Cómo estafar al Estado y no fallar en el intento
Analizando la situación que se presentó hace años con el contrato de Mi Bus, aprovecho para dejar por escrito algunas consideraciones relacionadas con la forma como las grandes –y las no tan grandes– empresas se aprovechan de las transacciones con el Estado, en complicidad con los ministros y directores de las entidades públicas, con corrupción o no.
Cuando los empresarios que pactaron con el Estado ese contrato se comprometieron a respetar las frecuencias programadas, sabían que sería imposible cumplir. Nadie en su sano juicio podía garantizar la prestación del servicio, en el centro y en las afueras de la ciudad de Panamá, en el tiempo estipulado en el contrato. No en las condiciones actuales de la ciudad. Sin embargo, se estableció que el Estado proveería las condiciones para esto. De forma que los que firmaron por parte del Gobierno y los empresarios dueños del contrato sabían que no se cumpliría.
En el caso de la ampliación del Canal de Panamá, la junta directiva estaba al tanto de que el monto establecido no cubriría el costo del trabajo. Y, con la anuencia del anterior administrador, se adjudicó un contrato a sabiendas de que por ese precio no sería factible cumplir. Ahora todos somos testigos de lo que ocurre. Los trabajos costarán más del precio más alto que propuso una de las empresas participantes. También sabemos a quién pertenecía otra de las empresas del grupo que se adjudicó el contrato.
¿Cuándo empieza la complicidad de los ministros y directores en la venta de obras de fantasía, que se no pueden cumplir en el tiempo estipulado? Comienza con los proyectos que estos personajes identifican como prioritarios para el Presidente de turno, y en la complicidad con los empresarios que han de ganarse las licitaciones. Así pactan fechas para la terminación de obras irreales, solo para complacer y engañar al Presidente, a sabiendas de que es imposible cumplirlas. En la mayoría de los casos, los subalternos de estos personajes les advierten que esos tiempos no son reales, sin embargo, van a los Consejos de Gabinete y los sustentan, solo para complacer las expectativas del mandatario.
¿O será que algún profesional idóneo, en su sano juicio, podía avalar la fecha de terminación fijada para entregar la Ciudad Hospitalaria?
Con excepción del Metro, que se cumplió en el tiempo estipulado, no conozco otra obra de gran magnitud –o de mediana– que se haya hecho en el plazo fijado en el contrato. Y esto es solo por causa de lo que acabo de exponer: la manía de los ministros y directores de no atreverse a decirle al Presidente que tal o cual obra no se puede hacer en el tiempo que este quiere que se haga.
Lo anterior se traduce en las posteriores adendas de tiempo y precio que se convierten en verdaderas estafas al erario público.