Trabajo, crecimiento y distribución del ingreso

El último número de la revista de la Cepal (114), publicado en diciembre de 2014, contiene una serie de interesantes artículos, entre los que se destaca la investigación de Martín Abeles, Verónica Amarante y Daniel Vega, titulada “Participación del ingreso laboral en el ingreso total en América Latina, 1990 – 2010”. En esta aparecen algunos coeficientes referentes al caso panameño, los cuales resultan útiles para entender un rasgo peculiar de nuestra economía: su naturaleza concentrante y excluyente.

En un primer momento, cabe destacar los resultados de la investigación en relación con la participación de las remuneraciones de los asalariados, es decir, la masa salarial, en el producto interno bruto (PIB). De acuerdo con los mismos, los asalariados en 1990 recibían el 58.6% del PIB, y este porcentaje se redujo a 40.6% en 2000, para luego seguir bajando hasta 35.2% en 2009. Esto significa que la participación de las remuneraciones de los asalariados en el PIB habría perdido 23.4 puntos porcentuales, de los cuales 5.4 puntos corresponden al periodo 1999 – 2009. Aun si las cifras específicas difieren un tanto, esto confirma la tendencia que habíamos descrito en otros artículos, cuando, utilizando las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y Censo (Inec), destacamos que solo entre 2000 y 2012 la participación de la masa salarial en el PIB se redujo en 7.8 puntos porcentuales.

Es conveniente destacar, para aclarar los hechos, que la tendencia observada no se puede explicar por una caída de la participación del trabajo asalariado en el total del empleo. De acuerdo con los datos de Abeles, Amarante y Vega, los trabajadores asalariados que en el año 2000 representaron el 62.7% de los ocupados, pasaron a ser el 67.5% de la ocupación en 2011. Tampoco es posible explicar la situación por una caída de la productividad media del trabajo, ya que esta creció aproximadamente 17.1% en el periodo de referencia.

Un elemento interesante del artículo que venimos comentando es que el mismo intenta ir más allá, en el mismo se calcula adicionalmente la participación de todos los ingresos laborales en el PIB, incluyendo en el cálculo los ingresos de los trabajadores cuenta propia que pueden ser imputados al trabajo. Este cálculo, que implica desglosar los llamados ingresos mixtos, se realiza en una modalidad que supera la tradicional forma de imputarles a los cuenta propia un salario equivalente al promedio nacional. Esto lleva a los autores a concluir que para el caso de Panamá la participación de los ingresos laborales en el PIB se redujo desde el 47.8% en 2000 hasta el 40.6% en 2009, lo que muestra una caída de 7.2 puntos porcentuales.

Los trabajadores panameños perdieron solo en 2009, dada la peor distribución del ingreso, un total equivalente a $1,739.7 millones. Esto significa una pérdida promedio de $1,207.45 por trabajador ocupado.

Con el fin de darle una expresión concreta al significado de la pérdida de ingresos que afecta a los trabajadores, resulta útil calcular el valor corriente de la misma. Tomando en cuenta la caída observada en la relación entre la masa de los ingresos laborales y el PIB entre 2000 y 2009, así como el PIB a precios corrientes de este último año, se puede concluir que los trabajadores panameños perdieron solo en 2009, dada la peor distribución del ingreso, un total equivalente a $1,739.7 millones. Esto significa una pérdida promedio de $1,207.45 por trabajador ocupado. Si se proyecta la pérdida hasta el año 2012, asumiendo que el coeficiente de pérdida se mantiene (este en realidad parece haber aumentado), el impacto negativo alcanza $2,587.6 millones en total y $1,693.25 anuales por trabador ocupado, lo que representa cerca de $141.10 mensuales.

Se trata de una pérdida significativa, la cual está vinculada con los problemas relacionados con el deterioro de los derechos laborales, así como con el fenómeno de la especulación y la inflación. Si comparamos $141.10 de pérdidas mensuales con el supuesto ahorro en la canasta básica de la actual política gubernamental, el cual escasamente alcanza cerca de $12.00 mensuales, entonces queda claro que la misma está lejos de enfrentar el verdadero núcleo del problema.

Resulta evidente entonces que el dinámico episodio de crecimiento observado en los últimos años no ha logrado enfrentar la naturaleza concentrante y excluyente del tradicional estilo de desarrollo. Los planes y programas económicos de la actual administración, diseñados con exactamente los mismos criterios de los Gobiernos anteriores, tampoco apuntan hacia políticas capaces de superar esta situación, sobre todo, en condiciones en que la economía parece dirigirse hacia una trayectoria caracterizada por un menor dinamismo.

 

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