Gloria Y Decadencia Del Código De Trabajo

El dilema que sugiero no es retórico ni superficial. Hoy día, ese es un tema de actualidad ardiente. Lastimosamente, no lo es y desde hace buen rato. El pasado 2 de abril se cumplió un año más de vigencia del Código de Trabajo. La sola circunstancia de que con ese 43.er aniversario se celebrara también el Jueves Santo de la Iglesia católica hace interesante la coincidencia entre la trascendencia del martirologio del Mesías con la desapercibida existencia de la codificación laboral.

Cuando el general Omar Torrijos hizo aprobar el Código de Trabajo y las leyes de vivienda, dio camino a una política social que, a la fecha, ningún Gobierno desde entonces ha podido ni querido superar. Para medir el compromiso real de los partidos políticos encarnados en el Gobierno, bastaría con tomarle pulso a la firmeza con que hayan defendido la efectividad de esas leyes o lo timorato con que asumieron posición frente a ellas. El repaso final hace difícil no encontrarse con la conclusión doloriente de que todos los Gobiernos se alinearon con una disposición blandengue ante esa política social oficial.

Del Código de Trabajo puede decirse desde la A hasta la Z. Pero es innegable, se acepte o se disimule, que no se ha promulgado ninguna ley, desde que existe esa enfermiza hemorragia de producir leyes, que le haya dado tanto poder al sector productivo de los trabajadores, como sí lo hizo el Código de Trabajo. Se concedieron derechos que apenas se arañaban en sueños antes de 1972. La constitución de sindicatos se declaró de interés público y modo para contribuir a la democracia panameña, y le permitió a los trabajadores organizados un poder legislativo a través de la negociación colectiva sin parangón en los 69 años restantes de vida republicana.

La legislación laboral fue el refugio que les facilitó a los trabajadores disponer de las herramientas mínimas para enfrentar y superar las míseras condiciones de trabajo en las que sobrevivían. No por otra razón los detractores del Código le han endosado las peores consecuencias y le han atribuido efectos diabólicos sin vergüenza alguna, pese a los desmentidos contundentes de la realidad incuestionable.

Pero la gloria de ayer, ¿sigue resplandeciente hoy? El rostro descolorido del Código de Trabajo es producto de su edad cuarentona ¿o efecto de los golpes que lo han mutilado? ¿Son responsables los gobiernos complacientes tanto como los irresponsables? ¿O se debe a las zancadillas de sectores de la empresa privada que le han empedrado su tránsito?

Sin importar con cuál respuesta termine el lector por afiliarse, el Código de Trabajo modela un estatus de decadencia lenta pero sostenida. Hoy día, el Código es interpretado y aplicado por lo que dicen de él en lugar de por lo que dispone su articulado. Hay más trabajadores al margen de los sindicatos comparados con aquellos que optaron por matricularse en ellos. Abundan los sindicatos con nombres ruidosos con significación en cero de importancia. Existen sindicatos de maletín que se intercambian como zapatos o prendas de vestir. Hay dirigentes francotiradores y dogmatizados que impiden cualquiera gestión por la unidad sindical. Muchos libran cruzadas épicas para encaramarse en puestos de juntas directivas de instituciones públicas o en delegaciones para viajes al extranjero o se atornillan en sus cargos con una laboriosidad que envidiaríamos si se tratase de la defensa de la legislación laboral.

Si el Código no es lo que debiera ser, cabe examinar a la dirigencia sindical que está mirando hacia otros objetivos o porque no tienen perspectivas ni objetivos fijos.

Pero el Código puede dar más de lo que tiene. ¿Por qué no existe mecanismo para el aseguramiento económico de las prestaciones acumuladas cuando se da una sustitución? ¿Por qué al jubilado o al que se incapacite físicamente en el trabajo se le puede despedir sin derecho a compensación alguna por sus años de servicio? ¿Por qué el Código revive en el área metropolitana y no en el resto del país? ¿Por qué los denominados “acuerdos colectivos” de olor y sabor amarillo han desplazado las convenciones colectivas de trabajo? ¿Por qué se permite desnaturalizar el papel de los trabajadores con el azucarado rótulo de “colaboradores” en las empresas?

Salvo que se pruebe otra cosa, los trabajadores, la dirigencia sindical y el movimiento sindical en su conjunto están resultando en los perfectos “pendejos” que vaticinó Torrijos por permitir que se les esté arrebatando la conquista del Código de Trabajo, habida cuenta de la insensibilidad que lucen ante la lamentable, desmejorada y alicaída existencia de la legislación laboral.

