Martinelli, te espera un debido proceso

La injusticia nos parece justa cuando no se nos aplica. Nos ocurre a todos… Es difícil que salgamos a la calle para exigir justicia y debido proceso para los que suelen habitar las celdas insuficientes de los penosos penales nacionales, aunque la inmensa mayoría conviva con aguas fecales y ratas a la espera de tener, al menos, un proceso, debido o no. Es muy extraño que la sociedad reclame un debido proceso para un asesino en serie o para un violador. Pero en eso consisten la justicia y los derechos humanos, en que son –en que deberían ser– para todos, hasta para nuestros peores enemigos sociales.

El problema es cuando se manipula el término de debido proceso para adaptarlo a los intereses de una persona o de un grupo de presión. Históricamente, en Panamá, los debidos procesos de los poderosos han sido aquellos que los han exculpado. Conocemos demasiados ejemplos de ello. Suelen llegar, los procesos, después de que abandonan el poder político o cuando su embarrada supera los límites de lo tolerable por la opinión “‘publicada”. Antes, cuando ocupan presidencias, ministerios o posiciones de autoridad, les suele gustar determinar a ellos qué es un debido proceso y se suelen llenar la boca para prostituir palabras tan importantes como justicia, democracia, libertad o solidaridad. La semántica del poder casi siempre es sucia y torticera. La semántica de los nadie es muda por falta de audiencia.

La historia, sin embargo, es caprichosa y suele provocar ajustes de cuentas imprevistos. Martinelli…¿lo recuerdan?: el todopoderoso y deslenguado presidente, el millonario que saldría con las manos limpias, el empresario que regentaba un burdel de empresarios… Martinelli, digo, sabía que la historia es más previsible de lo que parece, y cuando se vio desalojado del poder de forma –esta sí– no muy prevista, puso kilómetros por medio para evitar el debido proceso que él no concedió a casi nadie. Algunos de los suyos calcularon mal las distancias y ahora están privados de libertad y aquejados de las más surrealistas dolencias.

Pues bien, Martinelli merece un debido proceso, faltaría más. Que nos lo negara al resto no lo hace a él objeto de venganzas irracionales. La ley debe juzgar su comportamiento y ojalá el de sus manzanillos. El problema es que no está en el país. Es decir, no es un imputado en rebeldía, sino un prófugo de la justicia y de la ciudadanía a la que engañó y robó, mientras sustituyó a las garzas en el palacio en el que, por momentos, se sintió rey.

Martinelli merece un debido proceso y si lo reclama debe venir a buscarlo. Sus abogados pueden gritar, quejarse, utilizar todas las artimañas posibles, pero la realidad es que desde donde quiera que esté no recibirá justicia, sino que acrecentará las sospechas de toda una sociedad sobre él y los suyos (véase que de los suyos quedan pocos y que cuando se manifiestan pueden ir a la puerta de los tribunales en un “diablo rojo” y les sobran asientos).

Cuando el expresidente arguye que en Panamá no hay garantías para un debido proceso está insultando a todo el país, a toda su institucionalidad, a los propios magistrados que él impuso. Cuando Martinelli elude la justicia como un vulgar estafador está manchando la figura de la Presidencia y logrando que los diarios de todo el planeta hablen de Panamá, no por sus bondades, sino por sus vergüenzas. Es imprescindible que el debido proceso avance y que Panamá sepa la verdad de todo lo que ocurrió durante el mandato de Martinelli. El país no aguanta un cierre en falso más de la historia: ya son demasiadas las sombras que ocultan la verdadera historia del país.

Ahora bien, la corrupción y la arbitrariedad del poder ni nació con Martinelli ni acabará con él. Los poderosos del país, la mafiocracia de sus desvelos, están demasiado acostumbrados a ordeñar al Estado, a beneficiar a los suyos, al nepotismo, a la corrupción naturalizada, al clientelismo local, al saqueo del país en connivencia con nacionales y extranjeros. Por eso deberíamos aprender, deberíamos de una vez por todas acabar con la impunidad y reforzar los controles para que estos canallas tengan cada vez un menos margen de actuación. Y si las instituciones no dan el paso, lo tendrá que hacer la sociedad. Los pueblos, aunque no lo crean, tienen numerosos mecanismos de castigo moral de los antipatriotas que los esquilman. Recuerdo cuando Martinelli “rofiaba” a todo aquel que desafiaba o cuestionaba su accionar. Espero que ahora sea igual de bravo y tenga la decencia de enfrentarse a su debido proceso. Aquí le está esperando

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