¿Qué haremos?

Se avecina el evento más importante de los últimos años para el país: La Cumbre de las Américas. Ahora nos preparamos para tan importante evento y mostrar a Panamá como uno de los países más pujantes de la región, con un alto crecimiento económico, una ciudad moderna y vibrante, con altísimos edificios, relucientes centros comerciales y nuevas vías que dan la sensación de riqueza equitativa.

La Cumbre nos mostrará al mundo a través de miles de periodistas de todos los rincones del orbe, aparte de los invitados especiales, turistas, presidentes, jefes de Estado, importantísimos líderes empresariales, archiconocidos inversionistas y los jefes de empresas multinacionales afincadas en este país.

Por lo anterior, me asaltan una serie de preguntas, tal vez un poco tontas o inocentes, pero se las cuento para que usted, amable y paciente lector, me acompañe en estas sencillas y quijotescas reflexiones.

¿Qué haremos con los “bien cuidado”, los trancones, los cierres de calles por cualquier motivo, las protestas diarias en diferentes sectores de la ciudad, y las desesperantes “chivas parranderas”? Estas son y serán un problema, porque pasarán por las zonas hoteleras en donde se alojarán los ilustres invitados, a cualquier hora de la noche y de la madrugada, despertándolos sobresaltados por la música a los más altos decibeles. Su indiferencia es tal, que incluso pasan frente a los hospitales que infelizmente están en su ruta.

¿Qué haremos con las desafortunadas y seguramente bien intencionadas carreras, caminatas, marchas, desfiles y todo tipo de eventos en la cinta costera, con las consabidas y gigantescas bocinas o, en el peor de los casos, las bandas de música o las alegres murgas que desde antes de las 6:00 a.m. torturarán al desprevenido, sorprendido y embejucado presidente o jefe de Estado y cliente de cualquiera de los lujos hoteles cercanos al lugar?

¿Qué haremos cuando alguno de los distinguidos visitantes y turistas quiera disfrutar de la incomparable isla Contadora y descubra, con sorpresa, que el avión que lo debía llevar a esa isla paradisiaca hará una riesgosa escala, jamás anunciada y menos programada, en la destartalada e inconclusa “pista” de aterrizaje en isla San José?

¿Qué haremos con los “piedreros”, los malvivientes, los asaltantes, los vendedores ambulantes de todo tipo de baratijas, alimentos, sodas, agua y lo que usted imagine? ¿Qué haremos con los múltiples “pataconcitos” o tiraderos de basura callejera que adornan nuestra ciudad?

¿Qué haremos cuando alguno de los ilustres visitantes trate de tomar un taxi y descubra que en Panamá ya no existen, que ahora son “colectivos” y no “selectivos”, y que, en el mejor de los casos, tendrá que compartirlo con tres o cuatro desconocidos?

¿Qué haremos con la descortesía de los conductores, tanto privados como del transporte público, quienes manejan como lunáticos y, por cualquier motivo, sacan la varilla agresora?

¿Qué haremos con aquellos que detestan a los extranjeros, generalizando, y los culpan de todos los males que nos aquejan, desde lo caro de la canasta familiar hasta del temblor en Chiriquí? ¿Será que quienes promueven estas ideas saldrán a protestar por la llegada de ese montón de visitantes a nuestro país?

¿Qué haremos para que, por lo menos en esos días, los titulares en prensa, radio y televisión sean menos alarmantes y no causen sobresalto a los apreciados visitantes?

¿Qué haremos para no quedar mal con la visita que se enterará, en esos medios, de los escándalos de corrupción que con seguridad se seguirán destapando?

Y no me hago más preguntas para no avinagrarle el día, como yo ya me lo avinagré.

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