Que es tarde para repensar, no. Que hay atraso en la renovación, sí. Que si se sigue como hoy, el desenlace será peor, cierto. Que no se cuenta con material humano para recomenzar, falso.

Es preferible el autoexamen antes que cualquier afán por señalar con el dedo a otros.

Nunca como ahora, la pregunta del famoso ideólogo de izquierda sigue requeteactualizada: ¿Qué hacer? Y agreguemos: ¿cuándo empezar?

La Paradoja De Fueros Y Privilegios

Un análisis filológico de los diversos textos que dan fueros y privilegios a los diputados y magistrados daría a conocer la verdadera intención que subyace en la Constitución Política de Panamá y el Código Procesal Penal, entre otros documentos que, desafortunadamente en esta etapa de nuestra joven democracia, eximen a esos funcionarios de ser investigados, como a cualquier otro ciudadano, por el Ministerio Público.

La actual administración de justicia, en la investigación y procesamiento de delitos o actos delictivos cometidos por diputados de la Asamblea Nacional o por magistrados de la Corte Suprema, encara muchas dificultades por lo que bien podría llamarse la paradoja de fueros y privilegios. La existencia de fueros procesales especiales para estos servidores públicos presenta además una admonición o dilema ético, pues contradice las premisas fundamentales de nuestra democracia que en su Constitución prohíbe de forma taxativa los “fueros o privilegios” (Art. 19) y que además protege los derechos ciudadanos y consagra el principio de la igualdad ante la ley.

Prueba de ello es que solo dos artículos contienen normas que dictan medidas que protegen a los diputados “por opiniones y votos que emitan en la ejecución de su cargo” (Art. 154) y que los somete privativamente a la jurisdicción de la Corte Suprema (Art. 155), mientras que en ella hay dos Títulos (III y IV), 12 capítulos y 127 artículos sobre los derechos individuales, sociales y políticos del ciudadano. Estos dos artículos, igual al que da función judicial a la Asamblea Nacional (Art. 160), tantas veces abusados, se han convertido en fueros constitucionales, pero bien leídos y analizados en realidad se refieren a la libertad de expresión parlamentaria que debe existir en toda democracia para su adecuado funcionamiento.

Bien hace la Asamblea Nacional, en su Reglamento Orgánico del Régimen Interno y en su Código de Ética y Honor Parlamentario, al definir y prohibir un lenguaje y una conducta antiparlamentaria como parte de esa libertad de expresión constitucional. No así el fuero (Art. 143 del Código Electoral) que exime de arresto (sin autorización del Tribunal Electoral) no solo a diputados sino a un sinnúmero de funcionarios y políticos involucrados en delitos comunes pues esto autocontradice su función de organizar procesos electorales éticos y transparentes.

Por eso hoy cobra importancia la labor de la Comisión Nacional de Reformas Electorales que corrige este tipo de anomalías después de cada elección, dado que la administración Martinelli, al no aprobar las últimas reformas (proyecto de Ley No. 292 de 2012) suspendió esta excelente tradición. Si bien el nuevo sistema de enjuiciamiento penal acusatorio dio buenos resultados en la Asamblea Nacional en el caso Moncada Luna, lo cierto es que sigue en pie la paradoja de fueros y privilegios parlamentarios, con su secuela de abusos, manipulación, dilación de procesos y la prescripción de estos con la clara percepción de impunidad. No debemos darle la espalda a esta realidad.

Radares Son Radares Y Drones, Otra Cosa

Unas semanas atrás, el Presidente ordenó a sus ministros que salieran a divulgar y proyectar el trabajo de su gobierno. Desde entonces, varios se han vuelto extraordinariamente locuaces; pero después de algunas sonoras y preocupantes metidas de pata, tal vez fuera mejor, si no tienen algo positivo que informar, que vuelvan a la parquedad o al prudente silencio.

Por lo que ha trascendido del caso de los radares, el Estado panameño fue timado por todo lo alto. Los equipos, comprados por un precio muy superior al que la misma empresa cobró en otros países por instrumentos similares, son inservibles en su mayor parte o requieren de la inversión de millones adicionales para hacerlos operativos. Cuando el gobierno asumió el poder prometió revisar exhaustivamente todas las contrataciones hechas y, de encontrar componendas o irregularidades, poner los remedios y actuar con energía contra quienes resultaran responsables de lesiones patrimoniales al Estado.

Uno de los casos que se denunció como ejemplo de malos manejos, matizados con coimas y sobornos, fue el de los radares. Grabadas están las declaraciones de los más altos personeros del gobierno, con el Presidente a la cabeza, secundadas por el ministro Aguilera, de que se procedería a rescindir el contrato y demandar las reparaciones económicas correspondientes. Pero el eco de esas “valientes y decididas declaraciones” hace mucho que se perdió en la nebulosa del tiempo.

