Migrantes ‘offshore’

La posmodernidad y la globalización dicen habernos regalado un mundo permeable, abierto, complejo, casi nos hace propietarios de una ciudadanía planetaria. Pero no para todas las personas. Aunque ya no hablamos ni escribimos de las clases sociales, la globalización no va por barrios: va por clases.

Es cierto, los más “afortunados” (como si la riqueza fuera fruto de un sorteo en lugar de un expolio) pueden viajar a casi cualquier parte: su pasaporte y sus tarjetas de crédito, el color de su piel (casi siempre blanco), la persuasión de sus ademanes y la seguridad de que solo van a robar calzando guantes (también blancos) les abren todas las fronteras. En los aeropuertos, como en la vida, hay accesos VIP, salones VIP, seguridad invisible para los VIP, empleadas y empleados acostumbrados a tratar con quienes hablan y callan de una forma diferente.

También están abiertas las fronteras para sus negocios. Pueden importar y exportar desde y hacia los lugares más insospechados, abren compañías offshore asentadas en no-lugares para evitar pagar impuestos en sus lugares de residencia, tienen sus recuerdos en “la nube” y no suelen bajar de la nube de su clase para solucionar los problemas cotidianos: siempre se puede pagar a alguien para que haga gestiones en Migración, en Tránsito o en la Dirección General de Ingresos… Las puertas de la burocracia se abren con tanta facilidad como las fronteras cuando quien reclama o quien pide no es un nadie.

La globalización (y la posmodernidad) no son para los nadie. Es decir, para la inmensa mayoría de esta humanidad tan poco humana. Es más, esta globalización de cartón piedra tiene la capacidad de hacer invisibles a las poblaciones superfluas, a los “residuos humanos” (Bauman dixit) para los que nuestros Estados no tienen un lugar asignado. Y da igual que comporten sufrimiento, que sean los voceros de la barbarie… los nadie permanecen en el limbo de la legalidad pero, ante todo, de la humanidad.

Eso es lo que les ocurre a los 500 africanos que están a la intemperie en el terreno de nadie que separa Panamá de Costa Rica. Mientras los focos están puestos en Mossack y Fonseca y en los otros fabricantes de la globalización del capital… gente con nombres y apellidos, con vidas arruinadas por esta civilización tan poco civilizada, son expulsados de uno y otro lugar, en su afán por llegar al paraíso vetado del imperio del norte. Los países del sur son buenos guardias de seguridad del imperio y evitan que se perturbe al gigante asumiendo la vergüenza de tratar, como animales, a quienes buscan algún espacio en el que comenzar a ser.

Escribía Hanna Arendt que “estar desarraigado significa no tener en el mundo un lugar reconocido y garantizado por los demás; ser superfluo significa no pertenecer en absoluto al mundo”. Estas gentes, como los cubanos que empujan una frontera tan sólida como las leyes que las alambran, están pasando de desarraigadas a superfluas delante de la opinión pública (y publicada) de Panamá.

Las organizaciones de derechos humanos, las que defienden una justicia para todos y todas, las gentes de bien, deben movilizarse para recuperar para la vida a los migrantes offshore (sin patria, sin legalidad vigente a la que aferrarse). Si los Estados nos separan con muros y fronteras, con leyes y policías, nosotras, las personas dignas, debemos, como mínimo, estar al lado de los otros, de los que nos necesitan. Da igual quiénes sean; lo único que importa es que son seres humanos.

Los europeos en este triste 2016 hemos vuelto a 1935 y nos estamos comportando, con los cientos de miles de personas que buscan refugio en el continente que presume de derechos humanos, como los alemanes que se hicieron los locos ante el inicio del fin, ante la planificación industrial del exterminio. No puede ser asunto de cantidad de “residuos humanos”, sino de calidad de la respuesta. Si hoy no nos identificamos con los nadie y somos con ellos una masa solidaria que identifica en cada nombre y en cada sufrimiento el nombre y el sufrimiento propio, mañana solo nos habitará la ausencia y la vergüenza: seremos todos individualmente fascistas, seremos todos responsables intelectuales y materiales de las vidas arruinadas, desencajadas de los 500 africanos, de los 2 mil cubanos, de los cientos de “nadie” aún sin registrar que sufren en nuestra patria el infinito castigo del poder. Abandonemos el tonto egoísmo de creer que los derechos solo son para nosotros, hagamos una pira con los pasaportes y los patrioterismos y hermanémonos con los que son más parecidos a nosotros, que con los ricos que utilizan nuestra nación para robar, engañar, evadir impuestos y blanquear capitales. No hay derechos humanos si no son para todas y todos. No hay migrantes, hay personas. Puede haber fronteras entre los países, pero no entre nuestras almas.

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