La Soledad De Los Ancianos:

Los tiempos cambian, al igual que los hombres y sus imaginarios sobre el mundo y las cosas que lo constituyen. Este fenómeno sociológico, lejos de ser una novedad del siglo XXI, se puede evidenciar a lo largo de la historia de la humanidad, porque los cambios sociales han moldeado las ideas, al tiempo que estas suscitan transformaciones socioestructurales.

No es de extrañar, entonces, que la consideración y estima hacia la vejez haya permutado en las últimas décadas, al intensificarse el imaginario simbólico de la eterna juventud; que no solo ha suscitado una perniciosa dicotomía, destacando lo juvenil por encima de la senescencia, como sinónimo de belleza y productividad, en contraste con fealdad y parasitismo, respectivamente.

Por otra parte, dicho imaginario ha sido fuertemente justificado y legitimado por el sistema capitalista que –gracias a una lógica de mercado que privilegia tanto la producción como el consumo– ha creado las bases estructurales e ideológicas para la aparición de semejante estigma social. En este sentido, las personas adultas mayores son tan solo imperfectamente productivas y consumidoras, pues por una parte ya no se encuentran insertas en el mercado de trabajo formal y, por la otra, sus jubilaciones y pensiones son, en muchísimos casos, insignificantes.

En este orden de cosas, la vejez es percibida como una etapa residual del ciclo vital, lo que implica que estas personas mayores no solo se encuentran en una situación de “rol sin rol”, sino que además, están casi desamparadas institucionalmente (lo que se evidencia por el simple hecho de que no hay una política gerontológica que elabore y regule planes, programas y servicios sociales dirigidos solo a este segmento de la población).

Ahora bien, por siglos la familia se ha considerado como uno de los pilares fundamentales de la sociedad, porque proporciona funciones indispensables como la reproducción, la socialización, la regulación de la actividad sexual, el mantenimiento económico y el apoyo emocional. Además, en muchísimas sociedades el cuidado de las personas mayores era relegado casi por completo a esta institución social. No obstante, en Panamá, en los últimos años se nota un enfriamiento en las relaciones generacionales en el seno familiar, porque si bien el adulto mayor ejerce, muchas veces, una suerte de función educativa y queda al cuidado de sus nietos, esto se ha erosionado a través del tiempo. Lo que lleva a problemas como el abandono, negligencia en el cuido, maltrato y hasta la institucionalización forzada en asilos (en algunos casos).

Lejos de lo que se cree, todas estas situaciones son el efecto de una racionalidad basada en el individualismo más cruel, propiciado por un sistema que le ha negado a la vejez un lugar en nuestro mundo. De esta forma, las personas mayores aparecen ante nuestros ojos como seres incomprendidos e insufribles. Penitentes en un mundo que les niega no solo la solidaridad, el aprecio y la estima que se merecen, como legítimos constructores del presente en que vivimos, sino que además los invisibiliza y excluye de la sociedad.

 

Los comentarios están cerrados.