La Asamblea Nacional
La percepción que me queda es que la tragedia de la Asamblea Nacional va más allá de lo que expresan las sucesivas elecciones de su directiva. Quienes afincan la crítica en este aspecto, eluden, con o sin intención, el verdadero problema. Las elecciones de directiva solo reflejan el drama que encuentra origen en un contubernio avalado en la propia Constitución de la República, en las leyes electorales, en la dislocada participación quinquenal del electorado, en el señalamiento incisivo y oportunista de quienes adversan a las fuerzas en el poder, y luego, en la actuación fugaz pero letal de los propios diputados.
Así que juzgarla con objetividad pasa, a mi criterio, por un examen de la legislación que la sustenta y de la forma como actúan quienes la eligen, quienes se valen de ella para sus proyectos y aún más, quienes la combaten. Los titulares de los impresos no varían mucho cada año, porque la Asamblea es la panacea de la maniobra, el escenario donde se nivelan las medidas, buenas o malas, que definen el rumbo que toman ciertos proyectos, el destino de la opinión pública y la suerte del país.
En el fondo se trata de la lucha porque el parlamento tenga un desempeño conformen el sistema democrático que dice representar y por quienes la han convertido en una suerte de caja mágica donde aparece lo inesperado y desaparece lo que se espera, una especie de ardid maléfico donde quienes dicen defenderla, deben poner al descubierto a aquellos que la utilizan para su provecho.
Partamos por señalar que la famosa independencia de esa corporación es una fábula, desde el momento en que su presupuesto de funcionamiento se lo asigna el poder Ejecutivo. ¿Transcurre esta operación sin condiciones? ¿Qué es lo que hace posible que la correlación en el hemiciclo tome un rumbo determinado? Y no se trata de si el diputado se deja o no; más bien se trata de si este puede o no, si tiene la moral y la independencia que le permita actuar según la conciencia colectiva que lo eligió, y no según sus intereses particulares.
El sistema está hecho para que quien quiera conservar su protagonismo político, dependa de esas asignaciones. Y sucede que cada diputado es un político. Por muy sano que sea, una vez el sistema ‘lo atrapa’ no le queda otra que entrar en el juego, y en el camino sacarle provecho. Hacer lo contrario ‘es una tontería, una pérdida de tiempo y de oportunidades’, dicen algunos parlamentarios. Entonces lo lógico es que ‘actuemos en armónica colaboración’. Al final el gran ausente de esa ‘armónica colaboración’ es el electorado, y la definen dos actores: los órganos legislativos y el legislativo.
Esas son, a mi criterio, las condiciones que rodean cada día el actuar de un diputado, y colectivamente la de la Asamblea. Condiciones que dan pie al transfuguismo que muchos critican como si ignoraran las causas que lo generan: no habría transfuguismo sin ofertas y nadie ofertaría si el transfuguismo no tuviera mercado.
El pasado sábado el PRD parece haber intentado sacar a sus diputados de ese círculo, presentando una propuesta opositora tres años después de ser parte de un pacto parlamentario destinado a garantizar la gobernabilidad del país. Dos horas después del discurso del presidente Juan Carlos Varela, Pedro Miguel González, dirigente del PRD ha realizado una rueda de prensa con críticas severas hacia el Gobierno, para que no quede dudas de la orientación opositora que va asumiendo ese colectivo. Creo, sin embargo, que para convencer a la opinión publica, el PRD tendrá que hacer más, mucho más. No basta con asumir un discurso opositor radicalizado. Es de esperar que en adelante el PRD se torne más consultivo y más representativo de la inconforme agenda social que transcurre en el país, para recuperar una credibilidad altamente accidentada desde hace 10 años. Ese es el reto.
Julio Bermúdez Valdés