Y dónde está la ética

A veces los seres humanos pensamos. No sé si es bueno o malo, porque puede llevarnos a la angustia y de allí a la impotencia y a la frustración; pero como somos los animales que nos chocamos varias veces con la misma piedra, seguimos pensando y, en ocasiones, cometemos el atrevimiento de expresar por escrito u oralmente lo que pensamos, a sabiendas que a los que imitan el pensamiento de otros les fastidia que exista personas con criterios diferentes.

La ética debe ser la base sobre la que se edifica toda sociedad que aspire vivir en paz. El vocablo ética proviene del griego Ethikos, ‘costumbre moral ', y el diccionario de la Real Academia de la Lengua lo define como ‘recto, conforme a la moral '. Quisiera que alguien me preste un buen reflector para encontrarla, porque con el que tengo no la veo por ninguna parte.

El camino que ha tomado la humanidad n os llevará muy pronto a la hecatombe. Los geofísicos nos han dicho que el agua en el centro de la Tierra se está agotando; la del subsuelo está contaminada; los plásticos ocupan miles de hectáreas en los océanos y su degradación toma cientos de años; el aire que respiramos está viciado; la deforestación continúa galopando; las hidroeléctricas campean sin control; una gran cantidad de alimentos que ingerimos a diario son tóxicos, etcétera. Todo producto de la destrucción del ambiente para satisfacer ambiciones personales. Pero esa degradación no se limita al ambiente: ya ha penetrado en la esencia de los seres humanos, para quienes el dios dinero es el objetivo central de vida. Se roba por dinero, se mata por dinero, se corrompe por dinero, se cometen actos ilícitos solo para enriquecer bolsillos. No hay profesión y oficio en que algunos o muchos de sus miembros no hayan caído en esta degradación. Se nos evalúa por lo que tenemos y no por lo que somos o hacemos.

Vivimos en un mundo en el que cada seis segundos se muere un niño de hambre, mientras que hay personas con fortunas que superan los 60 000 millones de dólares. En Panamá, la pobreza estructural es de 37 %, la mitad de los cuales no tiene dinero ni para satisfacer las necesidades básicas, en tanto hay grupos y personas que alardean poseer bienes por el orden los 6000 millones de dólares o más. Me pregunto ¿dónde está la ética? Nos hemos olvidado de aquella frase lapidaria de Balzac: ‘Detrás de una gran fortuna hay un delito ', pero eso no lo vemos o no lo queremos ver. Al contrario, los queremos superar o, al menos, imitar. Por otra parte, Jean Paul Sartre decía que legal y legítimo no siempre caminan juntos: las leyes son hechas para favorecer a pocos.

El problema más grave que veo, aparte del endiosamiento del dinero, es la ausencia de instituciones de referencia. En nuestro país, por Constitución, el Órgano Judicial es el encargado de administrar justicia, pero como es un hecho probado, es lo más corrupto que hay. A las demás instituciones cívicas y religiosas también las está carcomiendo el maligno flagelo de la corrupción y, aquellos de sus integrantes que encuadran sus vidas dentro de los marcos éticos, se encuentran con que sus espadas chocan contra los molinos de viento.

La pregunta que surge es ¿qué hacer para enderezar el timón? Y ¿por dónde empezar? Decimos que por la familia, pero resulta que las familias son el reflejo de la sociedad: disfunciones; niños huérfanos con padres vivos, como dicen los psicólogos; maltrato de todo tipo, malos ejemplos y un largo etcétera. Por los niños al ingresar a los centros escolares, dicen otros; ¿pero los que se encargan de dirigir la docencia son personas marginadas de esta degradación cultural? No existen ni puntos de referencias ni centros de orientación y el cambio cultural requiere años, pero ‘un viaje de cien leguas empieza con un paso '.

