Sean Penn entrevista a Martinelli

La noticia es impactante. Solo hoy un hombre es capaz de hablar con los prófugos más buscados, esos que solo se comunican mediante teléfonos encriptados y mensajes cosidos en la ropa interior de un corredor de fondo. Los prófugos siempre suelen caer por su egolatría, por esos delirios de grandeza que suelen acosar en la soledad a aquellos que durante unos instantes (medidos en lógica histórica) rozaron el paraíso y que de pronto se encuentran en un cuarto, en shorts, con la barriga al aire y todo su magnetismo atrapado en una botella de ron Abuelo (encima, el ron de tu enemigo).

Esos hombres, inmensos en su ceguera, solo pueden ser contactados por Sean Penn. No iba a ser menos Martinelli. Penn, acostumbrado a personajes de carácter y a historias truculentas, llegó hasta el escondite estadounidense del expresidente de Panamá después de haber visitado al Chapo Guzmán en las montañas de Durango. Lo primero que sintió es una profunda decepción. Martinelli lo recibió en un hotel de lujo y le obsequió una gorra de Cambio Democrático mientras un equipo de la CNN esperaba la autorización del actor gringo para inmortalizar el momento. No le gustó a Penn, que esperaba una escena más clandestina, de más riesgo. Tampoco le interesó mucho la infancia de Ricardo, ni sus argumentos respecto a la persecución a la que está siendo sometido en Panamá. Así que, despeinado y aburrido, el actor le firmó una foto de recuerdo de la película 21 gramos y salió corriendo de la escena. Fracasamos en el intento de saber más de Ricardo en su exilio de oro y, si ya esperamos la película sobre el Chapo y sus míticas escapadas carcelarias, Penn prometió que no se acercaría a Martinelli hasta que pudiera publicar en Rolling Stone su primera entrada a prisión.

Cada país tiene a sus prófugos. Es evidente que México o Colombia han logrado altas cotas de rating en este asunto y que Panamá, de momento, se tiene que conformar con un señor grotesco que huye sin huir y que como preso de lujo sigue manejando ciertos dispositivos del poder desde su celda-hotel de cinco estrellas.

Sin embargo, es cierto que hay ciertos paralelismos con el Chapo Guzmán. El primero es que a los presidentes de sus países les interesa su existencia: mientras los medios y los consumidores de medios estén entretenidos con las hazañas del capo de la droga y del político-capo nadie enfilará sus críticas o sus lupas a las acción de gobierno. Peña Nieto ayudará al Chapo a escaparse de nuevo para poder mantener altas cotas de pantalla en esa novela que se llama Gobierno de México. Varela seguirá mandándole botellas de ron Abuelo a Martinelli para que las brechas en las paredes de las nuevas esclusas del Canal o la incapacidad para controlar la economía de país no le generen un problema político en su ficción preferida: gobernar.

Ambos personajes carecen de verbo grácil y su cultura general es tan escasa como su elegancia, pero los dos –el Chapo y Ricardo– gustan de presumir de dinero y poder y con ambos suelen tapar sus falencias en otros campos necesarios para despuntar en la “buena” sociedad. En los dos casos, el odio y la fascinación se combinan en dosis perfectas. Es lo que tiene la riqueza: que aunque haya sido adquirida por medios ilícitos (¡Y cuándo no!) siempre nos da un puntito de envidia. También comparten los buscados varones la capacidad de corroer las estructuras de cualquier sociedad. Uno lo hace distribuyendo droga y plomo de forma masiva; el otro lo consigue involucrando a una buena parte de la sociedad en un sistema de lealtades mafiosas y corruptas que pone a prueba cualquier solidez moral.

Así que Sean Penn quizá se esté equivocando con “nuestro hombre”, ese al que Trump no ha propuesto expulsar (a pesar de ser un inmigrante acusado de graves delitos en su país de origen) y ese al que es más fácil ver en la Fox o en CNN que en una sala de audiencias de la Corte Suprema de Justicia de Panamá (a pesar de que su amigo José Ayú Prado presida ahora este órgano trasplantable del que se duda más de lo saludable).

Sean, escúcheme usted: vuelva a buscar al prófugo panameño, propóngale comenzar una película rodando durante los culecos que tantas alegrías le proporcionaron al patrón, pídale la banda sonora a los que fueron sus músicos de cabecera (DJ Black y Los Rabanes podrían hacer un buen trabajo conjunto) y apueste por un éxito de taquilla en el que el protagonista puede hablar, bailar y robar al mismo tiempo. El Chapo no podría.

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