Se necesitará un nuevo partido político en Panamá

La sociedad panameña ha visto cómo los partidos políticos se han ido agotando. Prácticamente han desaparecido ideologías y grupos con alguna definición programática. Pareciera que todos han sido cortados con la misma tijera. Eso es preocupante para el país, como lo fue para Venezuela hace 17 años, cuando tantos cuestionaban los partidos y abrieron la puerta para que se colara un demagogo, neocomunista y corrupto como Hugo Chávez. El problema es que son pocos los que ven posibilidades a que sean lo que en algún momento de su historia fueron.

En una ocasión, ya alejado del Partido Popular, antes el glorioso PDC, me invitaron a un encuentro con un viejo amigo, el expresidente de Chile, don Patricio Aylwin, el primero después de la dictadura de Pinochet. Casi al final, a pregunta de él sobre el porqué un partido que había sido tan grande como la DC en 1989 se había reducido a su actual dimensión, contesté llanamente: ‘Dejamos de ser diferentes y ahora nos parecemos a todos los demás'. Usé el ejemplo del partido CD de Martinelli, diciendo que solo teníamos que poner las letras al revés, DC, y éramos la misma cosa. Un partido dominado por un pequeño grupo solo interesado en lo mismo que los demás: prebendas políticas.

En Panamá no hay partidos políticos sino grupos de interés que se han unido para llegar al poder. No hay ideas concretas; menos planes de Gobierno reales, que solo se hacen para que poca gente los lea en los suplementos incluidos en algún periódico, pero que después de ganar se guardan en una gaveta que nunca más nadie abre. No hay concordancia en lo que se dice y promete y en lo que se hace una vez se llega al poder. Hemos regresado al pasado donde grupos económicos poderosos trazaban el futuro del país.

A los viejos partidos PRD, Panameñista y Demócrata Cristiano se les agotó la mística que un día tuvieron ni se diga de Cambio Democrático, creado a imagen y semejanza de una persona. No se sabe si son de Gobierno o de oposición, como es el caso del PRD desde el periodo pasado que se repite en el presente con el ‘pacto de gobernabilidad' con Varela que hasta en embajadas y notarías hay gente de ese partido nombradas y una buena cantidad de sus afiliados tiene puestos en la Asamblea o en el Gobierno central.

En el Gobierno de Martinelli, a los que se cambiaban de partido les decían ‘tránsfugas'. Ahora, aunque no se cambian, no son ni chicha ni limonada. Curiosamente, lo malo de antes se tolera ahora sin problema alguno. Lo que se proyecta de los diputados, con escasas excepciones, desdibujan su independencia y el trabajo real de fiscalización que deben hacer.

El futuro no es para nada halagador, porque para 2019 no se presagia cambio alguno. Todo indica que las cosas serán peor, porque cada día el descaro es mayor. Eso de lealtad partidaria y luchar por el bien común ha desaparecido casi que por completo. Todo se concentra en cuánto poder se logra tener: consulados, familiares nombrados, contratos y cómo beneficio a los que me ayudaron en campaña, para que me vuelvan a apoyar.

Ya ningún partido puede exhibir que tiene capacidad para motivar y congregar jóvenes. No tienen atracción alguna para nadie que no sea conseguir un puesto dentro del Gobierno. No hay mística, no hay principios; eso de la ética y la moral en la política es para los tontos o soñadores. Simplemente no hay líderes a quienes seguir como los tuvo el PRD con Omar Torrijos y el mismo Panameñismo con Arnulfo Arias y la Democracia Cristiana con Ricardo Arias Calderón. Tampoco la izquierda criolla, vinculada internacionalmente a proyectos fallidos y corruptos como el de Chávez y Maduro en Venezuela, muestran ningún liderazgo sólido.

¿Será el momento de crear nuevos partidos que le den cabida a gente valiosa como los que integran MOVIN? ¿O sería mucho pedir a los actuales dirigentes políticos que se percaten del despeñadero al que su egoísmo y falta de visión política están llevando al país? No tengo aún la respuesta, pero de seguro que muchos coinciden en que el país va por muy mal rumbo, sin brújula alguna, con gobernantes que no consultan y se creen autosuficientes, con la justicia envuelta en el más profundo estercolero y la Asamblea Legislativa totalmente plegada al Ejecutivo, sin entender cuál es su verdadero rol.

