Derechos humanos vs soberanía nacional

En nuestro Continente Americano se observa la polarización o la oscilación pendular entre el discurso de la democracia y los derechos humanos contra el discurso de la soberanía y la identidad nacional. El primer grupo acusa al segundo de populista y demagógico, mientras que el segundo grupo acusa al primero de proimperialista (la confrontación del discurso político entre Estados Unidos frente a Cuba y Venezuela resulta ilustrativo). Si bien es cierto que esta confrontación de ideologías y formas de Gobierno en nuestro continente coexisten en la actualidad pacíficamente, ya vimos en Panamá que esta confrontación del discurso político y sus acciones condujeron a la brutal invasión del 20 de Diciembre de 1989, razón por la que entendemos su potencial bélico, cuyas principales víctimas son los pueblos.

Contrariamente a esta oposición, apostemos por la fusión e interrelación entre la democracia —con igualdad de oportunidades, participación ciudadana, diversidad e interculturalidad (fundamento de la democracia)— y la soberanía del Estado que construye la identidad y la autodeterminación nacional. Esta fusión permite además defender los derechos de los ciudadanos como nación y los derechos de nuestro Estado nacional en el mundo globalizado. Separar y oponer democracia (simplificado como un discurso meramente proimperialista) contra soberanía (reduciéndolo a un discurso de dictaduras) es un error en que los panameños incurrimos en el pasado y que debemos superar en el presente, cuando repensamos la República en mesas de concertación y foros nacionales para reformar leyes electorales, recomendar el nombramiento de nuevos magistrados para la CSJ, diseñar una nueva educación y construir estrategias de desarrollo y posicionamiento de Panamá en el escenario comercial global.

Aún dentro de la visión meramente jurídica de la democracia, el siglo XXI exige incorporar derechos humanos de primera, segunda y tercera generación, los cuales suman a los derechos civiles originarios (como el derecho a la libre expresión, a elegir y ser elegidos, entre otros), los derechos políticos y económicos (referentes a la redistribución de la riqueza y la igualdad de oportunidades) y, finalmente, los derechos humanos de tercera generación que incorporan los derechos culturales (como son la memoria histórica, las identidades, las tradiciones, el patrimonio cultural material e intangible).

En Panamá estamos rezagados en materia de derechos humanos y concepción de nuestra democracia, porque no puede haber democracia en Panamá con base a leyes y regulaciones que intenten únicamente garantizar elecciones libres, transparentes y equitativas, si las prácticas políticas no respaldan una educación pública con el debido apoyo del Estado para elevar su excelencia y amplia cobertura; si las candidaturas en elecciones generales son excluyentes, según la capacidad financiera del candidato para enfrentar el elevado costo de las campañas; si las mujeres no contamos con el mismo acceso financiero, apoyo político y prestigio social que los hombres para postularnos; si nuestros libros de historia oficial no incluyen la historia y héroes de los pueblos indígenas, los panameños de origen africano, la comunidad chino-panameña y, en fin, en la que todos los panameños y panameñas se sientan representados (y si continúan obedeciendo a los intereses de un Gobierno, partido o clase social en detrimento de otros), si las oportunidades para las empresas transnacionales son avasalladoras para las pequeñas y medianas empresas locales y, por último, si nuestra democracia no defiende las necesidades de nuestro pueblo ni su derecho soberano a la autodeterminación frente a las grandes potencias.

Desde la perspectiva neoliberal, nos explica Ignacio Ramonet, el mundo globalizado de nuestros tiempos disminuye la soberanía del Estado nacional frente a la lógica de las empresas transnacionales y los organismos financieros, debilitando el poder de los ciudadanos y el de sus Gobiernos nacionales en la toma de decisiones concernientes a su nación y, en consecuencia, aplastando la democracia.

Ahora bien, cuando repensamos Panamá: ¿a qué democracia y qué república nos referimos? ¿Se reduce nuestra concepción a una democracia ateniense excluyente? ¿Nos contentaremos apenas con resolver los excesos del último quinquenio o deseamos dar ‘la milla extra ' para democratizarnos realmente?

Para quienes optamos por ampliar y profundizar la ‘democracia ' desigual y excluyente que tenemos en Panamá, el camino que emprenderemos es el de la constituyente originaria, con el objetivo de construir un nuevo contrato social entre todos los sectores de la sociedad panameña que sea cónsono con una democracia social y ecológicamente sostenible y con la identidad de una nación solidaria y diversa que, en ejercicio de su soberanía, se sitúa con inteligencia y dignidad en el concierto global de las naciones.

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