Y Después De La Cumbre ¿Qué?
Sin lugar a dudas, el consenso general fue que nuestro país aprobó con nota sobresaliente su compromiso internacional en la organización de la VII Cumbre de las Américas, calificada por muchos como la mejor. Esto evidencia nuestra capacidad de alcanzar grandes objetivos estratégicos cuando el Gobierno y el pueblo trabajan juntos.
Quedó en evidencia que esta región es la más inequitativa del mundo, que no somos pobres pero sí incapaces de hacer que el bienestar le llegue a todos, por lo que muchos de los discursos, las promesas, los compromisos y los sueños expresados coincidían en buscar “prosperidad con equidad” para nuestros pueblos. En algunos casos hubo coincidencia, en otros no, pero en lo que sí hubo unanimidad de criterio fue en darle a la educación un rol protagónico, por ser la herramienta más eficaz para derrotar a la pobreza.
Nuestro Presidente rebasó la lírica del discurso al proponer la realización, por primera vez, de la Cumbre de los Rectores con la participación de más de 400 universidades del continente. Ese escenario retomó los viejos y nuevos compromisos que demandan otra dimensión de la educación superior, como responsable de formar a los que esculpen al futuro de la patria, es decir a los niños, y a todos aquellos que desde diversos ángulos del desarrollo construyen las naciones.
Se concluyó que es imprescindible aumentar la cobertura y la retención, además de llevar educación a la gente que no puede ir a los centros educativos, para incrementar la cantidad de jóvenes que se gradúan y mejorar la calidad de lo que se enseña. Algo que debe ser tan dinámico como los cambios que vive la humanidad.
Nuestras universidades deben ser pertinentes y jugar ese papel en la solución de los problemas sociales; fortalecer la investigación e incrementar la cantidad de doctores (PhD) entre los profesores, de esta manera serán generadoras de conocimiento, no solo transmisoras de estos, y estar estrechamente vinculadas a los sectores productivos comprometidos por llevar conocimiento por igual, especialmente, a los sectores desfavorecidos.
Como país, debemos promover la ciencia y la innovación para que los niños aprendan jugando y sientan amor por las ciencias, tan fundamentales para el desarrollo de los pueblos. Debemos apoyarnos en otras universidades más internacionalizadas, con mentalidad global, que participen activamente en las redes de investigadores y estimulen el intercambio fluido de ideas, conocimientos y cooperación entre ellas, así como con las empresas y el Gobierno.
Es impostergable actuar y desarrollar políticas públicas que materialicen buenas intenciones, como la del presidente Barack Obama, quien planteó la posibilidad de que 100 mil jóvenes líderes de las Américas realicen estudios universitarios en las mejores universidades de Estados Unidos y viceversa. Para esto debemos ser bilingües. Destaco también la propuesta del presidente Juan Manuel Santos de crear un “sistema educativo americano”, similar al europeo, para que la calidad de nuestras universidades sea certificada y acreditada, y que los estudiantes y profesores tengan movilidad y enriquezcan su formación profesional.
Gracias al acuerdo suscrito entre el Gobierno de Panamá y el empresario Mark Zuckeberg, el internet será un derecho humano accesible a todos. Esto permitirá el desarrollo de aplicaciones mediante el uso de esa plataforma virtual, de forma que sin que importe la distancia las personas serán tocadas por la educación.
Todos estos temas han sido debatidos en diversos foros, y no son ajenos a nuestras universidades, conscientes de que deben renovarse. Sin embargo, falta voluntad política para que los presupuestos las provean de suficientes recursos económicos y se posibilite la movilidad y la aplicación de tecnologías de la información y comunicación, para lograr el desarrollo sostenible de los pueblos. Requerimos líderes que piensen en las futuras generaciones, no políticos que miren las próximas elecciones.