El derecho a escoger

Muchos creen que la esclavitud fue cosa del pasado, pero resulta que actualmente en el mundo puede haber casi 30 millones de esclavos.

A la esclavitud contemporánea se le conoce como “una industria multimillardaria”, con estimados de generación de 35 mil millones de dólares anuales, y con China e India siendo los sitios que lideran en ello. Sin embargo, hasta en países como Inglaterra se calcula que hay cerca de 10 mil esclavos.

En Panamá he escuchado anécdotas de empleadas a las que encierran en las casas, por años y sin paga. Y a todo esto no olvidemos el horroroso problema de la prostitución forzada. Pero, al final de cuentas, lo que debemos tener presente es que la esclavitud estáíntimamente asociada a la pobreza y a la ignorancia. No podemos ser libres cuando no entendemos de libertad. Por eso, no hay peor esclavo que aquel que solito se coloca los grilletes.

La esclavitud mengua en proporción directa al estado de derecho, la libertad económica y el respeto por las libertades fundamentales de todos. La pregunta que destila de todo ello sería: ¿Cómo caemos, los humanos, en las ciénagas de la pobreza y la esclavitud?

Hay muchos senderos hacia la pobreza. Algunos producto de una disfuncionalidad cultural que a su vez es resultado de los malos andares que tienen esas consecuencias. Pero, tampoco podemos desentendernos de otra realidad más dramática y endémica del mundo, se trata de aquellas personas que en cierto sentido escogen ser pobres porque detestan el trabajo.

Frente a estos fenómenos, surgen las reclamaciones de justicia social y la necesidad de que “alguien” debe resolver el problema. La falacia en ello está en que si separamos el dolor de las consecuencias del mal andar, jamás podremos enderezar los caminos. Y es que para estar bien hay que andar bien. He allí el gran reto.

En resumen, hay muchas formas de ver y encarar estos problemas, pero en un escrito de opinión no queda más que usar algún buen ejemplo y el que se me viene a la mente es el “derecho a escoger”, tal como el derecho que tienen los padres a escoger dónde y cómo estudian sus hijos.

Es iluso pensar que nuestros hijos puedan emigrar desde la pobreza, si para ello le delegamos al Estado lo fundamental; vale decir, su educación, y más aún, dónde y cómo se educan.

A los que están esclavizados en el inframundo de la dominación politiquera es abominable hablarles de dar a los padres el derecho a escoger, porque ello equivale a perder el control político. A estos esclavistas modernos les escuchamos decir que “el pueblo”–en un sentido peyorativo de “populacho”– no tiene la capacidad de escoger y hay que hacerlo por ellos. Contarle a estos insensatos acerca de estudios y experiencias formidables de éxito, cuando se respeta el derecho a escoger es por gusto, pues valoran más sus intestinos que sus cerebros.

Una población de ciudadanos que requiere un funcionariado de niñeras que les digan dónde deben educar a sus hijos; en donde ir a buscar salud, etcétera, no tendrá otro destino que sufrir las consecuencias de semejante mal andar.

Los programas típicos de vales o cuentas de ahorro, con tarjetas de débito para aquellos ciudadanos que lo requieran, reducen los costos de la educación en más del 50%, al tiempo que mejoran de manera sustancial la educación. Pero mejor aún es que con ello viene aparejado aquello que manda nuestra Constitución, en su artículo 17 al decir que: “Las autoridades de la República están instituidas para proteger en su vida, honra y bienes a los nacionales…”.

¿Cómo proteger la honra de un pueblo al que se le conduce como semoviente? “Honra” se refiere al respeto y admiración, al valor de la persona humana como regente de su vida, la que jamás podrá navegar a buen puerto si cede el timón a los burócratas. ¡Digamos sí al derecho a escoger!

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