“Dime cuánto tiene$ y te diré para cuál cárcel va$”
Durante los últimos decenios Panamá obtuvo, con justificación merecida, el mote del país con la peor distribución de riqueza en todo el planeta. Es cierto que pertenecemos a un país pequeño y con minúscula población (apenas cuatro millones mal contados). Pero nuestro istmo manifiesta alarmantes desigualdades entre los que poseen mucho y los que aspiran a lograr una pizca de algo.
Los aspectos económicos no son los únicos que se hallan dentro de la bolsa nacional de la disparidad. Resulta que el factor monetario repercute con crudeza en otras instancias del quehacer diario. Verbigracia, los hijos de quienes cuentan con dinero acuden a colegios particulares bien equipados y docentes que están en sus puestos de trabajo desde el primer día de clases; los alumnos que provienen de lugares pobres deben conformarse con escuelas cuyas condiciones lamentables son conocidas por toda la comunidad.
Otro ejemplo innegable es la distribución de agua potable. Usted nunca ve una protesta de residentes de urbanizaciones acondicionadas para demandar ese elemento indispensable. Mientras tanto, pobladores de áreas con pobreza y extrema pobreza claman a diario y por doquier que los visite, aunque sea una vez por semana, un camión cisterna para proveerse del imprescindible líquido.
Esta triste historia de disimilitudes se repite en una infinidad de segmentos como seguridad, transporte, vivienda, empleo, canasta alimentaria, salud, obras comunitarias y por ahí sigue un larguísimo etcétera. Y, aunque usted no lo crea, hasta en el sistema penitenciario se aprecia, con indiscutible diafanidad, esa dicotomía entre quienes disfrutan de los fajos de dinero y quienes sufren por sus bolsillos rotos.
Sin entrar a discutir la crisis que hoy vive la justicia, sobre todo por la nefasta acción de los agentes del Ministerio Público para ayudar a los acomodados y castigar a los descamisados, de inmediato planteo cómo funciona esa sospechosa simbiosis (conformada por fiscales y directivos del sistema penitenciario) en materia de administración carcelaria. Los imputados, de acuerdo con su estirpe social y condición económica, son ubicados en uno de los siguientes seis niveles reclusorios:
1. País por cárcel. Se aplica a gente con apellidos de alcurnia y fuertes contactos políticos. Es la medida más benigna posible. El incriminado puede recorrer todo el territorio nacional sin ningún obstáculo. Acude a ferias y fiestas patronales. Va al cine. Visita restaurantes y bares. Nadie le impide una bailadita en discoteca. Y, cuando lo desee, se traslada a su casa de playa o de montaña para quitarse el estrés que produce la ruidosa y contaminante ciudad. La única desventaja es que no puede viajar al extranjero, en especial a EE. UU., para realizar compras y conversar con Mickey Mouse.
2. Casa por cárcel. Medida destinada también para aquellos con apellidos de abolengo, pero cuyas acciones han sido tan escandalosas que los fiscales, por temor a la presión de la opinión pública, no tienen más remedio que imponerla. Es cierto que el beneficiado no puede andar a la libre, pero desde su mansión cuenta con todas las comodidades (acondicionador de aire, televisión por cable con ‘high definition', camas cómodas, agua caliente, pijamas de seda, sala para ejercicios, y abundante y variada oferta gastronómica). Tampoco puede viajar al coloso norteño, pero, gracias a la Internet de alta velocidad, puede ordenar online y adquirir cualquier antojo.
3. Prisión transitoria de la Policía Nacional. Aquí está quien no disfruta de ascendencia rabiblanca, pero ahora es un nuevo Rico McPato por los millones de dólares que ha acumulado en operaciones indecorosas. Es una medida a la que recurren los fiscales para ayudar a quien salpica muchos verdes a través de abogados inescrupulosos. La estrategia es que la comunidad se olvide del individuo y luego minimizar el asunto con casa por cárcel. Es cierto que en este penal preventivo el recluido no goza de libertad, pero usufructúa de casi todas las mismas prebendas de los de casa por cárcel, incluidas las incontables visitas conyugales.
4. El Renacer. En esta ergástula heredada de los gringos viven como inquilinos aquellos con renombre y con fuerte poder adquisitivo. Son señoritos y mozalbetes que, a pesar de haber incurrido en delitos con extrema repercusión mediática, no pueden ser mezclados con la chusma, dado que ello puede provocar alergias y otras enfermedades. Es un penal con muchos ribetes de paraíso, pues la naturaleza convierte en placentero a este lugar ubicado cerca de la comunidad canalera en Gamboa.
5. Mega Joya. Construida por el Gobierno anterior sin pensar que serviría de sede para varios de sus más conspicuos miembros. No discuto que cárcel es cárcel, pero es una correccional que cuenta con cocina de primera línea, celdas limpias y camas con suficiente comodidad. No existe (todavía) hacinamiento y, gracias a su moderno sistema de monitoreo, es difícil que un preso pueda ser asesinado con impunidad. Aquí residen, por ahora, todos aquellos muy cercanos a Ricardo Martinelli y quienes no pueden justificar sus gruesos patrimonios y desafortunadas acciones al margen de la Ley.
6. La Joya y La Joyita. Equivalen al infierno dentro del sistema penitenciario nacional. Aquí abunda hacinamiento, drogadicción, pandillerismo, asesinato, violación… Sus moradores son hijos de planchadoras y cocineras. Son reclusos que no muestran apellidos pomposos y ni siquiera pueden pagar abogados con renombre, por lo que deben acudir a los atiborrados defensores de oficio que paga el Estado.
Así funciona nuestro sistema público carcelario. Triste realidad.