Lo primero que debemos hacer es identificar el problema: el derrumbe de los valores éticos de la sociedad y lo pernicioso que eso implica en el accionar de los seres humanos. Si lo vemos así, el segundo paso sería unirnos los que queremos dejarles a las futuras generaciones, al menos, semillas de valores. Si la indiferencia, el oportunismo, la bobolización y el temor continúan siendo nuestros patrones de conductas, entonces, queridos lectores, esperemos con alegría la hecatombe que está a la vuelta de la esquina.

Cuando la corrupción socava cimientos y razones

Que el nombre de un panameño aparezca ligado al megaescándalo ‘FIFAGATE ' debe necesariamente llamar la atención de quien incluso no practica un deporte en particular. El anuncio de la fiscal estadounidense Loretta Lynch, acusando al expresidente de la Federación Panameña de Fútbol, Ariel Alvarado, de ser un corrupto en el ejercicio del cargo, echa por tierra muchas de las cosas importantes que nos fueron inculcadas por nuestros mayores. De jóvenes, se nos enseñó que había que ser ‘noble y justo ' en cualquier escenario de la vida, y que en el deporte en particular, la norma de ‘jugar limpio ' estaba por encima de cualquier resultado. Se nos dijo que hay que resistir la tentación de la trampa para ganar; y que un triunfo al margen de las normas constituye una conducta vergonzosa e inaceptable. Y esa sensación es la que nos queda, tras esta acusación contra el exdirigente del fútbol nacional. Todo lo inculcado se va por la borda en un santiamén, tan solo con que un dirigente deportivo de nuestro país haya ensuciado con sus acciones en beneficio propio todo aquello por lo que se trabaja con la niñez y la juventud panameñas: formar individuos correctos, que ejecuten acciones correctas. Una vez más, queda claro que la dirigencia deportiva en nuestro país necesita revestirse de un manto de honestidad y credibilidad muy por encima de las pasiones y el personalismo, propios de los dictadores y de quienes han usado el deporte para beneficio personal. Ya un expresidente del Comité Olímpico de Panamá fue señalado por vender entradas de forma ilegal en una Olimpiada… hoy, otro dirigente nos salpica con su proceder.

Punto de partida

De una inmensa mayoría de la población surge el clamor de que Panamá necesita, con urgencia, una reforma constitucional. Entendemos que la Constitución debe ser un conjunto sistemático de normas, organizadas de manera coherente, con estructura jurídica que responda a las necesidades sociopolíticas actuales de la nación.

La nueva Constitución, de forma enunciativa, debe contemplar una clara definición de las atribuciones de los tres órganos del Estado, evitando la concentración de poder en uno de ellos, estableciendo claros y definidos mecanismos de colaboración entre estos, lo que institucionalizaría un verdadero sistema de pesos y contrapesos, y limitaría el ejercicio del poder político absoluto.

La actual Constitución, al regular el funcionamiento de los tres órganos del Estado –supuestamente en armónica colaboración– resulta gravemente insuficiente. Estos poderes deben ser los verdaderos garantes de nuestra institucionalidad democrática, sin embargo, el excesivo presidencialismo que han arrastrado nuestras constituciones permitió, en la época de los militares, posterior a esta y en el quinquenio pasado, el desmedido enriquecimiento ilícito, a costa del saqueo de las arcas del Estado.

Es evidente que la desconexión entre el poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial resquebraja la institucionalidad, pues su fortaleza depende de la honestidad individual de quienes adelantan sus gestiones. No así de normativas constitucionales enunciativas y legislación correspondiente que salvaguarden la legalidad y aseguren, con agilidad, el castigo de quienes la quebranten.

Las reformas constitucionales de 2004, a nuestro juicio, quedaron inoportuna e irresponsablemente cortas, debido a las presiones políticas; presiones que impidieron se le diese reconocimiento al aporte del proyecto constitucional elaborado por la Asociación Panameña de Ejecutivos de Empresa (Apede), presentado, en tiempo oportuno, a la Asamblea Nacional. Este proyecto constitucional, cuya elaboración tomó tres años de minuciosa e intensa labor, mantiene vigencia al día de hoy, pues su contenido, en gran parte, es trascendental y pertinente.

