‘Otros están peor’

Después de cada elección general, tan pronto cambia el Gobierno ocurre una penosa transformación. La Corte Suprema de Justicia desempolva expedientes engavetados por años, y los fiscales despiertan (como Blancanieves) furiosos para acusar a los panaderos, a las desalmadas o a los chamanes. Mientras que los diputados se rasgan las vestiduras y enjuician a un alto cortesano, y el recién estrenado contralor manda a una nube de auditores a revisar el cráter del volcán Barú o cualquier otro hoyo en el que sospeche que se ocultan los malvados.

Ya nos tienen mansitos. El pez bobo en el anzuelo no se entera que es la carnada. Aceptamos estos cambios como normales, y hasta aplaudimos el trabajo de los funcionarios, a los que calificamos como “valientes” por atreverse a trabajar para justificar su cheque de la quincena.

Miremos el futuro próximo. En poco tiempo el nuevo gobierno ya tendrá historia, en consecuencia, se volverán a trabar las gavetas magisteriales, dormirá la voluntad justiciera, la nueva administración se mostrará sorda, ciega y muda frente a nuevos escándalos de directorcillos que, metiendo pies y manos, acatan órdenes superiores, para correr a comprar, a precio de baratillo, la última generación del aparato espía y reemplazar el que se perdió ante las propias narices de ocho altos mandos del Consejo de Seguridad Nacional. “Yo no fui al palacio ese día”. ¿Y qué?

La indolencia colectiva ayuda a la justificadora actitud de que todos los gobiernos roban, mienten, pinchan, y que otros países están peor. De hecho, estamos acostumbrados a soportar tantos abusos de las autoridades, que nos parece un chiste la destrucción de las instituciones públicas. Demolidas con cada golpe asestado a la Constitución y las leyes.

Nos tienen convencidos de que si el país avanza, es correcto hacerse de la vista gorda. Hay más rascacielos en construcción, plata en la calle, estamos llegando al pleno desarrollo, sin embargo, el primer mundo panameño es un espejismo. El pleno empleo tiene como puntal el 38% de informales chicheros, lavacarros, buhoneros, bien cuidaos. En la periferia de los centros urbanos encontramos una realidad dura y cruel, niños y adolescentes sin ilusiones ni esperanza, porque el sistema no les permite salir del círculo de la pobreza.

El pueblo llano sobrevive con esos oficios callejeros producto del perverso sistema educativo y social de las mochilas gratis y las becas universales. Son el grueso de padres e hijos que no pueden contribuir al desarrollo económico, por el contrario, constituyen una pesada carga para el resto de la población y cuando envejezcan dependerán absolutamente de los 120 a los 65. ¿Y qué?, algunos la pasan mal, pero el país avanza. Nos podemos hacer de la vista gorda ante las travesuras de los gobernantes, otros países están peor. Esa característica indolencia de nuestro pueblo es una actitud suicida, conduce de forma inevitable a un mayor deterioro. Nos acostumbramos a políticos cínicos y cleptómanos, barrios miserables, niños ajusticiados por sus vecinos de la pandilla… hasta que llega el día inevitable, llámese bogotazo, caracazo, habanazo, etcétera.

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