El triste final de Martinelli
Para quienes hemos sufrido los rigores de una cárcel, sabemos lo que es eso. Los días parecen de 40 horas, lo que nos dan de comida jamás hubiésemos pensado lo comeríamos con tanta gana. Las noches son interminables y ansiamos como nunca ver el sol y que nos dejen estirar en un patio. Estar privado de libertad es lo más humillante que le puede pasar a un ser humano; en el caso mío, era llevadero porque estuve preso por una causa noble. Si no se tiene una condena en firme, la incertidumbre te mata lentamente. Cuando se llega a las alturas, como lo estuvo Ricardo Martinelli en la Presidencia de la República, y luego se termina en una pequeña celda en un país extranjero, como en la que él está hace trece días, equivale a haber estado en el cielo y, de repente, sin esperarlo, estar viviendo los rigores del infierno. Peor aún, verse esposado y con grilletes rodeado de delincuentes comunes y que te vean así tus familiares y amigos, con quienes no puedes cruzar ni una palabra ni muchos menos una mirada, constituye una terrible humillación.
Por razones que nunca comprendí, Martinelli evitó enfrentar la justicia panameña, como lo hicieron colaboradores de su Gobierno: José Domingo Arias, Lucy Molinar, José Raúl Mulino, Frank de Lima, Oscar Osorio y Jayson Pastor, entre otros. Peor aún, como lo hacen todos los panameños a los que él se refería en su campaña ‘llegó la hora del pueblo’. Nunca olvidaré cuando dijo: ‘Péguenme a mí’; él era quien daría la cara. Cuando lo amenazaron con hacerlo, como se dice en nuestra jerga criolla: ‘se fue con el rabo entre las piernas’.
El ‘poderoso’ Martinelli quiso estar por encima de la justicia. Optó por un camino que poco a poco lo fue aislando, manteniendo contacto con Panamá a través del Twitter y de unos voceros que día a día fueron perdiendo credibilidad, porque defendían lo que no tenía forma de ser defendido. Su partido se fue resquebrajando tanto que ni sus diputados firmaron en su totalidad su apoyo ahora que está preso. Las rivalidades por la herencia del partido del que él era dueño absoluto dejan en evidencia la falta de sucesores de su efímero mandato. Cambio Democrático era él y seguirá la misma suerte de su propietario y fundador.
Quienes le recomendaron rehuir la justicia cometieron un error garrafal. De haber venido a enfrentar los casos que se presentaron en contra de él, no hubiese pasado absolutamente nada. Algunos de los jueces y fiscales que lo hubiesen atendido no se hubieran atrevido siquiera a mirarlo frente a frente, porque Martinelli, con todo el poder que mantenía aun fuera de la Presidencia, intimidaba; asustaba a la gente; tenía televisión y periódicos. Su estilo imperial metía miedo. Dudo que hubiese pasado un solo día en una cárcel.
Durante la audiencia del martes 19 se confirmó algo que me pareció muy grave: Martinelli no podía ir a Italia porque había colaborado con la CIA para que apresaran a un italiano, argumento que algunos utilizaron antes de su detención como hacer ver que por ello nunca los Estados Unidos lo detendría. Igual pensó Noriega y miren lo que pasó. Pero el militar fue calificado como traidor a la Patria por su relación con las agencias de seguridad norteamericanas. ¿Y Martinelli dónde queda?
Esperamos que la clase política, sobre todo los que nos gobiernan hoy, se vea en el espejo del hoy custodiado reo en los Estados Unidos. Que se percaten de que el poder es efímero y que, tarde o temprano, en la forma menos esperada, tendrán que rendir cuentas. Lo triste de Martinelli es que, por temor a ser indagado unas horas por magistrados y fiscales panameños, terminó enchilorado por un sistema judicial donde los custodios y los jueces no pueden ser comprados, aunque quien lo intente sea el dueño de la cadena de supermercados más grande de Centroamérica o de Amazon.
Guillermo A. Cochez
Abogado