La política, una forma de vida

Hace varios años tomé una de las decisiones más difíciles de mi vida: dedicarme a la política. Lo hice convencido de tener vocación por el servicio público y ayuda al prójimo. De las diversas formas de hacer política, por ejemplo, sindicatos, asociaciones civiles o partidos, opté por esta última y me inscribí en el Partido Popular. Junto a un grupo de compañeros, en su mayoría jóvenes, nos propusimos un objetivo claro: llevar a Panamá al primer mundo.

Ese viaje al primer mundo implica alcanzar no solo un desarrollo económico elevado, sino también lograr que la mejora alcance al mayor porcentaje de población posible; que se respete la dignidad humana, poniendo a la persona como centro de nuestra misión.

Nuestras primeras acciones se centraron en denunciar situaciones del gobierno que considerábamos injustas e irregulares, y resolvimos emprender una campaña que permitiera poner en agenda un tema que estaba penetrando la política local: la corrupción. Así, la gente comenzó a reconocernos por intervenciones urbanas, pero se nos asoció con un único tema. Sin embargo, nuestra visión del país es mucho más amplia, y reducirla a un asunto no solamente es injusto, sino limitado. El combate a la corrupción no es un fin, sino un paso para alcanzar el desarrollo.

Los últimos resultados electorales fueron favorables a nuestro partido y muchos fuimos convocados a diversos cargos públicos. En mi caso, me corresponde actualmente el honor de representar a Panamá (a través de la embajada istmeña) como consejero político y económico ante los Emiratos Árabes Unidos.

Sentimos el llamado del deber público con orgullo. Sin embargo, otros, que evidentemente tienen una visión distinta sobre la actividad política, y seguramente la ven como un medio para obtener fines espurios, critican a quienes elegimos el camino de la vocación por las personas para mejorar su calidad de vida. Ya dice el viejo refrán: el ladrón piensa que todos son de su condición.

Este razonamiento temerario e injusto muestra su peor cara cuando se generaliza y se transforma en antipolítica; un fenómeno muy extendido. Por medio de descalificaciones al ejercicio de la política como actividad profesional se va minando la imagen de los funcionarios, por medio de frases como: “están emplanillados”, “cobran por su actividad”, etc.

Ya desde la antigüedad se da el debate acerca de si la política debe o no ser remunerada, y me encuentro -aunque me comprendan las generales de la ley- entre los que defienden que sea remunerada. No hacerlo nos deja dos alternativas: que se dediquen a la actividad partidista solo aquellos que cuentan anticipadamente con los medios para vivir con ingresos fuera de la política, o quienes no logren acceder a puestos bien remunerados en cualquier otra actividad. Cualquiera de estas opciones tiene un resultado negativo. La primera por instalar una oligarquía, que necesariamente termina alejada de las necesidades y preocupaciones de los ciudadanos, mientras que la segunda opción nos dotará de una clase política de funcionarios poco calificados, rechazados por otras esferas de actividad, o peor aún, tentados a cometer actos de corrupción para sostener un ingreso que les permita vivir de su actividad. El ejercicio profesional de la política debe apuntar a vivir para servir al pueblo y no a costas del pueblo. Depende de todos el incorporar los mecanismos de transparencia y control público necesarios para mantener esta actividad fundamental para el ejercicio democrático y el logro de una mejor calidad de vida para todos los panameños.

 

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