Sobrevivir Ante La Ignorancia Y La Miseria:

Los seres humanos conformamos nuestra manera de ser, actitudes ante la vida, comportamiento y personalidad con base en parámetros biológicos, genéticos, sociales y psicológicos. Una escasa alimentación provocará desnutrición, daño fisiológico y cerebral. Todo esto trae como consecuencia un bajo rendimiento físico y del intelecto.

Pasar hambre durante generaciones comporta patrones genéticos disminuidos, como el peso y la estatura, entre otras características fisiológicas. Los factores psicológicos y sociales que se derivan de la pobreza son igualmente determinantes en la formación de actitudes y de comportamientos diferentes.

Cientos de estudios señalan que la pobreza genera rasgos culturales propios: pocos deseos de planear el futuro y sentimientos de inferioridad y marginalidad que crean conductas de discriminación, de pesimismo y desconfianza social. Es decir, comportamientos sin objetivos ni metas en la vida. Muy pocos son los que, en medio de la pobreza, logran con éxito hacerse un lugar de bien en la sociedad.

Los rasgos sociales señalan situaciones de vida que marcan patrones de conductas como hacinamiento y falta de privacidad, alcoholismo, drogadicción, abandono del hogar, violencia social e intrafamiliar, intolerancia en las relaciones de pareja y familia, ausencia de la infancia como una etapa de formación y vida, deserción escolar o bajo nivel educativo y analfabetismo funcional. Esto último es lo que hace que se lesione aun más la pobreza.

Debido a la pobreza, al limitarse el lenguaje, los conocimientos científicos, y el aprendizaje cultural, social y escolar (aunque exista trabajo, habilidades y esfuerzo), las personas no se forman de manera que puedan controlar su propio destino, y surgen los cuadros crónicos de desesperanza, frustración y depresión.

Con respecto al crecimiento económico y al incremento de bienes materiales, en la actualidad hay un caudal de riquezas, servicios, bienes y productos mucho mayor que en tiempos anteriores, pero solo lo disfruta una pequeña parte de la población. La otra, que es la inmensa mayoría, lucha por sobrevivir en medio del hambre, la ignorancia y la miseria. El enorme progreso material y los niveles inaceptables de miseria y marginalidad son, sin duda, una de las mayores tragedias del mundo contemporáneo.

No quiero decir con lo anterior que el crecimiento económico y el progreso material sean inútiles o innecesarios. Ciertamente tienen efectos positivos y constituyen un elemento importante en el desarrollo de un país. No obstante, la riqueza por sí sola no logra el objetivo de desarrollo integral del ser humano y tampoco se logra de un momento a otro.

Hay definiciones de todos los gustos para describir la pobreza. Cual sea el modo de verla y definirla tiene implicaciones psicológicas que no siempre se toman en consideración en los análisis socioeconómicos. Según mi punto de vista, ser pobre representa no solo la tragedia del hambre, la desnutrición, la falta de educación, de bienes y servicios primarios o la carencia de sustento. Ser pobre conlleva alteraciones importantes en la conducta humana que no favorecen un desarrollo psicológico adecuado.

El crecimiento económico y el incremento de bienes materiales deben ser solidarios, tener como objetivo al hombre y basarse en una escala de valores. Exige, además, el fortalecimiento de la familia y debe ser integral en el contexto de un sano proceso de socialización.

El delincuente común, roba y mata, y es indolente con sus víctimas. La mayoría actúa así debido a una conducta aprendida y por la falta de oportunidades. Sin embargo, los llamados corruptos por todos conocidos son igual de indolentes, ladrones y criminales. Ostentan el dinero que es del pueblo, y matan a cada segundo las ilusiones y esperanzas del que nada tiene. Muchos aún gozan de libertad y se les acepta en una sociedad que valora a la persona por sus lujos y excentricidades. Este tipo de corrupto indolente no se afecta o conmueve ante el dolor de la pobreza, sino que se concentra en su propia existencia. Son fríos, calculadores, insensibles y egoístas por naturaleza, y generalmente, inescrupulosos y superficiales. Esto les impide sentir remordimientos, responsabilidades o ser considerados con los desposeídos.

El objetivo fundamental del progreso social es la elevación humana de los pueblos para que reine la paz, la justicia y la solidaridad; donde no exista miseria, marginación ni violencia, y los hombres tengan la oportunidad de realizar plenamente su potencial. Un pobre “educado” en amor, respeto y en lo académico, con tenacidad y voluntad, tiene el mundo a sus pies, aunque los indolentes lo quieran ver como un ser inferior. El asunto es no dejarse marginar por la indiferencia de unos cuantos.

 

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