Cultura y modelos educativos

La educación no solo es uno de los grandes pilares de la sociedad, además es el fundamento de todo el progreso de la humanidad. No obstante, debido en parte a la ambigüedad en la aplicación de los diferentes modelos educativos, en las últimas décadas se constata el desvanecimiento de un concepto claro de educación en Panamá (si alguna vez existió uno).

Esto significa que nuestro sistema educativo no se focaliza de forma racional a crear consciencia sobre la complejidad de todos los aspectos que constituyen nuestro mundo ni empodera a los estudiantes, como ciudadanos responsables y sabedores de sus derechos cívicos, políticos y sociales. Por el contrario, se limita a la idea de aprender por aprender (que termina siendo obtusa y estéril, si no hay un esfuerzo orientado a construir a un sujeto en particular). Tampoco podemos hablar de una educación dirigida a la generación de cerebros o, en otras palabras, individuos emprendedores en todas las áreas del saber, que en lugar de ser reproductores de saberes sean creadores y precursores de esto último.

En este universo de cosas, en el que la idea o concepto de educación va sin rumbo, y la moda de los modelos educativos internacionales (llámese de Singapur, Finlandia, etcétera) guía el devenir de la educación en el istmo, no es difícil imaginarse a la sociedad panameña a la deriva en educación. Si bien se poseen en alguna medida objetivos claros, no se han tomado en cuenta aspectos antropológicos y culturales sensibles, que determinan el éxito de tales patrones.

Si analizamos el modelo educativo de Singapur, no tardaremos en percibir que en su cultura la fuerte noción de disciplina y pragmatismo media en casi todas las actividades de ese grupo humano. En el caso finlandés, hay una fuerte iniciativa cultural hacia la lectura y el aprendizaje autónomo. De más está decir que, estructuralmente hablando, estos modelos educativos son muy competitivos, porque no solo buscan la excelencia en su alumnado, sino que la demanda de profesores está determinada por su nivel de estudio (en Finlandia todos deben tener un nivel académico mínimo de maestría). Por si fuera poco, en estas sociedades a los estudiantes se les orienta en materia profesional desde una etapa temprana. Por esto, todo alumno de mitad de ciclo escolar, tanto de Singapur como de Finlandia, ya tiene en mente la carrera que estudiará en la universidad y los saberes básicos y necesarios para su posterior desarrollo como profesional activo.

Entonces, no es arriesgado suponer que en Panamá cualquiera de esos modelos educativos importados sería un fiasco. En principio, se basan en criterios culturales e idiosincráticos de sus respectivas sociedades y no han sido pensados para otras. Lo que deberíamos hacer es constituir un concepto de educación basado en nuestra cultura y en una concepción clara de qué tipo de persona, estudiante y profesional queremos, en vez de importar modelos educativos desvinculados de nuestra realidad social y antropológica, por el simple hecho de estar a la moda o por seguir directrices internacionales.

 

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