Prestigiosos juristas de nuestro país tuvieron la oportunidad de analizar y discutir este documento, en el foro “Proyecto Integral de Reformas Constitucionales”, organizado por la Comisión Jurídica de la Apede, en agosto de 2004, que tuvo una efectiva y positiva acogida por parte de los participantes, entre ellos: Mario Galindo, Carlos Bolívar Pedreschi, JoséÁngel Noriega (q.e.p.d.), José Javier Rivera, Rigoberto González Montenegro y Salvador Sánchez; además de reconocidos miembros de la sociedad civil como Stanley Muschett, Roberto Brenes y José Galán Ponce (q.e.p.d.), cuyos, valiosos aportes fueron incorporados al documento.

La discusión y el análisis, con miras a reformar la Constitución no pueden seguir postergándose. Hay que atreverse a llevar un diálogo, sin precondiciones, con el único norte de rescatar la institucionalidad y fortalecer la democracia.

Sugiero a quienes genuinamente tengan interés en el tema, y, en particular a los componentes de la sociedad civil, que se acerquen a la Apede y soliciten copia del documento. Este, a mi juicio, sería un excelente punto de partida.

Cuando la justicia fracasa

La justicia es, por definición, la encargada de armonizar las relaciones humanas. Hacia ella se acude para que dirima los múltiples conflictos que se dan en el seno de una sociedad. Debe ser imparcial y tratar a todos por igual, sin importar su estatus económico, su afiliación política, su raza o sus creencias. Sin embargo, cuando empieza a agrietarse y a sancionar a la gente por los mismos delitos de manera diferente, se va creando en al ambiente una sensación de inequidad, lo que aunado a la frustración de la gente, al sentir que sus problemas básicos no son atendidos por los que dirigen el Estado, se corre el peligro de que las confrontaciones se resuelvan al margen del Estado, con grandes dosis emotivas, de manera que se percibe que todos son enemigos de todos, lo que ya está creando una sensación de enemistad entre la población, como si cada uno fuera su adversario. Vemos a diario que estamos resolviendo nuestros problemas de manera violenta, sin ningún intermediario autorizado. De continuar el concepto de ‘tomar las justicia por sus manos ', se vivirá en una sociedad sin ley ni orden, con lo que la inseguridad arropará a todos por igual. El Gobierno tiene la responsabilidad de resolver este caos, pero no reprimiendo a la población, sino dando las mejores soluciones para que prevalezca la paz.

Magistradas en la CSJ

En Panamá, la justicia al más alto nivel la representan nueve magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ). Hasta ahora, su labor ha sido duramente criticada por la sociedad en función de resultados no esperados como: justicia tardía y selectiva; otorgamiento de habeas corpus, según la víctima o victimario; gran cantidad de personas detenidas, sin cargos debidamente formulados; además de que dos magistrados fueron señalados por corrupción y violación de las leyes y tuvieron que dejar sus cargos.

En nuestra sociedad prevalece el orden social patriarcal-machista sobre el matriarcal-feminista. Al hombre se le forma para ser cabeza, líder, controlador. Él manda, toma decisiones y hace uso de la fuerza bruta (con frecuencia) para la solución de problemas, sea en su casa o en su entorno laboral y social. Meditar y analizar los pros y los contras de hacer o no algo violento, no cuenta en la mente de muchos hombres.

En cambio, a la mujer se le educa para ser pasiva, sumisa, tolerante, conciliadora y subordinada. Para que ceda ante la insistencia, más como persona de paz que guerrerista. Se le mentaliza como un objeto de belleza física (decorativa). No obstante, son de mente abierta e inclusiva en temas como homosexualidad, aborto y otros cambios sociales importantes.

Evidencias de esta caracterización de la sociedad lo vemos en los siguientes hechos: en los 100 años de república, Panamá solo ha tenido a una Presidenta; hasta ahora ninguna magistrada de la CSJ ha sido acusada ni condenada a prisión; en la cárceles hay 14 mil 320 hombres y solo mil 37 mujeres, lo que representa el 7% de la población penitenciaria (2014); se registra un promedio anual de 26 feminicidios; las estadísticas universitarias muestran una mayor matrícula femenina, por consiguiente, mayor número de profesionales del sexo femenino; las bandas o pandillas están integradas solo por hombres y, en el uso de drogas ilícitas, hay más drogadictos que drogadictas.