Una de las primeras y más sorprendentes declaraciones posteriores a las citadas vino del propio Aguilera, cuando dijo que el Estado no podía relevarse de pagar el costo de los radares, porque la empresa había cedido su crédito, es decir, el precio por cobrar, a bancos a los que era obligatorio pagarles. Tanto lógica como jurídicamente esa explicación es una auténtica sandez. Quien asume por subrogación la titularidad de un crédito no tiene más derechos que los que tenía el acreedor original subrogado; y si este, por no haber cumplido sus obligaciones contractuales, pierde el derecho a cobrar el precio pactado, también lo pierde el acreedor subrogante. Así de claro y simple.

Pero como si no tuviéramos suficientes metidas de pata por altos personeros del gobierno, en otras, pero igualmente sorprendentes declaraciones, ese ministro informó que el Gobierno contrató a una firma de abogados de la localidad, para que esta, después de un análisis del asunto, le “recomiende qué es lo que debe hacer en el caso de Finmecánica”. Es sorprendente, para no usar otro calificativo, que un ministro con formación jurídica que, además, tiene a su disposición una batería de asesores legales bien pagados decida saltárselos y, aparte de tomar una decisión de muy dudosa legalidad, desconocer que la Constitución Política, en el Art. 220, numeral 5, asigna esa función al Ministerio Público. Y si a todo lo anterior se suma la aún más incomprensible decisión del ministro de Seguridad, de recibir y comprometerse a estudiar la última, absurda y trasnochada, propuesta de la empresa italiana, para librarse de responsabilidad, mediante la entrega de juguetes voladores no tripulados (drones), hay que preguntarse, y muy seriamente, si el Sr. Aguilera está a la altura de las responsabilidades de su cargo.

Las Huellas Históricas De La Corrupción

Tomas C. Mann, diplomático estadounidense del siglo XX, considerado en su tiempo un experto en América Latina, escribió un documento confidencial titulado ‘Memorándum for Memory', fechado el 28 de octubre de 1968, diecisiete días después del golpe de Estado que derrocó al presidente Arnulfo Arias. El documento fue desclasificado en 1999, y en él, Mann hace una descripción puntual y franca de una conversación telefónica que tuvo dos días antes, el 26 de octubre, con el Dr. Arias, alojado en un hotel en la ciudad de Nueva York.

Mann en ese momento no ocupaba posición alguna en el engranaje gubernamental de los Estados Unidos, por lo que el Memorándum resulta una especie de informe a su Gobierno sobre la conversación con el derrocado presidente. Al final de la misma hace observaciones sobre la situación y el escenario político panameño en ese crucial momento de la historia nacional y que definiría los siguientes años de relaciones entre ambos países.

Es interesante la manera fría y sin pasiones en que un diplomático estadounidense da su entender sobre un panorama en particular, tomando en cuenta —primero y únicamente— los intereses de su Gobierno y su país, a conciencia de que existían varias posibilidades del futuro de Panamá en términos de cómo se darían los acometimientos y de no descontar a Arnulfo Arias del escenario.

De los comentarios que hace Mann rescato lo siguiente: ‘Panamá ha sido gobernado siempre por un pequeño grupo de individuos ricos que se han beneficiado tanto política y comercialmente de la continua problemática sobre el Canal'. (‘Panama has long been ruled by a small group of wealthy individuals who have made both political and commercial profit out of continuing turmoil over the Canal.').

Rescato esta referencia, porque creo importante señalar las huellas históricas del juegavivo y de la corrupción, no porque lo dice un estadounidense, sino porque perdemos nuestras propias referencias históricas y creemos que la semilla de lo que vivimos está en el presente o en el pasado inmediato. Unos, para despistar, señalan la época de los militares como inicio, y otros como modelo. No es la primera vez que esta sociedad enfrenta estas disyuntivas sociales. Precisamente un clima parecido al actual, provocó el deterioro en 1968 y la consiguiente toma del poder por los militares.

Lo que vivimos hoy era previsible que no iba a ser fácil desmontar un sistema corrupto, que ha existido por décadas. Toca tener coraje y determinación; valentía y entereza. Y eso no solo involucra al Ejecutivo, sino a todos los que de una u otra manera están en una posición de negarle espacio a los que escogen continuar por las huellas históricas de la corrupción. No solo es que los malandrines tienen por naturaleza utilizar todas las herramientas posibles para mantener sus espacios mal ganados, sino que también las utilizan sin escrúpulos para desprestigiar a cualquiera, desacreditar a los que pueden encausarlos y efectivamente poner en duda la entereza de cualquiera.

