El respeto en la política
Presidente, en reiteradas ocasiones usted ha exigido respeto, por lo general, debido al reclamo de los ciudadanos que reivindican una legítima necesidad ante el Gobierno. Esto deja entrever que usted cree pertenecer a una casta privilegiada, a la que el pueblo debe un respeto reverencial. Olvida que vivimos en un régimen republicano –en el que los ciudadanos somos iguales– y democrático, y que el presidente –como servidor– es quien le debe respeto al pueblo.
El respeto se basa en el mutuo reconocimiento de nuestra igual dignidad, como miembros de una comunidad humana, de la que depende nuestra vida y en la que cada uno asume y cumple con un papel concreto y diferenciado, que nos permite a todos sobrevivir y vivir mejor. Un médico cura, un maestro enseña, un obrero construye, un agricultor produce, un científico innova, un artista crea, etc., cada uno es respetado en la medida que contribuye, según una función libremente determinada, al bienestar colectivo.
Este respeto no es incondicional, lo pierde quien incumple su papel ante la comunidad y pone en peligro la vida, en un sentido material y espiritual, de todos. En la política democrática, el pueblo (como soberano) le delega poder a un presidente que asume el papel de servidor y está obligado a obedecer la voluntad popular, en pos del bien común. El respeto en la política se obtiene al cumplir con el mandato del pueblo, sirviéndole y obedeciéndole con honesta pretensión de justicia, como su deber ante la comunidad.
Pero, el político se corrompe cuando se cree dueño y centro del poder; cuando piensa que él es el soberano a quien el pueblo debe someterse. El presidente corrupto, en vez de servir, busca servirse del pueblo, y gobierna no como un deber, sino como un favor que le hace a sus “súbditos”, quienes deben agradecerle y rendirle pleitesía.
No, presidente, nosotros no le debemos ningún respeto. ¿Por qué? Como político, dirige un gobierno corrupto, que al igual que los anteriores, ha utilizado el Estado como un botín, repartiendo sus bienes entre partidarios y empresarios afines; privilegiando intereses contrarios a los de la nación; y causando una precarización y empeoramiento progresivo de las condiciones de vida concretas del pueblo.
El respeto en la política no proviene de la “majestuosidad” de la investidura, tampoco del linaje, clase o cualquier otro privilegio de índole aristocrático. Ni sus antecesores ni usted merece respeto solo por su condición de presidente, al contrario, ustedes son los que le deben respeto a los ciudadanos, y eso se demuestra cumpliendo sus obligaciones. La grandeza del estadista no proviene de imponerse sobre los demás, sino de hincarse para elevarlos.
El papel de los ciudadanos no es ser sumisos ni pasivos, sino críticos y participativos; dispuestos a hacernos escuchar para que se haga la voluntad mayoritaria, y exigir y fiscalizar el uso justo de los bienes que nos pertenecen a todos. Si esto le incomoda, entonces usted se equivocó de vocación. Presidente, respete. Panamá no es su finca, ni los ciudadanos son sus peones. Aquí manda el pueblo y el gobierno obedece.