En este contexto, a pesar de que en el Órgano Judicial hay un alto porcentaje de participación de mujeres juezas, al igual que en otros puestos directivos, en los cargos de mayor poder judicial su participación en escasa y casi nula su contribución. Esto ocurre porque la designación de esos cargos queda en manos de presidentes que consideran que los hombres se desempeñan mejor. Ya es hora de valorar la trayectoria de paz y justicia que la mujer ha demostrado, para hacer posible que ellas ayuden a cambiar nuestra sociedad violenta por una más pacífica.

Un proceso inédito digno de aprobación

El listado resultó variado e interesante: profesionales con trayectorias meritorias dentro y fuera del Órgano Judicial.

Docentes, investigadores, escritores, creativos, inspiradores, eruditos, de mentes reflexivas, enérgicos, litigantes dedicados al ejercicio privado o a la judicatura, asesores jurídicos, personas con capacidades organizativas y administrativas demostradas, de criterios independientes, no sumisos, con formación ética sin manchas comprobadas, con sanas ambiciones personales, oriundos de la capital y de varias provincias, con edades entre los 42 y 66 años. Todos orgullosos de sus logros en sus carreras hasta este momento. Las entrevistas completas aún se pueden ver en YouTube.

Solo dos de los que se presentaron a la faz del país serán seleccionados para integrarse a dos salas distintas en la Corte Suprema: uno atenderá litigios entre civiles y el otro, controversias con el Estado y asuntos laborales. Pero como integrantes del Pleno, ambos también atenderán asuntos que involucren la interpretación de la Constitución; de ahí que se les cuestionara sobre temas como los derechos humanos y el debido proceso.

Además de conocer lo que cada aspirante pudiera revelarnos sobre sí mismo, la consulta pública sirvió de ejercicio docente que ventiló las crudas debilidades y falencias del Órgano Judicial, vistas desde adentro. Una, el retraso en poner en ejecución una Carrera Judicial que brinde estabilidad e independencia de criterio a jueces y magistrados, cuya interinidad en muchos casos se traduce en sumisión por temor a represalias de instancias superiores. Otra, la mora judicial por falta de recursos humanos, económicos y físicos, sin olvidar los arcaicos procedimientos judiciales que claman por modernizar el sistema desde su raíz. Peor es la dejadez de algunos jueces y magistrados que se limitan a ‘autografiar ' resoluciones concebidas totalmente por sus subalternos.

El proceso de consulta ha sido altamente educativo y debe ser visto con ánimo positivo. No entiendo cómo se pretende demeritar con aseveraciones gratuitas como aquella de que de antemano hay ‘ungidos ', esparciendo un rumor que es imposible de probar. Solo tendría como lógico propósito perjudicar las aspiraciones de los candidatos aludidos y, en caso de que efectivamente fueran los escogidos por sus méritos, significaría un despropósito que en nada ayudaría al objetivo perseguido de reparar la maltrecha imagen actual de la Corte Suprema.

Tampoco entiendo las objeciones lanzadas contra otros grupos —organizados o no pero compuestos por ciudadanos de este país— que también pretendan emitir opiniones sobre los candidatos conocidos. Todos los ciudadanos tenemos derecho a opinar, sustentando nuestras conclusiones a sabiendas de que la decisión final recae exclusivamente en el Ejecutivo. Quien posee la autoridad no podrá distanciarse de las consecuencias de su decisión —buena o mala— y considero el deber de todo ciudadano comprometido aportar opiniones razonadas en el camino correcto.