Humillados y ofendidos

No se trata de una crítica a la obra del gran novelista ruso Fiodor Dostoievski. Se trata de la reciente elección de los dos magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), Cecilio Cedalise R. y Ángela Russo de Cedeño. Es evidente, el presidente, Juan Carlos Varela actuó, de forma honesta y cuidadosa, pues ambos magistrados, de acuerdo con todos los exámenes que realizaron, gozan de la calificación de excelentes. No obstante, aún persiste la inquietud del pueblo panameño que desconfía de la integridad de los nueve magistrados del poder judicial.

Esta inconformidad crece al punto de que ese poder ya no goza del respeto de la ciudadanía. Considerando que ha perdido credibilidad, y que a esto se añade la presencia de un Órgano Legislativo totalmente desprestigiado, a los panameños nos preocupa mucho el futuro del país.

Cuando hablamos de democracia pensamos en tres poderes, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. La forma como se elige a los miembros de la Corte Suprema en Costa Rica es diferente. En aquel país, los miembros de la Corte Suprema son nombrados por la Asamblea y se exige la aprobación de dos tercios de los miembros. En Panamá los nombra el Presidente de la República, con el aval de la Asamblea Nacional. Esto significa que la elección de los magistrados de la CSJ está en manos de funcionarios políticos.

En Europa, para acceder al Tribunal Supremo de Justicia los magistrados son elegidos por el propio poder judicial. En España e Italia tienen una liga de jueces y magistrados que selecciona a los jueces y magistrados con las más altas calificaciones.

En Estados Unidos, el poder judicial está al mismo nivel que el Ejecutivo y el Legislativo. Acceder al Tribunal Supremo de Justicia de Estados Unidos solo lo consiguen los que poseen las más altas calificaciones otorgadas por la liga de los jueces y magistrados. Ellos les presentan al presidente los jueces o magistrados con más altas calificaciones para su designación como miembro del Tribunal Supremo de Justicia.

Por lo anterior, considero que nuestros funcionarios judiciales están siendo humillados y ofendidos. Es imposible no pensar que la más cara aspiración de los jueces y magistrados sea acceder a la CSJ. ¿Cómo quedará su moral cuando se les cierra la puerta para su ingreso a la CSJ y ven que otros profesionales, que no pertenecen al poder judicial, son elevados a las más altas magistraturas?

Es evidente la frustración entre esos funcionarios que han dedicado toda su vida a servirle a la justicia. Estamos creando una generación de jueces y magistrados frustrados, porque contemplan cómo el poder judicial es pisoteado por la política irresponsable de nuestro país. Un poder desmoralizado en el que el hampa y la delincuencia actúan de manera incontenible, verdaderamente nos debe preocupar.

Y si la forma de seleccionar a los magistrados es humillante, otra situación muy grave es establecer el término de 10 años de ejercicio, porque esto los hace aún más vulnerables a los políticos. Es así, porque los funcionarios de judiciales son de carne y hueso.

No comprendo por qué se fija un término de 10 años para permanecer como magistrados de la CSJ. Es evidente que si el período de los magistrados fuese a perpetuidad –como ocurre en los países del primer mundo–, nuestros políticos temblarían ante ellos. Estaríamos, como en España e Italia, donde sí se respeta y se le teme a la justicia.

Esto lo comprenden nuestros políticos criollos; ellos saben los problemas que le ocasionó un juez al propio expresidente estadounidense Bill Clinton por sus intrigas con una secretaria. Qué diferencia con nuestros políticos, que no pueden disimular una sonrisa burlona cuando los citan las autoridades judiciales.

Nuestra graciosa Constitución de 1972 establece el término de 10 años para el ejercicio como magistrado de la CSJ, término totalmente absurdo.

Parece ser que los intereses personales privan sobre un poder judicial fuerte y poderoso, que es lo que se necesita en este país. Es necesario impedir que la justicia siga en manos de los políticos corruptos, como ocurre hoy día en Panamá.

Reitero, en los países del primer mundo estos nombramientos son indefinidos o perpetuos. Por esto, es absolutamente necesario que la política valore, en su justa medida, la gran importancia del poder judicial.