A casi un año de haber ganado las elecciones, las cosas se ven difíciles y desde los círculos más íntimos del Gobierno no parecen haber recibido los mensajes del presidente. Los enemigos más dañinos en la causa por el adecentamiento de la Nación, muchas veces, son los que nos rodean, en el escenario actual, los que están llamados a dar el ejemplo; los que forman parte del nuevo Gobierno y todas las instancias que tienen la obligación de respetar y hacer cumplir las leyes.

Basta con revisar los casos de nepotismo. Han tratado de justificarlos de diferentes maneras. Explicar, lo inexplicable. Muchas veces con solo aceptar el error, tomar las medidas de inmediato y guardar un silencio respetuoso puede apaciguar las criticas. Pero no, cada cual ha hecho el intento por darle legalidad sin entender que es más un problema moral, una deficiencia que nace en el seno del círculo íntimo de cada individuo y, particularmente, heredado de generación en generación.

En el proceso de ser retratados por otros, como lo hizo Mann hace 47 años, debe quedar claramente definida la intención moral de combatir hasta el final contra los corruptos de todos los estratos sociales; de construir un mejor país, no en obras de concreto y vidrio, sino de seres humanos capaces de llevarnos por un mejor camino social y de justicia para todos.

Cifra Que Genera Preocupación…

‘Hay cerca de 50 denuncias contra magistrados y (Víctor) Benavides esperará', dice uno de nuestros titulares… Además de la suspicacia que pueda causar la respuesta del presidente de la Comisión de Credenciales de la Asamblea Nacional (AN), Luis Barría, sobre que la denuncia presentada contra Benavides tendrá que esperar por la mora legislativa ante denuncias contra magistrados, preocupa que hayan tantas denuncias contra miembros del Poder Judicial, encima, desde el 2005, y sin resolver… Impera la necesidad de que la AN proceda a hacer su trabajo en ese sentido para contribuir a la limpieza, de casos y de posibles malas piezas en el tablero de la Justicia. Es justo, para el país, para el sistema de justicia e incluso para los mismos denunciados de ser inocentes, que la AN cumpla con este compromiso. ¡A trabajar!

La Justicia En Silla De Ruedas

El hambre de justicia es la dinamita de los pueblos. En Panamá no nos debemos dejar aturdir por el bombardeo noticioso de casos de corrupción pública y privada que estremecen a la opinión pública, pues tal circunstancia puede obnubilar el pensamiento y, en consecuencia, hacernos perder de vista cuáles han sido y son los males que enferman institucionalmente a la nación; así como cuáles serían las transformaciones políticas o administrativas que requiere el país para su mejoramiento, y evitar que de un “Estado débil” se convierta en un “Estado fallido”.

Como quiera que la corrupción debe ventilarse y resolverse en el campo legal, sin perder de vista el incalculable daño social que le provoca al país, la pregunta relacionada es: ¿qué quiere y necesita el pueblo? La respuesta es evidente: ¡Justicia y certeza del castigo! Aquí surge otra interrogante: ¿Cuál institución pública es la principal responsable de impartir justicia y asegurar la certeza de castigo? Indiscutiblemente, el Órgano Judicial.

Entonces, la lupa de la sociedad istmeña se debe enfocar en ese órgano del Estado, porque es un hecho público y notorio que este, durante más de 20 años, ha jugado un rol nefasto en el desarrollo de la democracia social y el estado de derecho, al ser un factor decisivo de la corrupción pública, tomando en cuenta que –a través de sus fallos judiciales– ha legitimado o convalidado una inmensa cantidad de abusos, ilegalidades e injusticias, por lo regular a favor de las personas o los sectores plutocráticos del país.

Lo expuesto tiene especial relevancia, si se toma en cuenta que dentro de poco tiempo el presidente de la República, Juan Carlos Varela, tendrá la trascendental misión de proponer ante la Asamblea Nacional, al profesional del derecho que pudiese reemplazar al exmagistrado Alejandro Moncada Luna. Elección esta que no se debe hacer bajo los mismos conceptos, prácticas o mecanismos reprochables e inaceptables utilizados por los gobiernos anteriores, en los que en lugar de un sistema de méritos para tal elección, predominaron intereses personales y politiqueros, en perjuicio del interés nacional.