El proceso de selección no ha concluido aún. A la Asamblea corresponderá investigar a profundidad los méritos manifestados por los nominados que le serán remitidos para su ratificación y sería lamentable que los diputados repitan la inveterada costumbre de limitarse a comprobar los requisitos puramente formales que nada dicen de la capacidad técnica, trayectoria, fibra moral, transparencia, compromiso con la justicia y con los derechos humanos de cada candidato. Cada uno ya ha anunciado sus méritos, pero ahora se trata de investigar a fondo la certeza de las aseveraciones que cada uno expuso ante la comisión designada por el Ejecutivo, no porque se dude de su veracidad, sino porque es necesario un sello de aprobación nacido de una investigación independiente, que sea garantía razonable de que no volverán a suceder tristes episodios como los ya conocidos. La Comisión de Credenciales no puede rehuir su responsabilidad.

El respeto en la política

Presidente, en reiteradas ocasiones usted ha exigido respeto, por lo general, debido al reclamo de los ciudadanos que reivindican una legítima necesidad ante el Gobierno. Esto deja entrever que usted cree pertenecer a una casta privilegiada, a la que el pueblo debe un respeto reverencial. Olvida que vivimos en un régimen republicano –en el que los ciudadanos somos iguales– y democrático, y que el presidente –como servidor– es quien le debe respeto al pueblo.

El respeto se basa en el mutuo reconocimiento de nuestra igual dignidad, como miembros de una comunidad humana, de la que depende nuestra vida y en la que cada uno asume y cumple con un papel concreto y diferenciado, que nos permite a todos sobrevivir y vivir mejor. Un médico cura, un maestro enseña, un obrero construye, un agricultor produce, un científico innova, un artista crea, etc., cada uno es respetado en la medida que contribuye, según una función libremente determinada, al bienestar colectivo.

Este respeto no es incondicional, lo pierde quien incumple su papel ante la comunidad y pone en peligro la vida, en un sentido material y espiritual, de todos. En la política democrática, el pueblo (como soberano) le delega poder a un presidente que asume el papel de servidor y está obligado a obedecer la voluntad popular, en pos del bien común. El respeto en la política se obtiene al cumplir con el mandato del pueblo, sirviéndole y obedeciéndole con honesta pretensión de justicia, como su deber ante la comunidad.

Pero, el político se corrompe cuando se cree dueño y centro del poder; cuando piensa que él es el soberano a quien el pueblo debe someterse. El presidente corrupto, en vez de servir, busca servirse del pueblo, y gobierna no como un deber, sino como un favor que le hace a sus “súbditos”, quienes deben agradecerle y rendirle pleitesía.

No, presidente, nosotros no le debemos ningún respeto. ¿Por qué? Como político, dirige un gobierno corrupto, que al igual que los anteriores, ha utilizado el Estado como un botín, repartiendo sus bienes entre partidarios y empresarios afines; privilegiando intereses contrarios a los de la nación; y causando una precarización y empeoramiento progresivo de las condiciones de vida concretas del pueblo.

El respeto en la política no proviene de la “majestuosidad” de la investidura, tampoco del linaje, clase o cualquier otro privilegio de índole aristocrático. Ni sus antecesores ni usted merece respeto solo por su condición de presidente, al contrario, ustedes son los que le deben respeto a los ciudadanos, y eso se demuestra cumpliendo sus obligaciones. La grandeza del estadista no proviene de imponerse sobre los demás, sino de hincarse para elevarlos.

El papel de los ciudadanos no es ser sumisos ni pasivos, sino críticos y participativos; dispuestos a hacernos escuchar para que se haga la voluntad mayoritaria, y exigir y fiscalizar el uso justo de los bienes que nos pertenecen a todos. Si esto le incomoda, entonces usted se equivocó de vocación. Presidente, respete. Panamá no es su finca, ni los ciudadanos son sus peones. Aquí manda el pueblo y el gobierno obedece.