Los camarones legislativos son inconstitucionales

En reciente sentencia de la Corte Suprema de Justicia, con fecha de 30 de diciembre de 2015, pero que bajó a la Secretaría General de ese ente el 7 de marzo del 2016, se ha declarado inconstitucional el artículo del Código Penal que sancionaba con cárcel a quien, abusando de su derecho de reunión o manifestación, impida y obstaculice el libre tránsito por las vías públicas. Magistrado ponente: Harley J. Mitchell.

Yo fui demandante en este caso en el 2010. La Corte avaló toda mi tesis.

Criterio de la Corte.

1. Los camarones legislativos son inconstitucionales.

‘Aun cuando pueda argumentarse que integra la tradición parlamentaria en este país la introducción, en el segundo debate, de materia que no tiene sincronía material o conceptual con los temas discutidos en el primer debate, lo cierto es que una máxima esencial es que la costumbre solo tiene validez cuando aquella sea conforme a Derecho.

Por esa razón, que una práctica sea realizada en forma reiterada, no le da una categoría jurídica especial ni asegura su validez, más, si esas conductas son realizadas en abierto desafío a normas esenciales que informan procedimientos a través de los cuales debe concretarse una función de gobierno'.

2. No se puede intimidar para mitigar el derecho de reunión.

‘Siendo así, sería cuestionable, desde la perspectiva constitucional, que pueda patrocinarse restricciones al derecho de reunión utilizando la vía del derecho penal, lo que equivale a una restricción excesiva que se convierte en un serio obstáculo para el ejercicio del mismo, pues no se puede soslayar que la norma penal ejerce un notable grado de intimidación anticipada que evita que la persona pueda realizar determinadas acciones a fin de evitar una consecuencia punitiva'.

Sobre la descentralización de los municipios:

Con motivo del proyecto de ley de descentralización de los municipios, se ha hecho referencia a los bienes inmuebles, y su tributación (causación del impuesto de inmuebles, el reavalúo y, por ende, su repercusión por las tarifas confiscatorias).

Por principio constitucional, hay que precisar dos cosas: Primero, solo por ley formal se pueden crear los impuestos, tasas y contribuciones; y, segundo, la descentralización es un aspecto del derecho administrativo en el que los municipios encuentran su estructura orgánica y funciones, y en el que les está constreñida la capacidad de crear impuestos.

Quizás, ante la debilidad presupuestaria de los municipios algunos pretendieron revolver ambos temas para pescar la derogación de la ley que ordenó los avalúos o reavalúos, y, por otra parte, buscar una fuente de ingresos más segura para los municipios. Lo cierto es que todo ello refleja el poco conocimiento de ambos temas y la poca seriedad de tales pescadores.

Desde todo punto de vista, es evidente que el sistema tributario panameño está caduco y se requiere una renovación, porque no se aguantan más parches reformatorios, improvisaciones ni ensayos y error de la Dirección General de Ingresos (DGI) ni del Ministerio de Economía y Finanzas.

El impuesto de inmuebles es un impuesto real, en el sentido de que su objeto es la cosa inmueble, y no la persona o quien sea su dueño o poseedor. Tampoco se exige legitimidad de título o de propiedad (artículo 763, Código Fiscal). En toda su esencial normativa no se hace referencia a “contribuyente” alguno. De manera que, ante una morosidad, el fisco debe proceder contra el bien inmueble (embargarlo y rematarlo) para el cobro del impuesto, y no contra el propietario y/o sus cuentas bancarias u otros bienes personales.

Es importante anotar que este impuesto, al igual que el resto de la tributación nacional, exige una renovación dentro de un nuevo Código Tributario, que establezca otro sistema, con tasas racionales, ya sea para áreas rurales o urbanas, y reavalúos automáticos de equis porcentaje, cada cinco años (quien no esté conforme con dicho reavalúo, que pida uno específico).

Si se aplica lo anterior, la recaudación de este impuesto será más cierta, ya sea que se destine o no a los municipios.

Ante la posibilidad de que un tributo se vuelva confiscatorio, especialmente para las personas insolventes (o venden para pagar el impuesto o el fisco se los remata, por ejemplo, jubilados o campesinos), cuyo único patrimonio sea su vivienda, hay que establecer una nueva base no imponible del impuesto de inmueble (podría ser de 60 mil dólares), revisable cada cinco años. Así se garantiza la vivienda o domicilio del insolvente, jubilado, campesino o persona de la tercera edad. En estos casos, tal domicilio o vivienda debe precisarse, cualitativa y cuantitativamente, y, además, que sea inembargable.

