Se requiere una mejor Asamblea
Antes del golpe militar de 1968, los diputados eran electos por provincias, dependiendo de los habitantes de estas. La costumbre era que cada empresa grande tuviese su diputado. Así, en Bocas del Toro y Chiriquí las bananeras contaban con su representante legislativo, al igual que grandes empresas, como Cemento Panamá, Cervecería Nacional y la Fuerza y Luz en la provincia de Panamá, Varela Hermanos en Herrera y, los ingenios en Coclé. Los grandes terratenientes y ganaderos de Chiriquí, también procuraban tener a alguien de confianza en el hemiciclo. En provincias como la chiricana y Bocas, donde el sindicalismo bananero era poderoso, pudieron llegar a la Asamblea al abogado sindical Carlos Iván Zuñiga y al dirigente obrero Virgilio Schuverer. Esos eran casos excepcionales.
La Asamblea que encontraron los militares en el 68, solo duró once días y sus diputados no recibieron pago alguno durante ese período. Eso sí, ya existía una planilla especial de 300 personas, ‘botellas ', que de seguro jamás irían a trabajar, allegadas a los que habían ganado las elecciones. Toda esa información fue publicada en los periódicos de la época para darle justificación a los militares ante el golpe que acababan de dar para ‘adecentar el país ' tan destruido por la ‘oligarquía ' y los ‘políticos corruptos '.
Panamá fue gobernada por Decretos de Gabinete hasta 1972, cuando se conformó la Asamblea Nacional de Representantes de Corregimiento (al inicio de solo 505), cuyas funciones básicas eran elegir cada seis años al presidente y vicepresidente (que le indicaran los cuarteles) y declarar la guerra. Paralelamente ese año se nombró un Consejo Nacional de Legislación, integrado por allegados al régimen, donde nunca se supo con exactitud cuántos eran, pero que sirvió de Órgano Legislativo hasta 1980, cuando se elige un híbrido de Asamblea: dos por cada provincia y dos representantes de corregimientos, electos en 1978, por cada provincia.
En 1983, con las reformas constitucionales que incluyen para 1984 la primera elección presidencial desde el golpe del 68, se discute cómo integrar la nueva Asamblea. El representante de la Democracia Cristiana en esa comisión, José Antonio Sossa, propuso la integración de una Asamblea compuesta por diputados nacionales, escogidos de la dirigencia de los partidos, y diputados electos por provincia. La idea era de llevar a gente valiosa de cada partido a la Asamblea que quizá postulados nunca ganarían una elección. Se buscaba mejorar la calidad de los integrantes de esa institución tan desprestigiada.
Lo primero que hicieron fue llamarlos legisladores, ante el gran desprestigio que tenían los diputados de antes. Rubén Darío Paredes, a la sazón comandante de la Guardia Nacional, influyó para que la idea de parlamentarios nacionales no prosperará. En su lugar promovieron la elección por circuitos electorales, donde un circuito electoral con 20 000 habitantes elegía tantos legisladores como una provincia con diez veces más población; esa fórmula no garantizaba la representatividad. Así se controlaría mejor a los electos. O sea que, si bien elegiríamos una nueva Asamblea por primera vez en 16 años, no se encontró la mejor fórmula para hacerlo, totalmente d esgastada y desfasada hoy.
Hoy tenemos 32 años de ese experimento que cada vez se percibe peor por la población. A pesar de que el PRD se apropió en 1984 de 16 curules que no le pertenecían, la mejor Asamblea que ha habido con el nuevo sistema fue precisamente ésa, indistintamente yo hubiese estado allí. En el Panameñismo había gente de primera línea como el colonense Jacobo Salas, Marcos Alarcón, y Antonio Arias. En el Liberal estaba Mario J. de Obaldía; en el Molirena se destacaron Jorge Rubén Rosas y Jaime Fernández y por el Gobierno nadie duda del valor de Luis Navas, Lucho Gómez, Rigoberto Paredes, Alfredo Oranges, Raúl Montenegro, Jerry Wilson y Ovidio Díaz, por mencionar algunos, siendo los de la Democracia Cristiana, Carlos Arellano Lennox, Bertilo Mejía, Raúl Ossa, Jorge Montemayor y yo.
Después de 32 años urge una mejor integración legislativa. Sin egoísmos y mirando al futuro, el país requiere de un mejor Parlamento. De mejor calidad; lo que hemos tenido en los últimos años, con raras excepciones, da lástima y pena. Donde los electos no lo sean por su dinero ni por la relación que tengan con actividades ilícitas. Donde la población, tal como ocurría en 1984 y en 1990, escuche con atención sus sesiones, ya que sabe que allí está representada la Patria.