Liderazgo con ejemplo

En sociedades como la panameña, en las que impera el “juega vivo”, y la institucionalidad no tiene raíces profundas, para tratar de mejorar o reformar las condiciones de los sistemas y procesos, generalmente, tenemos dos caminos. El primero y más utilizado es modificar las reglas aplicables a los actores para establecer controles, requisitos, sanciones, etc., principalmente a través de la aprobación de leyes formales en la Asamblea Nacional. Como ejemplo de este mecanismo está el Código Electoral, el Código Penal, la Ley de Contrataciones Públicas, la Ley de Responsabilidad Fiscal, etc. (con sus respectivas reformas). El otro camino, mucho menos utilizado, es el de modificar las actitudes de los actores involucrados en cada sistema u organización, como lo pueden ser el funcionariado público, los diputados de la Asamblea, los miembros de la Policía Nacional, los dirigentes empresariales, sindicales o de partidos políticos, los periodistas, abogados, médicos del sistema público de salud o los jueces del Órgano Judicial. Para este segundo método, lo fundamental es el liderazgo del ejemplo. Si los jefes o líderes de cada organización son coherentes entre lo que se establece como actitudes apropiadas y su práctica diaria, los miembros de la organización seguirán dicho ejemplo, siendo que todo aquel que no se ajuste se verá expuesto, ya sea por sus superiores, por sus pares internos o por los usuarios externos de los servicios que presta.

Como estamos acostumbrados al uso del mecanismo de cambiar leyes o reglamentos, podríamos pensar que el liderazgo del ejemplo tiene menos oportunidad de producir cambios, sin embargo, la falta de institucionalidad en todos los ámbitos, trae como resultado que una vez hechos los cambios formales en las reglas, su aplicación en la práctica sea anulada por el “juega vivo” de los interesados en mantener el statu quo.

En un país hiperpresidencialista y de frágil institucionalidad, como el nuestro, el mayor ejemplo para lograr cambios está en manos del Presidente de la República. Un caso extremo y patético de esto lo tuvimos con el anterior régimen, en el que una sola persona, con el gran poder que ostentó, casi destruye la poca democracia que nos queda, a punta de autoritarismo, chabacanería y corrupción, arrastrando a muchos otros con él y, lo peor, sentando un referente social dañino que tomará muchos años erradicar.

El actual presidente, a pesar de su ambivalencia entre los hechos y el discurso, tiene la oportunidad de reivindicarse y liderar, con el ejemplo, un cambio en la forma de gobernar y ejercer el poder político. Un primer paso para ejercer este liderazgo del ejemplo, sería cumplir su promesa de nombrar (en consulta y con transparencia) a magistrados de la Corte Suprema de la más alta calidad. El segundo, convocar un amplio proceso constituyente, como lo prometió hasta la saciedad en la campaña electoral. Esto no es un descubrimiento novedoso en materia de gestión pública ni de ciencia política, simplemente, es la aplicación de una premisa psicológica válida desde hace milenios: los hijos imitan lo que sus padres hacen, no lo que sus padres dicen.

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