo perverso.

Desde la perspectiva de gobierno, no se trata de gobernar por gobernar, sino de puntualizar la diferencia con el pasado y desde el presente trabajar en la construcción de tiempos y espacios cualitativamente diferentes. Propicio, el marco anterior, para puntualizar realidades que como problemas se ubican en la lógica del trompo; damos vueltas y vueltas, y caemos siempre en el mismo de la circunferencia. Verbigracia, la educación, la seguridad ciudadana, la pobreza de nuestros hermanos originarios, trabajo decente, oportunidades para la juventud, la seguridad social, la democracia, el Estado de derecho, su institucionalidad jurídica y democrática, etc…

No existe, en el mundo del activismo societario, una dinámica programática y propositiva. No hay debate de fondo y la superficialidad reina y domina. El discurso político-partidario, es pura forma y nada de contenido programático. El principado de la doble moral, de por sí degradante, ha devenido natural y cínico.

En esta podredumbre del ser nacional, pocos son los ejemplos que han marcado las diferencia; por ejemplo, El pacto por la justicia; la Concertación Nacional. Ambos escenarios programáticos, afectados por el abandono y desidia de los gobernantes y hasta de sus propios interlocutores.

Justo reconocerle a los actuales gobernantes la apertura de espacios-tiempos, para volver las miradas sobre lo andado y corregir. ¿Pero hasta dónde llegará esta dinámica, sobre todo en materia institucional?, cuando las reglas del juego democrático, jurídico y social, político, etc., se han hecho vetustas, teniendo como matriz un orden constitucional que propende al no orden, a la tentaciones autoritarias y la dominancia de un relación de representación que termina dando o terminando en una relación de estados y súbditos.

El Gobierno anterior congeló el proyecto de ley relativo a crear un orden de participación ciudadana a todos los niveles, vías referéndums, plebiscitos. Igualmente, la administración pasada congeló la iniciativa ciudadana-popular de caminar hacia nuevos correlatos constitucionales, quedando en el refrigerador la novísima propuesta realizada por distinguidos juristas y ciudadanos.

Fui uno que adversé el argumento del Gobierno pasado, cuando quiso reducir a la Sociedad Civil su protagonismo de querer gobernar. En ese momento, fui Categórico al señalar que las democracias hoy se miden por su capacidad de extender y ampliar la participación ciudadana en los asuntos del Estado. Pero ¡ojo!, por estar viendo los árboles, nos perdemos en el bosque. Cierto que no podemos bajar la guardia en la lucha contra la corrupción, pero dónde queda la dinámica para perfeccionar nuestra institucionalidad. ¿Dónde están las propuestas?

 

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