Cuarenta y ocho minutos

Los más esperados en la Cumbre de las Américas fueron Barack Obama, Raúl Castro, protagonistas principales de la película, secundados por Nicolás Maduro. Cada uno vino con su libreto y su glamour. Al primero le tocó expresar su mea culpa por los errores históricos que ha patrocinado Estados Unidos (EU) en América Latina, mediante su política exterior, en apoyo a regímenes que no eran los mejores alumnos en asignaturas democráticas, contrario al norte de su pensar como nación, que tanto se pregonaba en la Constitución Política.

Obama reconoció problemas domésticos ligados al surgimiento de su país, desde el oprobio de la esclavitud hasta la lucha por los derechos civiles que no eran más que los que comulgaban con los principios de la Organización de las Naciones Unidas.

Por su parte, Castro dijo que su participación en el escenario internacional era muestra de su solidaridad para que otros países fueran “dueños de su destino” e hizo hincapié en su colaboración con las brigadas de salud, y que Cuba había dejado de ser el utópico “exportador de revoluciones”. Ambos mandatarios aceptaron que el camino de la reconciliación será largo y tortuoso, sin embargo, a diferencia de otros socios ideológicos de Cuba, Castro remarcó que cree en la honestidad, la buena fe y en la intención de Obama.

El concierto de las naciones latinoamericanas aceptó que fue una política errada excluir a Cuba del panorama regional, aunque muchas fueron cónsonas con no agraviar a EU y apoyar al país del Caribe, para evitar sanciones por extensión o por mera complacencia o adhesión a las prácticas emanadas del manual de conducta política de Washington.

Panamá, por tratar de ser un buen anfitrión, no se atrevió a cuestionar el actuar de EU con respecto a las políticas aplicadas otrora, ni siquiera se atrevió a pedir explicaciones con respecto a las intervenciones en nuestro país, sobre todo, la del 20 de diciembre de 1989, y las indemnizaciones morales y económicas. Coyuntura que sí aprovechó Venezuela, como argumento panfletario de Nicolás Maduro –considerado el enemigo público número uno–, para vender el peligro de una intervención que le fue pronosticada por motivos de su política interna.

En tanto, los mandatarios de Bolivia y de Ecuador se ensañaron y confabularon contra EU, cuyo Presidente tuvo el valor de poner la mejilla, con estoicismo o indiferencia, mientras era cuestionado debido a los desaciertos históricos, algunos reales y otros infundados.

En el caso de Evo Morales y Rafael Correa, parece que no tuvieron tiempo para adaptar sus guiones a la realidad que se veía inminente del estrechón de manos entre su mentor político, Cuba, y la nación que simboliza el imperialismo. No había retórica valedera, no entendieron que estaban en un convivio de camaleones.

Estados Unidos perdió la oportunidad de revertir, de manera pública, en el panorama internacional el alegado decreto sancionatorio contra Venezuela, quizá para no ceder y conceder demasiado en un solo día y, con ello, darle oxígeno a Maduro.

El cambio con respecto a Cuba es para quitarle la vigencia en ciertos tópicos (fuera del aspecto ideológico) que le había hecho acreedor de adeptos y de una simpatía internacional que iba in crescendo. Esto no es un regalo, se lo ganaron con su perseverancia. Aunado a ello, EU comprendió que ahora hay nuevos temores y amenazas reales, que comparados a su enemistad con Cuba –entendido en el argot panameño– la hacen ver como una pugna entre Calle Arriba y Calle Abajo, para la época del Carnaval.

Panamá, como escenario de este pacto internacional, ganó vigencia, porque tanto Cuba como Estados Unidos confiaron en su destino de amigable componedor para empezar a sanear los conflictos propiciados por la manera de ver los aspectos políticos económicos de cada una de las partes.

Los mandatarios de las demás naciones, aunque dieron la impresión, no fueron simples convidados de piedra en esta cita que logró imantar en sus objetivos a todos en un solo haz, aunque fuera de ideales.

Parafraseo a Juan Carlos Varela, quien al referirse al tenor y extensión del discurso de Raúl Castro, dijo que era “un acto de justicia histórica”, por el voto de silencio que le impusieron durante tantos años Estados Unidos y sus seguidores, como parte del bloqueo a la isla.

Los comentarios están cerrados.