El juez implacable
Los viejos recordamos cómo era la Zona del Canal de Panamá antes de la firma del tratado Torrijos-Carter, en 1977, cuando los estadounidenses controlaban la vía y la anexa franja territorial, extendida de mar a mar, la denominada “quinta frontera”. En la Zona, ellos imponían su ley federal, su tribunal, ejército, policía y administración, con calles y aceras impecables, casas bien pintadas y césped siempre recién cortado. Los panameños entraban con “miedito”, pues la sanción era inevitable si nos sorprendían tirando papel. Además, era impensable conducir ebrio o cometer un hecho penado, en los dominios del juez Guthrie F. Crowe. Con ese gringo imperaba la certeza de castigo.
En el resto del país, la gente tiraba el chicle y la pava del cigarrillo, pero en el territorio “zonian” ocurrían milagros, el patán se tornaba culto, manejaba su auto en cámara lenta, caminaba estirado y calladito. No se veían cochinos, gritones ni peleones. Esta anécdota es historia, en 1977 recuperamos la soberanía y en cuanto el juez Crowe retornó a las llanuras de Kentucky, en la Zona desapareció la certeza del castigo, con o sin gobierno militarista.
Panamá ha progresado en todo sentido, sin embargo, los funcionarios sufren de “indolencia tropicalis”. Están más interesados en sacar provecho de sus puestos, que en cumplir con el servicio público, nos han acostumbrado a tolerar el peculado, la trampa y el “juega vivo”. El ministro de turno frente a un “pataconcito”–basurero improvisado en plena calle– afirma que el pueblo es cochino. La incompetencia oficial nos acostumbró a vivir con los mosquitos Aedes aegypti y las ratas; a conducirnos como marranos; a gesticular, a chatear, a manejar por el hombro de la calle, a pelear con el vecino y a vociferar en el cine, porque no hay certeza de castigo.
Cuando el servicio de aseo en la ciudad capital era municipal, funcionaba más o menos. A partir del año 2010, el Gobierno se tomó las instalaciones, los camiones y la planilla, conformada por 2 mil 600 empleados, y formó la mal bautizada Autoridad Nacional de Aseo (ANA), ente incapaz de recoger la mitad de los desechos, que debió desaparecer el primer día del nuevo gobierno, pero al igual que el Programa de Ayuda Nacional (PAN) subsiste, para ya tú sabes…
Más vivencias, el presidente Juan Carlos Varela es del mismo signo político que el alcalde capitalino, José Blandón, quien recién instalado en el puesto expresó muchos deseos de recuperar su departamento de aseo municipal.
Siete meses han pasado, la descentralización del Estado es un espejismo. En el cuartito de al lado, la ANA se juntó para comer el PAN de cada día, con el atorrante, con el funcionario y con el que maneja el negocio de los camiones compactadores, en medio del “pataconcito”, ante la vista del frustrado, respetuoso y silencioso burgomaestre capitalino.