Educación, un punto de partida
Un taxista me animó a escribir estas ideas durante una carrera en la que conversamos sobre la idea que yo tenía de que los panameños deberíamos definir nuestro perfil, como ciudadanos, el cual tendría que servir de base para modelar la urgente transformación educativa que necesitamos. La idea llegó un día y me motivó a buscar alguna referencia, rápidamente, entonces, me encontré con un escrito del año 2006 de Gregorio Peces-Barba Martínez, político, jurista y catedrático de filosofía del derecho español, cuya lectura me dejó convencida de la necesidad de acercarnos a delinear nuestras características, como ciudadanos.
Debo decir que cuando intenté indicarle mi destino al taxista, me interrumpió para indicar que iba exactamente hacia allá, porque, si no “para qué saldría a trabajar”. Subí al auto complacida para conocer a ese personaje, cercano a los 70 años de edad y oriundo de Darién; todo un caballero y con una charla exquisita. Le comenté que unas noches atrás, en las inmediaciones del Hospital Nacional, observé a un señor en sus 50 años, quien luego de lavar un auto, estacionado en la calle y recibir su pago, recogió sus enseres, pero también una botella de plástico tirada en la acera y caminó hacia uno de los pocos basureros sobre las vías públicas, en el que la echó.
Concordamos en que hay mucho que hacer. No obstante, panameños como esos me llenan de esperanza ante mi preocupación, porque, según los índices que miden el desarrollo entre los países del mundo, somos sobresalientes en aspectos a los que denomino el cascarón, pero me inquieta nuestra capacidad, en distintas dimensiones del desarrollo del ser humano, para utilizar esa infraestructura que construimos de forma sostenible, para nuestro propio beneficio, y en el mejor ambiente posible.
Para Peces-Barba “el ciudadano es la persona que vive en una sociedad abierta y democrática… Acepta los valores, los principios, la dignidad de todos y los derechos humanos, y participa de la vida política y social. Rechaza el odio y la dialéctica amigo-enemigo y se relaciona con los demás desde la amistad cívica. Distingue la ética privada de la pública, que es la propia de la acción política y que fija los objetivos del poder y de su derecho y la libre acción social. Puede ser creyente o no creyente y defiende la Iglesia libre, separada del Estado libre… Respetuoso con la ley, tolerante, libre de discrepar desde las reglas de juego de la Constitución y… la aceptación del principio de las mayorías”.
Para lograr un ciudadano con esas características, como destaca el español, la educación tiene un papel preponderante y su fortalecimiento es, además, una responsabilidad fundamental del Estado y de la propia sociedad.
La ciudadanía y su ejercicio –dos caras de la misma moneda– son dinámicas, como bien señala el español sobre la base de un análisis histórico que incluye los riesgos del fundamentalismo religioso y la creciente inmigración, que bien sabemos que en Panamá es pieza fundamental de nuestro desarrollo.
Planteó aquel concepto, que se reconoce más en el premio Nobel Mario Vargas Llosa, como ciudadano del mundo, porque la ciudadanía involucra dimensiones humanas, sociales y políticas… Aquel taxista de Darién y el lava autos de la avenida México tienen chispas del modelo de ciudadano al que debemos aspirar.
Definir nuestro perfil, como ciudadanos, sería un ejercicio interesante en estos tiempos que vivimos y deberíamos hacerlo en la dimensión nacional, porque como señaló el catedrático, en su escrito, citando un viejo principio medieval: “lo que a todos atañe, por todos debe ser aprobado”.