Desarrollo nacional

El mundo gira y avanza en círculos progresivos de la historia, a la velocidad energética de la creatividad humana, que son los electrones de la vida y que tiene que ajustarse a las realidades locales y actuales de cada espacio y en las dimensiones del tiempo. La ubicación geográfica incide en la geopolítica y la evolución cultural y económica de los pueblos. Los climas, los mares, la tierra son las variantes que nos definen y nos imponen nuestras formas de vivir.

Trópico marítimo, caribeño, multiétnico nos conduce a un mestizaje en tránsito, un filtro que puede importar y asimilar bondades; pero también retener maldades y vicios negativos autóctonos. Mucho se ha escrito sobre estos aspectos de nuestra nacionalidad, y de las fórmulas cómo inventar una sociedad adaptada, moderna y civilizada que nos permita convivir, entendernos todos juntos en este valle de lágrimas mundial; y defendernos y sobreponernos a la ‘competencia ' salvaje y egoísta de los poderes de fuerza militar y monetaria que patéticamente pretenden gobernar o mejor dicho, controlar al planeta para beneficio sectario de algunas economías, etnias o sistemas políticos.

Las grandes potencias, las bancas, los consorcios, las OCDE, la BRIC, la UE y aún las más democráticas organizaciones internacionales defienden sus patrimonios y sus áreas de influencia. Los demás, especialmente lo más débiles o pequeños, como Panamá, estamos permanentemente a la defensiva y luchando por nuestra autoestima, valorización y reconocimientos en conglomerados específicos regionales o en luchas heroicas por merecer el respeto y el trato digno que corresponde a todas las naciones. Factor importante en este maremágnum de intereses y poderes es hacer valer las ventajas, los momentos históricos, y las contradicciones de las circunstancias. En qué puntos sostener nuestras aparentemente débiles fuerzas, en qué aspectos interferir para que se nos reconozca poder de decisión, en qué momento actuar para ganar un trato digno y honroso en lo cultural, social, cívico y económico.

Lo fundamental es la calidad humana de la ciudadanía, educación, cultura, valores humanos, honestidad, eficacia, capacidad, productividad, la cortesía, credibilidad, dignidad. La naturaleza nos regaló la geografía, la belleza, la fertilidad, el agua etc. A los que aquí llegamos, nacimos y trabajamos nos corresponde hacer valer nuestro mercado mundial, nuestras leyes ante otras leyes y otro impuestos, nuestros trabajadores y profesionales con experiencia y tecnología efectiva en este medio, nuestras proyecciones de servicio a nivel mundial, demostrado en el tiempo, en la eficacia y seguridad, de listas de alto nivel (no grises ni de otros colores).

Estamos avanzando, somos conscientes de nuestras limitaciones en algunas áreas educativas, jurídicas y científicas. Pero ya se han efectuado muchos diagnósticos, existen base de datos, estudios y argumentos para seguir las rutas de soluciones, las estrategias donde elegir, el personal formado y en formación para concretar los proyectos y mantener los contactos precisos para complementar las fases que sean necesarias coordinar en el mundo globalizado.

Las inversiones, las investigaciones y proyecciones propias de todo progreso transnacional son las que la Ciudad del Saber, la banca y órganos empresariales, deben y están programando para el desarrollo social. El bienestar, la salud, la educación, la calidad humana, técnica y laboral de los trabajadores organizados y de la sociedad son una base prioritaria para el desarrollo social (agua, sanidad alimentación, cultura ). El crecimiento económico debemos medirlo, no por las cuentas bancarias y las torres, sino por los niveles culturales, de salud, de buenos empleos, la conciencia y responsabilidad social, la justicia económica de todos los que aquí vivimos.

Lo que se reflejará en la seguridad ciudadana, en baja delincuencia, la eliminación de la corrupción y la impunidad, en altos índices de desarrollo humano, lo que a su vez incrementa el consumo interno, la cortesía al turismo, y la autoestima nacional. El prestigio del país, su orgullosa eficacia, la estabilidad psicosocial de la población, la superación de conflictos por asertividad, la tolerancia y por la justa distribución de los recursos creados por todos, nos llevará realmente a ser un Panamá mejor.

o conjunto de textos de un autor y, por extensión, al menos en cierto sentido, a la de este como su artífice o creador.

Así, factores como la selección de las palabras; su precisión o deliberada ambigüedad; la manera de combinarlas; el manejo muy personal de la gramática con el fin de causar determinados efectos visuales, sonoros, anímicos o intelectuales; la perspectiva desde la que se expone o narra; el tono del lenguaje.

Son elementos fundamentales del estilo de quien escribe en un periódico, en una revista, como parte de un libro, o al preparar una monografía o una tesis.

Y todo esto es aplicable tanto en los géneros periodísticos y de otro orden ya mencionados (los académicos, por ejemplo), en cuya escritura los hechos que dan origen a los textos no pueden ser distorsionados en aras de la fantasía, como también en los de naturaleza estrictamente literaria –los de ficción–, en donde el impulso de la fuerza creativa combina elementos de la realidad con pasajes forjados por la imaginación y los sentimientos (novelas, cuentos, poemas) sin que a menudo se note la diferencia.

Escribir es siempre recrear el mundo, ya sea para reflejarlo o para interpretarlo.

Y como todo en la vida, siempre habrá juicios y prejuicios que puedan afectar el sentido profundo de lo que se expresa, tanto por parte del autor como en la lectura del receptor del texto, ya que en realidad no existe tal cosa como la objetividad absoluta. Porque quiérase o no, hay siempre una subjetividad que percibe y decanta; y uno escribe y lee no desde el Olimpo, sino desde su formación, sus gustos, sus juicios y prejuicios.

Por otra parte, querer influir en los lectores es absolutamente lícito; pero no es –no debe ser– hacerle trampa, manejarse de forma puramente efectista con las palabras, sino ser coherente con una manera de entender el mundo, la vida misma, incluso cuando se asume una escritura literaria: esa otra que puede ser capaz de sacudirnos; de hacernos más sensibles ante lo bueno, lo malo y lo feo.

La que muchas veces al escribirse implica un desgarramiento que conduce a una irrevocable toma de conciencia, a la honda revelación de una verdad. A una auténtica epifanía. Véase si no el impacto de obras tan distintas entre sí como El diario de Ana Frank, Crimen y castigo, El nombre de la rosa o Cien años de soledad.

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