El éxito está en la educación

Panamá es un país que  como todos los latinoamericanos ha sido absorbido por sistemas corruptos e ineficientes a lo largo de su historia. La sociedad hoy está harta de tanta podredumbre y todos sabemos que la única forma de salir de esta vorágine suicida es a través de la educación. Los 21 años de dictadura no nos enseñaron mucho. Los 25 que van de ‘democracia ' no han podido enrumbarnos en un sistema educativo eficiente. Los ejemplos están a la vista: Delincuencia, corrupción, pérdida de valores cívicos y morales, pobre sanidad, pésimo transporte, pobreza, pobreza, pobreza… De nada sirve que los políticos se rasguen la vestidura, si no hay un esfuerzo real y coordinado entre todos los sectores para revertir este problema. Muchos padres de familia, empero, realizan grandes esfuerzos por poner a sus hijos en escuelas privadas y luego los envían a universidades prestigiosas en el exterior, porque aquí no las hay. ¿Por qué? Sencillamente porque no invertimos en educación y el dinero que invertimos está muy mal administrado. Ya es hora de que las autoridades tomen este asunto en serio. ¿Qué país es el que queremos? La respuesta está en la decisión que tomemos hoy. ¿Será que tendremos alguna propuesta?.

Cobardía o valentía?

La calificación de cobardes a quienes han mantenido una posición de crítica y rechazo a la posición gubernamental panameña. De adscribirse al conjunto de países que niegan en propósitos y hasta en acción al Estado Islámico, no es sensata y de alguna manera es desconsiderada con el nacional panameño. La libertad de expresión es un derecho consignado en la Constitución, y en virtud ello puede hacer uso del mismo el ciudadano, siempre que lo haga con el debido respeto.

Precisamente la decisión gubernamental frente al terrorismo impulsado por el EI, hubo necesariamente que generar la reacción ciudadana. Esa es una actitud valiente y responsable, y de ninguna manera cobarde. No leí un solo artículo de opinión fuera de tono, pero sí sesudos y con verdaderos fundamentos. No percibí animadversión en los participantes en debates públicos televisivos sobre el tema, y muy por el contrario mucho interés por el país.

Justamente, como dice un periodista que dirige un programa en un canal extranjero: ‘El buen hablar está íntimamente ligado al buen escuchar '. Todo Gobierno que se precie de ser portador de la voluntad ciudadana, debe atender con mucho sigilo la voces que se levantan frente a un asunto de interés. El escuchar es una actitud correcta y mejor la de atender el querer del ciudadano.

No creo que, por razones políticas, quienes adversan al actual régimen opten por asumir comportamientos críticos y de descalificación frente la decisión del Gobierno de sumarse a la coalición en contra del EI. Como seguro estoy de que muy en el fondo existen en el actual Gobierno quienes comparten la posición de rechazo a la decisión coalicionista.

Es que la sensatez debe ser la consejera de quienes dirigen el Estado, los cuales siempre deben abrir la audición para recibir con inteligencia y simpatía las voces ciudadanas (de oposición o no) que se emitan con sinceridad y valor. Es mejor hablar alto y claro, que conspirar en la sombra, lo cual sí es cobardía.

Y es que, pese a que las relaciones externas del Estado panameño tienen claramente definida su administración y responsabilidad en el mandatario y en el Ministerio de Relaciones Exteriores, no menos cierto es que siempre deben responder al interés nacional. Y, la decisión asumida frente al caso que nos ocupa, no conduce a resguardar el mismo.

De manera que en esta y en cualquier situación que nos afecte habrá que levantar la voz, independientemente de las consideraciones de cobardía que puedan endilgarse; puesto que eso es actuar con responsabilidad con el país que se precia de democrático, a menos que estemos apostando a formas dictatoriales y de fuerza que puedan ejercerse desde arriba.

Decir lo que se siente no es cobardía; escuchar a un pueblo, sí es valentía.

Significado o el concepto de maestro

El Día del Maestro en Panamá se celebra todos los años el 1 de Diciembre. Es un día en que se honra a los maestros y profesores del país. Panamá fijó esa fecha mediante el Decreto No. 412 del 27 de noviembre de 1959, firmado por el presidente de la República, don Ernesto de la Guardia, hijo y el ministro de Educación Federico A. Velásquez, en honor al natalicio de don Manuel José Hurtado, ‘Padre de la Educación Panameña '.