Para el gremio de los abogados no es desconocido que en la cabeza del Órgano Judicial, o sea la Corte Suprema de Justicia, tal como sucede por lo regular en todos los organismos colegiados, existe una correlación de fuerzas que se debaten dialécticamente. Por un lado, hay magistrados interesados en el mejoramiento de la administración de Justicia y, por lo tanto, dispuestos a realizar cambios radicales necesarios e indispensables; mientras que a otros magistrados les interesa mantener el statu quo, es decir, seguir funcionado bajo los mismos conceptos y estructuras obsoletas y retrógradas que no le permiten a los panameños el acceso a la justicia recta, objetiva, imparcial, rápida y humanitaria, por razones meramente despreciables e inconfesables.

Tal circunstancia debe ser sopesada por el Presidente de la República, de manera que para el reemplazo de Moncada Luna proponga a profesionales del derecho, cuyas trayectorias o ejecutorias sean bien conocidas, ya sea como patriotas valerosos, extraordinarios jurisconsultos, abogados litigantes, autores de obras jurídicas, exfuncionarios y servidores públicos destacados o valientes dirigentes del gremio, y no como meros “caballos trapicheros” que vendrían a generar más atropellos e injusticias. Nuestro sistema judicial está enfermo, en silla de ruedas, y urge renovarlo para que camine y aplaste la impunidad y la corrupción.

De ello depende, a mi juicio, que en el Órgano Judicial se consolide el sector de los magistrados realmente interesados en el mejoramiento de la administración de Justicia o, por el contrario, el sector que prefiere mantener una justicia legal que bien pudiese enmarcarse en el pensamiento del poeta chileno Vicente Huidobro, cuando dijo: “Nuestra justicia es un absceso putrefacto que empesta el aire y hace la atmósfera irrespirable, dura e inflexible para los de abajo, blanda y sonriente con los de arriba. Nuestra justicia está podrida y hay que barrerla en masa. Judas sentado en el tribunal después de la crucifixión, acariciando en su bolsillo las 30 monedas de su infamia, mientras interroga a un ladrón de gallinas. Una justicia tuerta. El ojo que mira a los grandes de la tierra, sellados, lacrado por un peso fuerte y solo abierto el otro que se dirige a los pequeños, a los débiles” (Matus, Alejandra, El libro negro de la justicia chilena, 1999. Página 187).

 

El Imperio De La Corrupción

Hay dos grandes preocupaciones que mantienen en zozobra a la opinión pública. Por un lado, ¿tiene el actual Gobierno panameño la voluntad política de hacer justicia con los casos de corrupción? Por el otro, ¿evitará el actual Gobierno que los casos de corrupción no se repitan durante la administración del presidente Juan Carlos Varela (2014-2019)? Todos los días se repiten los casos de corrupción en casi todas las dependencias gubernamentales. Se acusa al presidente Varela de ser lento a la hora de tomar decisiones. Otros señalan que es un problema de poner en orden cuáles son los negocios que pretende privilegiar.

Desde la invasión (1989) a esta fecha los Gobiernos no tienen un plan de trabajo. Desde la presidencia de Pérez Balladares (1994-1999) la palabra planificación fue borrada del léxico de la administración pública. Las decisiones se toman sobre la base de qué negocio puede generar más ganancia para los especuladores. Incluso, la Constitución Política fue reformada para que el Canal de Panamá se convirtiera en un negocio. La vía interoceánica fue ‘blindada' por la Carta Magna para que el sector público no pudiese penetrar sus gruesas paredes. El negocio del Canal de Panamá está reservado para la clase ‘rentista' que se apoderó de los resortes del Gobierno.

Durante la presidencia de Martinelli se hablaba de los ‘megaproyectos'. Los más emblemáticos superaban los mil millones de dólares. Entre ellos se destacaron la atrasada ampliación del Canal (que ya alcanza los 6 mil millones de dólares), la línea 1 del Metro, la Cinta Costera Nº 3, la Ciudad Hospitalaria, la limpieza de la bahía de Panamá y otros. A su vez, otras fuentes de corrupción fueron el Programa de Ayuda Nacional (PAN), la Caja de Seguro Social, (CSS), el IDAAN, los ministerios de Salud, Educación, Obras Públicas, Vivienda y otros.

En total, algunos calculan que fueron desviados cerca de 5 mil millones de dólares en el quinquenio de Martinelli. No es una casualidad que entre 2009 y 2014 el Tesoro Nacional recibió esa misma cantidad producto de las transferencias que por ley hace la Autoridad del Canal de Panamá (ACP).

Por una buena razón quienes controlan al país y gobiernan no quieren saber de la palabra planificación. Esos recursos deben destinarse al desarrollo nacional. En vez de eso fueron objeto del despojo por quienes gobiernan sin rendir cuentas.

