Violencia intrafamiliar:
Son tan repetitivas las noticias que dan cuenta de casos de violencia familiar en el país, que corremos el riesgo de acostumbrarnos, dejarlas pasar o desentendernos del asunto.
Pienso que algo así le pasa a las autoridades, porque están encasilladas en la búsqueda de soluciones que han probado, hasta la saciedad, que no funcionan. Así esgrimen boletas de alejamiento al cónyuge agresor (generalmente hombre) para la protección de una mujer maltratada, pero varias ya han muerto con el documento en el bolsillo. Es un problema serio del que antes no se conocía mucho, tal vez por la sumisión de las generaciones anteriores de mujeres. Ahora en tiempos de la comunicación instantánea no es fácil conservar algo así en secreto, por eso se conoce más del asunto.
Es necesario ensayar alternativas disuasorias en la búsqueda de frenar este tipo de violencia que tanto daño causa a toda la familia. El móvil de los feminicidios puede ser diverso: problemas económicos, desengaño, golpes, reclamos insatisfechos, huir de las responsabilidades y las mentiras, entre otros. Tocará a los sicólogos dilucidar esa parte, pero para evitar los hechos violentos hay que buscar otras alternativas. No podemos seguir esperando una disminución o cambios, si se continúa actuando de la misma forma.
De nada sirve emitir boletas de alejamiento, porque las ignoran; ni enviarlos a la cárcel, pues utilizan esa condición para evadir responsabilidades. Se impone experimentar con otras penas, tal vez, copiando los castigos de nuestros hermanos gunas mediante una rejera pública, con un ramo de ortiga, o como el castigo que los ngäbes aplican a los agresores al mantenerlos en el cepo, durante uno o varios días, en una plaza pública o, quizás, ordenando que realicen servicio comunitario, con grilletes y uniformes que indiquen el porqué cumplen penas limpiando áreas públicas (patios limosos, zanjas, quebradas y alcantarillas obstruidas) en la comunidad en que residen.
Estas penas, más que el castigo, tocan sus orgullo y los pone a pensar antes de actuar impulsivamente; evita la cárcel y no se corta su fuente de ingreso (lo que afectaría a la víctima y a los hijos). Con esto, también, se contribuye a evitar recargar las cárceles, ya de por sí congestionadas.
La violencia intrafamiliar es responsable de la desunión e influye directamente en el comportamiento de los hijos, que serán futuros agresores o víctimas sumisas, a menos que vean un fin no trágico de la situación y tengan ejemplos concretos de la certeza de castigo; no tan radical como la cárcel (que envilece más al agresor) o la muerte.
Entre los niños que acuden a los colegios públicos –cuyos padres incurren en esta conducta con mayor frecuencia– es necesario incluir clases de comportamiento civilizado en la relación de pareja, la conservación del hogar e inculcar buenos hábitos familiares como parte de la materia de educación para el hogar. También, se debería solicitar a los bancos locales (que tanto hablan de responsabilidad social empresarial) que dicten entrenamientos básicos a los docentes y estudiantes en el manejo de la economía en el hogar, el uso adecuado de las tarjetas de crédito, el cuidado del crédito, etc. Conocimientos que son complementarios para superarse en la vida y para tener mejores ciudadanos.