Con motivo de tan gloriosa y significativa fecha, pienso con Juan José Arévalo, maestro de excelencia (el presidente culto, honesto, capaz y más humano que haya tenido jamás la República de Guatemala). Afirmaba con precisión el Dr. Arévalo: ‘Si el concepto de maestro existiera tal y exclusivamente como florece en el hondo subjetivismo de los que nos sentimos maestros antes de haber querido serlo, no habría en el mundo de las ideas la abierta disparidad que se ha tenido y se tiene sobre el valor genuino de lo que es ser maestro. Pero también aquí, como en tantas y tantas situaciones afines, hay en los otros (en los que no son maestros) un concepto de maestro que flota inconsistente sobre el haz intelectual del mundo y que riñe en acérrima lucha con el otro concepto convertido en fe sincera dentro de las venas del espíritu que surgieron no ya para el aula mural de la escuela sino para el aula más amplia de la vida. Si los otros, si los demás también fueran maestros, no mirarían con ojo torvo lo que nosotros sentimos como intuición vertical y cristalina '.

Desde la antigüedad, maestros, como Sócrates, Platón, Aristóteles, merecieron el respeto y admiración de la gente. Es más, la humanidad, en su forma social organizada lleva ya cerca de treinta siglos de vida; tiempo durante el cual hemos abundado en enseñanzas de toda índole. Para depurarse de vicios, para mantener sus conquistas, para alcanzar mejoras futuras, esa humanidad cuenta con hombres distribuidos en millares de oficios, industrias y profesiones, y cada uno, a su manera, desenvuelve sus actividades para contribuir al perfeccionamiento de la sociedad. Busquemos, pues, en ese enjambre de trabajadores al maestro y definamos su situación.

No podríamos, aun queriendo, confundir el maestro con la multitud de trabajadores del mundo. Insistamos en decir que la humanidad trabaja movida hacia tres fines: depurar sus vicios, mantener sus conquistas, alcanzar mejoras futuras. Pero en este trabajo no pueden intervenir sino los hombres: que los niños incapacitados se hallan de hecho para poner su trabajo inteligente en la magna obra social. Es decir, no pueden colaborar porque todavía no son hombres; he ahí el cuarto fin que preocupa a la sociedad. Hacer de cada niño un hombre, y este oficio eminente, esta insigne profesión de hacer hombres, está en manos del maestro.

Son muchos los educadores que han contribuido al desarrollo de las ideas pedagógicas en el decurso de los siglos (del viejo continente y de los Estados Unidos de América hasta el presente), cuya lista sería largo enumerar. Pero hoy nos importa, por el momento y la circunstancia, hacer mención de los maestros más destacados en América Latina y el Caribe desde el siglo XIX. Así podemos mencionar a Domingo Faustino Sarmiento, quien alfabetizó la nación Argentina; Gabriela Mistral, la maestra de escuela, Premio Nobel de Literatura, chilena; Luis Manuel Prieto, líder de la pedagogía activa, venezolano; Juan José Arévalo, ‘La pedagogía filosófica como guía de la transformación política ', guatemalteco; Agustín Nieto Caballero, pensador de la educación y la cultura, colombiano; Eugenio María de Hostos, dominicano.

Particularmente, en nuestro Panamá, podemos mencionar orgullosamente maestros insignes como Manuel José Hurtado, Octavio Méndez Pereira, Rafael Moscote, Abel Bravo, José Daniel Crespo, Federico A. Velásquez, Miguel Mejía Dutary, Vicente Bayard P., Otilia Arosemena de Tejeira, Sara Sotillo, Diego Domínguez Caballero, Francisco Céspedes, Nicolás Pacheco, Isabel Herrera Obaldía, José Guardia Vega, Félix Olivares C., Ángel María Herrera.

Hoy Día del Maestro Panameño, como fiel recordación de aquellos educadores del pasado, saludo a mis colegas, pensando en Panamá y su futuro a través de la educación.