Hay que perdonarla, diputada
La descomedida intervención de una diputada del Partido Revolucionario Democrático, con el ánimo de liquidar el programa de regulación migratoria Crisol de Razas, abre la oportunidad de reflexionar.
Los presos colombianos no suman más de 800, la mayoría de ellos por narcotráfico, y de ese total están en posibilidad de repatriación casi la mitad, según las estadísticas que manejan ambos países a raíz del Tratado de Repatriación, que Colombia ha incumplido.
Un informe de abril de 2014 del Sistema Penitenciario Nacional de Panamá, señaló que aquí había más de 14 mil 600 detenidos en 22 centros carcelarios, con una sobrepoblación de 7 mil personas.
Y que en cárceles, como La Joya, el hacinamiento alcanzaba el 130%, con cuadros dramáticos, porque hasta 11 personas dormían en una celda de 18 metros cuadrados. A la fecha no parece que las cifras hayan variado significativamente.
El escritor Carlos Fuentes, en un ensayo, Los próximos quinientos años comienzan hoy, a propósito de los debates por la celebración de los 500 años del descubrimiento de América (1992), afirmó: “El mundo por venir será como lo ha sido el nuestro, un mundo de mestizaje, y migraciones, pero esta vez instantáneas, no en carabela sino en jet”. “Todos, en las Américas, llegamos de otra parte, desde los primeros hombres y mujeres que cruzaron el estrecho de Behring hace 30 mil años, hasta el último trabajador migratorio que anoche cruzó la frontera entre México y Estados Unidos, pasando por esos ilustres indocumentados, los puritanos ingleses, que desembarcaron en Massachusetts, sin visas, en 1620”.
Fuentes vaticinaba: “En el siglo XXI veremos migraciones en masa de Oriente al Occidente y será el gran tema del siglo venidero”. Ya en el siglo XXI, es el gran tema.
¿Pueden la xenofobia, la cultura de la segregación y la exclusión ser soluciones?
No. Y menos si el tratamiento discriminatorio empieza con los vecinos.
A la diputada hay que perdonarle su ignorancia. Por ejemplo, un sector importante y populoso como San Miguelito, ha sido víctima social de los desplazamientos internos de campesinos atraídos por el espejismo de la gran ciudad, la ausencia del Estado, la exclusión y el poder corruptor de la politiquería.
La inseguridad, el sicariato y la pobreza no se importan. Se viven. Esto ocurre porque hay condiciones para su alimentación y para que las sociedades se degraden de forma acelerada.
Los pobres colombianos llegan a buscar oportunidades. Son trabajadores, salvo esa porción de indeseables que arrastran las migraciones, y que se neutralizan con trabajo de inteligencia y seguridad entre Panamá y Colombia, y entre Panamá y otros países.
Ojalá, como dijo el propio Fuentes, el inmigrante moderno encuentre su padre, Bartolomé de las Casas, y sea defendido por su padre Francisco de Victoria. “Los pueblos de Iberia y de América hemos sido grandes cuando practicamos una cultura de inclusiones. Cuando excluimos nos empobrecemos y cuando incluimos nos enriquecemos”.
Diputada, la inclusión enriquece además porque aporta muchísimo, aunque no siempre sea en dólares.