Política sin arreglo ético (corrupción)…
La corrupción es la acción ilegítima que, desde la esfera pública, evade procedimientos, extrae recursos estatales, asigna ventajas, hace inocua la Ley; en suma, influye indebidamente en la toma de decisiones públicas. Obviamente, hay ilegalidades administrativas que resultan de la deficitaria competencia técnica del funcionario. De esto se sigue que, en el cabal ilícito administrativo, hay una intencionalidad para que el entuerto fluya con apariencia de que la racionalidad administrativa sigue intacta.
Por ello, el funcionario corrupto es un gran simulador que se encauza a crear la ilusión de que el sistema no es vulnerado. Es evidente que tratándose de la corrupción en los niveles bajos del sistema, el cohecho, por ejemplo, es un evento burdo y simple. Pero, allí donde la corrupción es más insidiosa y más ingentes son los recursos económicos sustraídos del ‘pesebre del Estado', resulta que es más complejo y sutil el ilícito. Pues, dada la magnitud de la defraudación, la corrupción busca hacerse solapada y parecer legal. Aunque, si la corrupción se da en fases de hechura de ‘normas' con difusas sanciones al modo de la ‘lex simulata', pueden aspirar, quienes sustraen dineros públicos, a que la expoliación sea ‘legal', es el caso de la divagante normativa ambiental o de los fondos discrecionales.
Un rasgo originario de la burocracia es la competencia técnica; y, justamente, este atributo le justifica, pues el funcionariado especializado confiere racionalidad a la administración. De allí que Weber afirmara que ‘la burocracia es a la administración, lo que es el arado de bueyes a la agricultura mecanizada'. Por ello, la influencia ilícita en la toma de decisiones públicas daña esencialmente la gestión, porque diluye su racionalidad y genera desconfianza ciudadana en las instituciones. De este modo se menoscaba lo que es el crédito de un sistema político: la legitimidad; y con ello se degrada el estándar democrático y se debilita el orbe institucional.
Dado que en la corrupción interactúan un sujeto que es corrompido y quien funge como corruptor, cabe afirmar que confluyen los siguientes factores que crean un clima propicio para el cohecho, peculado y nepotismo: déficit ético en la sociedad y en el sistema; normativa con ingentes lagunas; adhesión perversa a dos bienes: poder y dinero; y, percepción general de impunidad. Así pues, la corrupción se institucionaliza, se afianza en el tiempo y tiende a desmoralizar los cuadros impolutos que se resisten a las ilegalidades administrativas. Consecuencia de ello es que terminan defraudadas las expectativas de buen gobierno, mediante una gobernabilidad quebradiza favorecedora de que el cohecho sea el nervio de las transacciones comerciales.
La salida de tal situación es de antiguo conocida: castigar la corrupción, y no solo en la figura de antagonistas políticos, puesto que esto anularía la igualdad ante la Ley; se trata de un cambio de marcha jamás promisorio, si a las capacidades técnicas de los funcionarios no se le suman infaltables aptitudes éticas, y la sociedad cese de exigir arreglo ético en la administración pública y en el desempeño de funcionarios de todo nivel.