Por qué no espero nada del Estado

Al momento de enfrentar cualquier tipo de problema, la primera reacción de los ciudadanos es voltear a ver qué ha dicho o hecho el Estado respecto al tema. Esta se ha convertido en un impulso tan fuerte que hemos llegado a pensar que únicamente a través de la maquinaria estatal podemos resolver los conflictos. Esta conducta es entendible, dado a que teóricamente el Estado cuenta con la responsabilidad, mecanismos e instituciones para atacar el problema. Sin embargo, olvidamos que el Estado es naturalmente ineficiente y generalmente los resultados que obtiene son mediocres o insatisfactorios.

No culpo a nadie por reclamar o exigir que ‘el Gobierno debe hacer algo ', pues es una mentalidad heredada de pasadas generaciones. A diferencia de esas generaciones, nosotros contamos con los medios y la capacidad de difundir y coordinar la información disponible de forma mucho más eficiente. Si queremos evolucionar como país tenemos que actuar por medios distintos al Estado; tecnologías como Uber y los servicios de ‘busitos piratas ' han transformado la manera en que nos transportamos. Ninguna ley o programa estatal ha logrado mejorar nuestra capacidad de movilizarnos en la ciudad de forma tan eficiente.

No podemos ser ingenuos y pensar que una ley es el santo remedio a nuestros problemas. El éxito de cualquier acto estatal depende del movimiento de un sinnúmero de engranajes, probablemente oxidados que difícilmente producen resultados positivos. El sistema de transporte público es el perfecto ejemplo, a pesar de ser bien intencionado y del dinero y esfuerzo de muchas personas no ofrece servicios de calidad adecuada. La mayor parte de la ciudadanía organiza su vida alrededor de este sistema gubernamental y se olvida de la posibilidad de sistemas de transporte sin la existencia del Gobierno.

Resulta difícil materializar iniciativas privadas que puedan romper con las actividades estatales, porque el Estado mantiene (Metrobús y Metro) o concesiona (taxis) monopolios en el ejercicio legítimo de esas actividades y consecuentemente no permite la competencia. En caso tal que se permita la competencia, le resulta poco factible a una agrupación privada rivalizar con una entidad cuya operación es subsidiada por todos. A pesar de aquello, cada vez vemos más iniciativas innovadoras que logran proveer un buen servicio.

No tengo la solución a los problemas del transporte público y evidentemente el Estado tampoco. Sin embargo, las comunidades y emprendedores pueden organizarse de formas creativas para obtener un servicio más eficiente que el actual. El problema está en que el Estado no permite que esas organizaciones florezcan; en que vemos al Estado como la única forma de solucionar los problemas, sin entender que el inconveniente es precisamente el Estado. El transporte público es solo un ejemplo, debemos extender este pensamiento a todos los niveles de nuestra sociedad (salud, educación, seguridad y demás). El costo de la operación estatal no es solo el dinero recopilado por impuestos, sino también todo lo que los ciudadanos pudimos haber hecho con ese dinero.

Vivimos en una sociedad libre, nada nos limita a perseguir nuestras metas siempre y cuando los medios sean respetuosos al derecho ajeno. La próxima vez que enfrentemos un problema, pensemos cómo podríamos solucionarlo sin esperar que el Estado lo haga. Estoy seguro de que los remedios serán mucho más innovadores y eficientes que aquellos que puede aportar un burócrata con el trazo de su bolígrafo.

No espero que las iniciativas ciudadanas resuelvan todas nuestras complicaciones de la noche a la mañana, mucho menos que sean perfectas; pero seguramente son más deseables que las ofrecidas por el Estado. Existe una realidad paralela llena de creatividad e innovación donde nadie le ruega a su político de preferencia por nada, y en búsqueda de mejorar nuestra calidad de vida tomamos iniciativa propia. Intentemos converger la nuestra con aquella.

Los comentarios están cerrados.