Tres Superfuncionarios:

Realmente debí decir exfuncionarios, pues me refiero a Alberto Vallarino y Frank De Lima, como exministros de Economía y Finanzas, y a Ricardo Martinelli, expresidente, a quienes, al margen del resultado final de los cargos pendientes sobre ellos –de los que no sugiero que se les exima si resultaren culpables–, percibo que se les condena antes de ser juzgados.

La realidad es que ellos tres elevaron la economía de Panamá a órbitas celestiales, pese a que transcurría la crisis económica mundial más grande de la historia, que ya cumple siete años y de la que algunos pocos países apenas comienzan a salir. Nuestro querido Panamá, muy por el contrario, obtuvo un espectacular crecimiento del PIB, aún más destacado que el logrado por gobiernos anteriores en períodos de auge económico mundial. ¿Y esto se logró solo así porque sí? Si así fuera, ¿por qué no ilustramos a los demás países del mundo sobre tal fórmula mágica de cómo incrementar la economía en medio de una gran crisis mundial, sin tomar medidas muy inteligentes y sin trabajar con extraordinaria dedicación para lograrlo? Creo que pocos panameños tienen real conocimiento de lo que implica una crisis económica de la magnitud que aún vive el resto del mundo, pero sí estarán conscientes de que, a pesar de aquella, han tenido acceso a abundantes y buenos trabajos remunerados, y de que su calidad de vida mejoró notablemente.

Sé que a muchos no les gustará este planteamiento, pero soy un ciudadano agradecido por los resultados de todo lo que ellos lograron, y porque nunca antes la clase media panameña había crecido tanto. Se mejoró la calidad de vida, al incrementarse los ingresos. No existe duda alguna de la enorme labor de los tres funcionarios citados. Es fácil, y hasta conveniente, reconocer méritos a quienes están en el poder, no a los que caen en desgracia, por eso, es casi seguro que este escrito me granjeará malas voluntades que hoy no tengo. Sin embargo, he visto que algunos defienden hasta a los dictadores Omar Torrijos y Manuel A. Noriega, de quienes yo no podría hacer ningún balance positivo. Nadie, repito, nadie en el mundo resiste que al juzgársele se destaquen solo sus acciones negativas, y se omitan aquellas buenas. Por eso surgió aquel pasaje bíblico: “El que esté libre de pecados, que lance la primera piedra”. Los juicios, si son justos, deben considerar tanto lo bien como lo mal actuado y su resultado o su balance es el que debe tomarse en cuenta.

Yo no sé cómo se podrá ignorar tan impactante crecimiento y desarrollo económico que ellos lograron para todos nosotros, aun en condiciones tan desfavorables. A los suspicaces, les señalo que solo tengo algún grado de amistad con Vallarino, pues aunque conozco a Martinelli, pocas veces he conversado con él y solo nos damos los saludos de rigor, y a De Lima no recuerdo haberlo visto en persona. O sea que no intento alabar a ningún amigo cercano.

Imposible sería tratar siquiera de detallar su inmensa labor en cuanto a nuestro desarrollo económico, en este tan reducido espacio, pero a los tres les reitero mi agradecimiento por los beneficios que los panameños derivamos de su eficiencia administrativa.

 

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