El Gobierno actual tiene en miras varios ‘megaproyectos' para el período 2014-2019. Entre estos se destacan la construcción de facilidades portuarias en el sector de Balboa de la ciudad de Panamá. Además, la Minera Panamá (concesión hecha a una empresa sudafricana-canadiense), las líneas 2 y 3 del Metro, la renovación de la ciudad de Colón y otros. Todos estos proyectos serán financiados y pagados por los 3.7 millones de panameños. Es probable que los ingresos del Canal de Panamá sean nuevamente desviados a manos de los especuladores para esta finalidad.

Ninguno de los proyectos se inserta en un plan de desarrollo nacional. Los especuladores se apropian de lo ajeno y no rinden cuentas. Cada día se pierden empleos, niños se quedan sin escuelas y los servicios de salud desaparecen por falta de recursos. Los fondos desviados reaparecen en cuentas cifradas, bajo nombres ficticios, en la banca norteamericana. Si cada proyecto formara parte de un plan de desarrollo, podríamos incrementar la producción agropecuaria e industrial, para generar más empleos y enviar más niños a escuelas que no existen o que han colapsado.

El Gobierno sabe que construir puertos en la entrada del Pacífico del Canal es un buen negocio. También sabe que el negocio se va a truncar a corto plazo, debido a que no ha sido objeto de un plan de desarrollo que le permita darle seguimiento. A corto plazo quiere tener en Balboa tres puertos con capacidad de mover 12 millones de contenedores TEU. Igual que Colón y más que cualquier otro puerto en América Latina.

La magnitud del proyecto absorberá casi de inmediato la capacidad urbana de la ciudad y no tendremos los ingresos para cubrir los enormes gastos que implica. En vez de convertirnos en un Amberes o Singapur, la ciudad de Panamá quedará como Colón o Buenaventura. En 20 años los ‘megaproyectos' nos chuparán hasta la última gota de lo que generan los peajes del Canal de Panamá. Seguiremos bajo el imperio de la corrupción y sin un plan de desarrollo nacional.

Menos Demagogia Más Soluciones

Tras finalizar la VII Cumbre de las Américas y de largas jornadas en las que se oyeron discursos muy bien desarrollados por los presidentes –algunos haciendo alarde de su condición de buenos oradores y demostrando hidalguía– tuve sentimientos encontrados al ver la efervescencia que provocaron “algunos” de estos por el uso de la emotividad y el manejo de argumentos. Discursos en los que, algunos en particular, utilizaban la polarización social, la manipulación de la historia y la toma abierta de bandos como herramienta.

Asimilando un poco lo acontecido, recordé mi época de universidad en la que motivado por algunos profesores de Ciencias Políticas, me leí libros como el Manifiesto comunista, El contrato social, las biografías de Marx, Lenin, Fidel y, por supuesto, del Che, y luego de terminarlos me sentía sobrecogido con todas esas ideas utópicas que parecían poner siempre al ser humano por delante.

Pero me tomó vivir un poco más, comparar realidades, oír testimonios, ver resultados e indicadores para tener una visual amplificada de la realidad de algunos de estos países socialistas y con líderes de izquierda, lo que desembocó en un rápido desencantamiento y en la diáfana comprensión de que en un mundo globalizado y competitivo no queda lugar para la demagogia y la ciega fidelidad a ideologías que no resuelvan las problemáticas de los Estados.

Reconozco que me costó escuchar los discursos tan sentidos, “humanistas” y quijotescos de los presidentes de Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador, entre otros, porque en sus países ellos tienen situaciones sin resolver como: emigración diaria, denuncias por violaciones a los derechos humanos y a la libertad de expresión.

Resalto el caso del presidente de Ecuador, quien en su discurso despotricó en contra del “periodismo latinoamericano”, etiquetándolo como “mala prensa”.

Como ciudadano que cree fielmente en la democracia, como sistema de gobierno, jamás aprobaré a los mandatarios que se hayan tomado el poder militarmente, a los que luego de ganar elecciones por el voto popular cambien la Constitución para ser reelegidos de forma consecutiva hasta por 15 años; a los que instauran la reelección indefinida, ni a los de países en donde las elecciones populares y la oposición son un mito urbano.

Mi inquietud inmediata frente a esto es, ¿por qué, si la razón los acompaña, insisten en realizar cambios tan controvertidos a sus constituciones y no permiten que surjan otros líderes de sus propios partidos que los reemplacen?

