Conversando con el Presidente

Distinguido panameño, con optimismo percibo que durante este año, que recién se inicia, la programación de rectificaciones de la administración pública y los impostergables ajustes en materia de institucionalidad no cesarán, toda vez que con la designación del nuevo procurador de la Administración, terminó usted de armar su cuadro interior. Ahora estamos atentos al grito ¡play ball!

Así como se enmendó la arbitraria ley monopolio que favorecía a cuatro familias con el uso obligado del etanol, sin necesidad de una sola cabeza rota, se me ocurre que las condiciones favorables en su entorno político –ahora de evidente energía y poco desgaste– son propicias para acometer la modernización y el fortalecimiento del sistema democrático. Una de las promesas más apremiantes que hizo y, a la vez, de las más atrayentes, porque sedujo al electorado independiente, fue la de elegir en las urnas a las 60 personas que estructurarán la asamblea constituyente paralela y lograr así, en armonía, equilibrio y gobernabilidad social, la nueva Constitución de la República.

Sin embargo, mientras ese momento llega debemos erradicar, transformar y democratizar el Consejo de Seguridad, con sede en el histórico cerro Ancón. Se podría reubicar en uno de los edificios subutilizados del área revertida, en la Casa Amarilla de la Presidencia o en las instalaciones del Ministerio de Seguridad, en la calzada de Amador.

Aproveche la impostergable depuración, que le representaría un ahorro significativo al gasto público, pues ese elefante blanco no le retribuye ningún beneficio al Estado en las condiciones actuales, menos a la seguridad ciudadana. Por el contrario, se ha convertido en un centro de espionaje político, de intervención e injerencia en la vida privada de las familias panameñas. Es un disociador costoso –casi una “policía política”–, en vez de una herramienta eficaz para elaborar planes y estrategias dirigidas al combate de la delincuencia y el crimen, en general. Males que persisten en índices preocupantes, gobierno tras gobierno, debido a que el Consejo de Seguridad, con una planilla de 400 escuchas fisgones resultó ineficaz e inoperante en esa labor.

Durante el pasado ejercicio electoral se demostró que el empleo de los equipos más sofitiscados y onerosos para espiar a los contrincantes políticos o a los ciudadanos con criterio distinto no ayuda a ganar elecciones. Más bien tiene efectos contrarios y de repudio.

Los profesionales en el campo de seguridad concebimos la justificación de esta herramienta, y seguro que así fue concebida en sus inicios durante el gobierno del presidente Guillermo Endara, como un laboratorio de cerebros e ideas, para ir diseñando el modelo custodia de seguridad que requeriría la estrategia del desarrollo nacional, a mediano y largo plazo. También, para alertar a los tres órganos del Estado cuando el principio de equilibrio, organización y poder de fuego e interfuerzas, es decir de pesos y contrapesos, se viole o altere como era la intención del gobierno de Ricardo Martinelli. Él quería transformar el Senafront, con casi 5 mil combatientes, en su ejército personal, de bolsillo.

Si bien ese brazo de la fuerza pública desempeña un servicio eficiente, usted debe considerar dos situaciones. Primero, que ese ejército que nos legó Martinelli y Mulino es costoso en exceso. En otras palabras, se puede lograr eficiencia en la vigilancia de las fronteras con menor gasto. Urge reorganizar semejante concentración de fuerzas, por eso, propondría que una parte se destinara como apoyo al servicio de guardabosques de la Anam, para velar por el cuidado de cuencas, lagos y la red hídrica del país, a tiempo completo.

El Consejo de Seguridad no fue creado para perseguir a sindicalistas, dirigentes estudiantiles, miembros de la sociedad civil, libre pensadores ni opositores al gobierno, como era la costumbre. Despilfarrar 13 millones de dólares en un aparato para interceptar hasta el “pensamiento ajeno”, equivale a sufragar 30 millones de vasos de avena con leche y azúcar, y la misma cantidad de huevos para alimentar a toda la población, durante 700 días o más de dos años.

Si utilizáramos ese dinero para auxiliar a los 300 mil indígenas que habitan en las comarcas, muchos de los que mueren de hambre y de enfermedades como la tos ferina y tuberculosis, entonces, todos los días durante 15 años cada indígena podría tomar un vaso de avena y comer un huevo hervido.

Con el traslado y renovación del Consejo de Seguridad recuperaríamos el complejo que ocupa, en las faldas del cerro Ancón. Se trata de una villa preciosa en medio del bosque, conformada por varios edificios sólidos y un túnel desde donde operó el Centro de Comunicación Hemisférico del Comando Sur.

Ahí se podría organizar un museo, con sala de conferencias, restaurantes, biblioteca, canchas deportivas, áreas de picnic, senderos, etc. Es decir, podría aprovecharse como sitio turístico autofinanciable y sostenible, que se sumaría a otros atractivos cercanos como la calzada de Amador, el Museo de la Biodiversidad y el mirador en la cima del cerro Ancón, entre otros.

 

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