Procesos judiciales, linchamientos públicos
Los pueblos, las naciones, se dice, juzgan a sus delincuentes a través de los jueces. Quién juzga a los jueces? Se dice, igualmente, que los superiores de esos jueces. ¿Y los superiores de esos jueces? Pues sencillo: Dios. Nadie escapa del justo juicio del Creador, el grandioso y soberano juez de toda la Tierra, con lo cual, lo que quiero decir no es que no existan instancias para juzgar a los magistrados de las cortes de las naciones, sino que siempre sobre el juzgador hay otro juzgador por encima de él y por encima de todos ellos, Dios. Juez absoluto y supremo.
Ha culminado el denominado “proceso” contra Alejandro Moncada Luna. Representación auténtica de lo que no debe ser un proceso auténtico y legítimo. Para ser sincero conmigo mismo, tenía Moncada Luna jueces por todas partes: desde abogados particulares que lo crucificaban a diario, pasando por los jueces de los medios de comunicación, no se descartan comentaristas de todos los espacios en la comunicación, periódicos, el fiscal, las juezas de garantías, etc. Algunos se atrevieron a decir que “la ciudadanía estaba al tanto” de ese pseudo juicio. Qué gran engaño! La ciudadanía no estaba en el juicio, ni siquiera lo entendía. La ciudadanía, muchos años hace ya, que aún sigue haciendo lectura en otras cuestiones que le son vitales: empleo, educación, seguridad ciudadana, alimentos, casas, gastos diarios, luz, agua, etc.
He visto a muchos que se llaman cristianos, sean evangélicos o católicos, comportarse como verdugos de la más dura catadura de insensibilidad, frialdad e indiferencia. Cuales Caifás o fariseos de la época del más injusto juicio que haya conocido la humanidad, el juicio de Cristo, todo lo que salía de la boca de ellos era “crucifícale”.
En realidad, no se por qué, pero tengo el amargo sabor de que la sentencia de Moncada Luna más que una sentencia de un juicio objetivo, imparcial, impartial y humano, ha sido el rédito de muchas presiones políticas, de mucho cerco y muchas puyas, en donde al señor Moncada Luna, ante las presiones, miedos, críticas, etc., no le quedaba de otra que optar por el acuerdo de pena y menos con instancias legislativas castradas de toda independencia y de todo vestigio de auténtico carácter como órgano del Estado.
Por mucho que se esforzaron las juezas de garantías de citar cosas importantes como la independencia, la imparcialidad, el debido proceso, constitucionalización del proceso, respeto a los derechos humanos y a la dignidad humana, lo que la ciudadanía sí sabe es que eso es de lo que menos ha habido en este proceso.
Basta echar lectura al sagrado patrimonio de la dignidad de todo ser humano, inviolable, Tierra Santa para cada ser humano, siendo que en este proceso dicho principio fue pisoteado a diario. Los medios disfrutaban -pienso- considerando que el pueblo lo haría, que se gozaría con cada imagen que divulgaban y en la que aparecía el rostro del acusado. Equivocación. Soberana equivocación! Lejos de despertar pasiones odiosas o egoístas en los ciudadanos, los que siguieron el proceso en los medios empezaron a sentir un cierto aliento de solidaridad, de comprensión y hasta de lástima en beneficio del acusado Moncada.
La sentencia de Moncada Luna, más que una sentencia de un juicio objetivo, imparcial, impartial y humano, ha sido el rédito de muchas presiones políticas.
La sociedad, luego, aún se pregunta ¿quién o quiénes condenaron al señor Moncada Luna? Si fueron realmente las juezas de garantías, el fiscal o los medios de comunicación, y entre ellos, alguno en especial? Pero créanme, la sociedad, jamás.
Nada mejor para un Estado, para una sociedad, que sus delincuentes sean ejemplarmente condenados, pero cuando se hace de los procesos una especie de circo romano: pan y vino, la sociedad responde con repulsa ante tales juicios o procesos.
Por ello, concluyo: Qué bueno habría sido que su escenario de juzgamiento, el del señor Moncada, hubiere sido un escenario de auténtica y legítima objetividad, de transparencia, con juezas de garantías imparciales, sin interés en las resultas del caso, sin que salieran ellas mismas a hablar del proceso, con un fiscal profesional, conocedor del Derecho, un acusador idóneo, y –sobre todo– con periodistas objetivos, profesionales, no dueños de la verdad ni estoicos seres que desde las gradas de la acusación inusitada aún parecieran gritar: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale!
No vislumbro mucho tiempo, ya se verá, cuando un ejército de voces empiece a levantarse y a pregonar de las injusticias, por vicios de formas, sobre todo, en el juzgamiento de Moncada Luna.
La historia de este país, como de cualquier otro, no se olvide, siempre ha sido un corsi et recorsi, al decir de Juan Bautista Vico, de un permanente “ir y venir”, o lo que yo personalmente me he permitido en calificar como “el comportamiento pendular de los políticos de mi país”.
Dios bendiga a la Patria!