Creo en la lucha de las ideas y en la fuerza de los argumentos, porque estos tienen vida propia, viajan y se defienden por sí mismos. Solo debe ser la lógica, la racionalidad –con un sentido humanitario– y los resultados los que reivindiquen cualquier ideología y partido político.

Son los ciudadanos comunes quienes juzgarán si sus doctrinas y planes son óptimos para el desarrollo de esas naciones. Sin embargo, la falta de insumos y alimentos, los servidores públicos que amasan fortunas injustificables y las economías colapsadas o en franco declive no son buenos síntomas de una política de Estado exitosa.

Pero lo que me consterna a la hora de redactar estas palabras es la excesiva concentración de poder que algunos de estos presidentes ostentan en su propia figura. Creo que sus constantes intentos de perpetuarse son fuertes tendencias totalitarias, que se oponen de forma evidente a los deslumbrantes discursos que oímos durante la cumbre, en los que condenaron la política exterior de las grandes potencias, y porque presenciamos una forma moderna de monarquización de sus países. Ese comportamiento es más nefasto que las acciones de los llamados países imperialistas, en los que aún se procura la alternabilidad de presidentes y de partidos políticos en el poder.

Para concluir, considero que la mejor arma de un Estado debe ser el intercambio de ideas, la representatividad y la participación de la sociedad civil.

No todo lo que viene de “la izquierda” es malo ni todo lo que hace “la derecha” es bueno, pero en todo caso, la consolidación de los líderes debe ser medida según el reflejo del bienestar de sus países y que siempre prevalezcan los buenos ideales, y no los íconos en nuestras naciones libres.

La Exitosa Cumbre De Los Pueblos

Con la asistencia de unos 3 mil delegados, la mitad de ellos extranjeros, provenientes de casi todos los países del conteniente, salvo Canadá y algunas Antillas Menores, representando a todo el espectro del movimiento social, se realizó exitosamente la Cumbre de los Pueblos, que sesionó durante tres días en el Paraninfo de la Universidad de Panamá.

A esa gama de delegados se sumó otra significativa porción de nacionales representativa de los sectores más combativos del movimiento popular, logrando un grado de unidad y trabajo en común pocas veces visto en nuestro país, que debe ser antesala a los retos por venir.

Tanto el bloque sindical de Frenadeso como el bloque de la Federación Sindical Mundial capítulo de Panamá arrimaron el hombro, superando suspicacias y rivalidades para dar fruto a los resultados de la Cumbre de los Pueblos.

Quince mesas de trabajo debatieron la mayoría de los temas que preocupan a los pueblos de América: la política injerencista de parte del imperialismo estadounidense en la región; las políticas neoliberales y sus efectos contra el derecho al trabajo digno y la libertad sindical; el problema de la migración y el trato humanitario que merece; el extractivismo y la catástrofe ecológica que está causando; los pueblos originarios y sus derechos; la invasión estadounidense a Panamá del 20 de diciembre de 1989 y la exigencia a Barack Obama de que pida perdón a las víctimas; la discriminación que sufren las mujeres y algunas identidades de género, etc.

Dos asuntos ocuparon gran parte de los debates: Por un lado, el hecho de que Cuba, por derecho propio, con apoyo solidario de América Latina y el Caribe, sin ceder un ápice a sus principios y representada por su presidente Raúl Castro, se sentara por primera vez en 50 años en una reunión de la Organización de Estados Americanos (OEA). Suceso este que todos los delegados a la Cumbre de los Pueblos celebraron, pero advirtiendo que el bloqueo contra la isla continúa y exigimos que cese de inmediato.

Por otro lado, la Cumbre de los Pueblos, al igual que la VII Cumbre de las Américas de jefes de Estado, estuvo atravesada por el decreto de Obama que declara a Venezuela como una “amenaza a su seguridad nacional”. Decreto que todas las personas con dignidad, incluidos la mayoría de los gobernantes asistentes, han condenado y exigido, junto a 11 millones de firmas que se le han entregado a Estados Unidos.

Ese “error” de la política exterior de Obama contra Venezuela lo aisló por completo como quedó evidenciado, e hizo fracasar la cumbre oficial, al no poder emitir una declaración común. Declaración que sí tuvimos en la Cumbre de los Pueblos y que es uno de nuestros éxitos.

Quedó demostrado que los “foros” montados por la OEA eran instrumentos de la política exterior estadounidense: porque sus organizadores carecían de representatividad; porque se abrogaban a título privativo el derecho de admisión; porque fueron copados por los leales a Washington, incluyendo gente de cuestionable legitimidad, mientras que los que tenían posiciones críticas se los puso a priori en minoría; porque monopolizaron los acuerdos. Quedó demostrado que el verdadero foro democrático de la sociedad civil fue la Cumbre de los Pueblos.

