Se necesitará un nuevo partido político en Panamá
La sociedad panameña ha visto cómo los partidos políticos se han ido agotando. Prácticamente han desaparecido ideologías y grupos con alguna definición programática. Pareciera que todos han sido cortados con la misma tijera. Eso es preocupante para el país, como lo fue para Venezuela hace 17 años, cuando tantos cuestionaban los partidos y abrieron la puerta para que se colara un demagogo, neocomunista y corrupto como Hugo Chávez. El problema es que son pocos los que ven posibilidades a que sean lo que en algún momento de su historia fueron.
En una ocasión, ya alejado del Partido Popular, antes el glorioso PDC, me invitaron a un encuentro con un viejo amigo, el expresidente de Chile, don Patricio Aylwin, el primero después de la dictadura de Pinochet. Casi al final, a pregunta de él sobre el porqué un partido que había sido tan grande como la DC en 1989 se había reducido a su actual dimensión, contesté llanamente: ‘Dejamos de ser diferentes y ahora nos parecemos a todos los demás'. Usé el ejemplo del partido CD de Martinelli, diciendo que solo teníamos que poner las letras al revés, DC, y éramos la misma cosa. Un partido dominado por un pequeño grupo solo interesado en lo mismo que los demás: prebendas políticas.
En Panamá no hay partidos políticos sino grupos de interés que se han unido para llegar al poder. No hay ideas concretas; menos planes de Gobierno reales, que solo se hacen para que poca gente los lea en los suplementos incluidos en algún periódico, pero que después de ganar se guardan en una gaveta que nunca más nadie abre. No hay concordancia en lo que se dice y promete y en lo que se hace una vez se llega al poder. Hemos regresado al pasado donde grupos económicos poderosos trazaban el futuro del país.
A los viejos partidos PRD, Panameñista y Demócrata Cristiano se les agotó la mística que un día tuvieron ni se diga de Cambio Democrático, creado a imagen y semejanza de una persona. No se sabe si son de Gobierno o de oposición, como es el caso del PRD desde el periodo pasado que se repite en el presente con el ‘pacto de gobernabilidad' con Varela que hasta en embajadas y notarías hay gente de ese partido nombradas y una buena cantidad de sus afiliados tiene puestos en la Asamblea o en el Gobierno central.
En el Gobierno de Martinelli, a los que se cambiaban de partido les decían ‘tránsfugas'. Ahora, aunque no se cambian, no son ni chicha ni limonada. Curiosamente, lo malo de antes se tolera ahora sin problema alguno. Lo que se proyecta de los diputados, con escasas excepciones, desdibujan su independencia y el trabajo real de fiscalización que deben hacer.
El futuro no es para nada halagador, porque para 2019 no se presagia cambio alguno. Todo indica que las cosas serán peor, porque cada día el descaro es mayor. Eso de lealtad partidaria y luchar por el bien común ha desaparecido casi que por completo. Todo se concentra en cuánto poder se logra tener: consulados, familiares nombrados, contratos y cómo beneficio a los que me ayudaron en campaña, para que me vuelvan a apoyar.
Ya ningún partido puede exhibir que tiene capacidad para motivar y congregar jóvenes. No tienen atracción alguna para nadie que no sea conseguir un puesto dentro del Gobierno. No hay mística, no hay principios; eso de la ética y la moral en la política es para los tontos o soñadores. Simplemente no hay líderes a quienes seguir como los tuvo el PRD con Omar Torrijos y el mismo Panameñismo con Arnulfo Arias y la Democracia Cristiana con Ricardo Arias Calderón. Tampoco la izquierda criolla, vinculada internacionalmente a proyectos fallidos y corruptos como el de Chávez y Maduro en Venezuela, muestran ningún liderazgo sólido.
¿Será el momento de crear nuevos partidos que le den cabida a gente valiosa como los que integran MOVIN? ¿O sería mucho pedir a los actuales dirigentes políticos que se percaten del despeñadero al que su egoísmo y falta de visión política están llevando al país? No tengo aún la respuesta, pero de seguro que muchos coinciden en que el país va por muy mal rumbo, sin brújula alguna, con gobernantes que no consultan y se creen autosuficientes, con la justicia envuelta en el más profundo estercolero y la Asamblea Legislativa totalmente plegada al Ejecutivo, sin entender cuál es su verdadero rol.