Todos somos iguales

En días pasados leí una información de la periodista Aminta Bustamante quien, con claridad y elocuencia, narró el bochornoso debate del proyecto 62 sobre el llamado “Crisol de razas”, y cómo los xenófobos de turno –con el odio reflejado en sus pupilas– volvieron a arremeter contra los extranjeros y panameños nacionalizados. Esto en contubernio taimado con quienes ese día solo dejaron pasar a las turbas irresponsables y le prohibieron la entrada de aquellos que no apoyaban sus irresponsables pronunciamientos.

Con la bandera del supuesto nacionalismo, dejaron ver con claridad sus verdaderas intenciones, su falta de amor al prójimo, su chovinismo y su mentira. Si de veras odiaran tanto al extranjero no lucirían las prendas ni las ropas importadas que usan; se trasladarían a pie pues los suntuosos vehículos que conducen se fabrican en otros países; no harían viajes de vacaciones al exterior; no comprarían ningún producto que no sea del país, etc. etc.

Panamá tiene claras leyes migratorias y de todo tipo. ¡Háganlas cumplir! Y desaparecerán los delincuentes extranjeros y nacionales. ¿Qué posible turista digno visitaría el país con esta propaganda tan bien montada contra el foráneo?

La xenofobia no es más que una variante del racismo y del fascismo. No podemos darnos el lujo de insultar y despreciar a la gente que nació fuera de nuestras fronteras, porque en todo tiempo, pero más en el mundo actual, “todos necesitamos de todos”.

Imaginen, por un momento, que los pueblos y gobiernos pensaran igual que estos xenófobos: ¿A quién le exportaríamos los productos nacionales? y, sobre todo, ¿a quién le importaríamos las prendas, la ropa, los autos, las medicinas, los electrodomésticos? … Aun estaríamos en la edad de piedra.

Por fortuna, aunque hacen daño y confunden a mucha gente, los xenófobos son unos pocos y se conocen bien. Esperamos que los gobiernos no les sigan el juego.

Ojalá nunca tengamos que padecer una catástrofe natural severa o una pandemia generalizada, como ha ocurrido en otros países con el ébola, por ejemplo. De ocurrir, entonces clamaríamos ayuda a nuestros “hermanos extranjeros”. Esta última reflexión la dirijo al pueblo más humilde que, por ignorancia, le ha seguido el juego a estos “honorables señores y señoras”, pues ellos, en caso de suceder esa desgracia volarían de inmediato al extranjero (que hoy desprecian), porque tienen los medios para hacerlo.

Para concluir, quiero que todos los confundidos, o no, recapaciten sobre lo siguiente: Recuerden que absolutamente todos los seres humanos procedemos del mismo lugar, es decir, de las entrañas de nuestras queridas madres, sean blancas, negras, mestizas, amarillas o rojas, pero madres al fin, y que como tales merecen respeto y cariño.

 

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