El broche de oro de la Cumbre de los Pueblos fue la participación de tres connotados presidentes latinoamericanos: Evo Morales de Bolivia, Rafael Correa de Ecuador y Nicolás Maduro de la República Bolivariana de Venezuela. Los tres hablaron sobre el momento político que vive el continente y la lucha por una integración sin tutela imperialista, cuyo modelo a seguir son la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.

Panamá: Falta La Política Exterior De Un Proyecto Nacional

Camino a la VII Cumbre de las Américas, el presidente y la canciller de Panamá anunciaron que su Gobierno había decidido recuperar la anterior política panameña de asumir al país como lugar de encuentro y concertación internacionales, y dejar atrás el alineamiento y enajenación en que nos hundió el anterior. Además, tuvieron la entereza de sostener el compromiso de invitar a Cuba a esa cita continental. Ambas decisiones fueron correctas, como lo probaron sus resultados. Ello merece reconocimiento, pero asimismo debe señalarse que este retorno a aquella política exterior todavía carece de varios componentes esenciales.

Algunos desaprensivos se precipitaron a pregonar que así Panamá restableció una ‘tradición' de neutralidad y diálogo, supuesto que, sin embargo, debe puntualizarse. Primero, porque no existía tal tradición pues, salvo escasas excepciones, la mayor parte de nuestra historia republicana se caracterizó por la sumisión de los Gobiernos oligárquicos. Segundo, porque el período en el que Panamá practicó una consistente política exterior de independencia ideológica, no alineamiento, autodeterminación y latinoamericanismo fue en los años del ‘proceso revolucionario', de 1970 a mediados de los 80. Tercero, porque para desarrollar esa política se requiere un conjunto de recursos conceptuales y humanos que todavía hoy faltan.

Eso no significa que ahora toque repetir lo actuado en aquellos años, pues Omar Torrijos concibió ese método frente a las circunstancias de aquella época. Pero esa exitosa experiencia panameña, aparte de darle al país su tiempo de mayor prestigio y autoridad internacionales, dejó enseñanzas cuya vigencia ha seguido creciendo.

La primera, que es indispensable diferenciar entre dos roles que nunca deben confundirse: no es lo mismo ser un territorio de tránsitos y trasiegos que un sitio de encuentros y acuerdos. El transitismo no implica una cultura de concertación política; se puede estar al servicio del tránsito sin ser un facilitador de acuerdos (como ocurrió en la mayor parte de nuestra historia). Y se puede desempañar un papel de mediación y acuerdos sin ser un área de tránsito, como Suiza, adonde rara vez alguien va de paso. Mediar y resolver es una definición política, no un territorio (aunque estar donde hay mayor conectividad ayuda a concretarla).

La segunda enseñanza es que, para una nación chica, cuyo territorio contiene un recurso de alto valor estratégico como la posición interoceánica —históricamente codiciado por grandes potencias—, preservar la integridad, seguridad y desarrollo nacionales exige desplegar una política exterior que fortalezca el derecho internacional y sus instituciones, que gane solidaridades y liderazgos con qué respaldar nuestras posiciones negociadoras. Hoy debe sumarse una destacada actuación en los organismos latinoamericanos de integración, especialmente los que movilizan mayor respaldo suramericano.

La tercera enseñanza, que todo ello requiere distinguir los objetivos de un proyecto nacional, cuyas reivindicaciones exteriores los panameños puedan sustentar en los diversos escenarios mundiales, como base de sus propuestas. Y la cuarta es que la claridad de miras de la política exterior del proyecto nacional permite convocar a los panameños más sagaces para imaginar, investigar, proponer y cumplir las múltiples iniciativas —no solo diplomáticas— conducentes a realizar esa política.

¿No fue así que Torrijos pudo captar una pléyade de personalidades intelectuales y políticas como los Aquilino Boyd, Juan Antonio Tack, Rómulo Escobar Bethancourt, Jorge Illueca, Aristides Royo o Ricardo de la Espriella, entre tantos otros? ¿Y de articularlos y orientarlos certeramente, incluso más allá de la desaparición física del general?

Bueno es —¡y mucho!— que en esta Cumbre el actual Gobierno supiera coronar su primera gran experiencia diplomática inspirándose en aquella política de no alineamiento, neutralidad activa, encuentro y concertación latinocaribeña y continental. Para hacerlo mejor, solo le faltó reconocer que esa política tuvo un fundador cuyas ideas hoy pueden abrirle aún mejores caminos a este país.