Es importante anotar que la Ley 6 de 1987 (Art. 1, ordinal 16) que contempla la congelación del impuesto para las personas de la tercera edad y los jubilados, pone la condición de que el inmueble sea su única propiedad, condición que la DGI ha exigido, tozuda y literalmente, desconociendo la finalidad de la ley, de que sea el domicilio o residencia de esa persona. Además, desconoce el hecho social de que muchas de estas personas forman parte de un “ingreso familiar” de sus hijos para que logren, también, la adquisición de una vivienda. En tal sentido, hay que modificar la ley de jubilados para que la DGI cambie de actitud.

Pensamos que, de esta forma, se elimina el peligro de los reavalúos “confiscatorios” o caprichosos, se mantiene la objetividad del impuesto sobre inmuebles y se reconoce la realidad social (económica de la familia y, geográficamente, de inmuebles dentro de los municipios). Espero que algún diputado llegue a leer estas anotaciones.

Una inversión necesaria

La industria turística pasó en pocos años de menos de diez mil habitaciones a casi treinta mil. Es decir, ha crecido dos tercios en los últimos diez años. Hemos hecho importantes inversiones en aeropuertos y en infraestructura hotelera, pero hemos descuidado la promoción. No tenemos una marca país fuerte y mucho menos una política de Estado para incentivar la denominada ‘industria sin chimeneas'. Los empresarios hoteleros están sufriendo este problema que, si bien es cierto también se debe a la recesión económica de varios países, también es debido, en gran parte, a la falta de promoción. La industria turística genera poco más de cuatro mil millones de dólares al año y permea a grandes y chicos. Aunque no lo parezca, genera más que el propio Canal de Panamá que de hecho, también es un extraordinario atractivo turístico. Es oportuno que el Gobierno nacional vea esta industria como una gran inversión para el país y empiece a trabajar de la mano con los empresarios de este sector para desarrollarlo más y fortalecerlo. No solo necesitamos que el aeropuerto de Tocumen reciba a dieciséis o veinte millones de pasajeros al año; necesitamos que tres o cuatro millones de esos pasajeros visiten Panamá. Es hora de meterle mano al turismo, porque así ayudamos a todo el país.

La condena global de un empresario

La reciente sanción penal del magnate Marcelo Odebrecht en Brasil debe ser la llama que encienda el caldero del combate global contra la corrupción, en una Latinoamérica agotada de tanto pillaje de la cosa pública.

Hago especial referencia a la región latinoamericana, porque son pocos los países, pero muchas las intenciones de perseguir judicialmente a quienes deslealmente procuran un beneficio extraordinario o irregular, por el ejercicio del cargo público que desempeñan y la responsabilidad puesta en sus manos.

En nuestro país, alguna que otra noticia se recibe, de forma tácita, cuando la mano de la justicia alcanza a los servidores públicos de mandos medios o insignificantes a nivel de la administración pública. Sin embargo, de forma virtual, por lo menos, la sociedad panameña ha sido testigo de la experiencia judicial, que han tenido algunas naciones de la región, al procesar e incluso condenar a algunos de sus principales mandatarios.

En este sentido, solo por mencionar algunos casos de reciente data, vemos que en Guatemala se está procesando a Otto Pérez Molina. Nicaragua procesó, condenó y luego absolvió políticamente a Arnoldo Alemán. En El Salvador, se investigó, hasta donde la vida le permitió, a Francisco Flores (qepd). Costa Rica ya lleva dos expresidentes condenados judicialmente, Miguel Rodríguez Echeverría y Rafael Angel Calderón. En Brasil, actualmente se puede seguir, a través de los medios de comunicación social, las pesquisas sumariales que se arman en contra de Luiz Inácio Lula da Silva y de su sucesora Dilma Rousseff.

Allí mismo, en esa región del continente, específicamente en Chile, se iniciaron investigaciones penales de familiares íntimamente cercanos de Michelle Bachelet. Y ni hablar de los escándalos al otro lado del Atlántico, en la casa de los Borbón, ni de los procesos judiciales que se desarrollan en nuestro patio y la sonada condena de un magistrado de la Corte Suprema de Justicia.

La manifiesta voluntad general de perseguir los delitos derivados del poder político está relacionada a la mayor participación de la sociedad civil organizada y al empoderamiento de diversos derechos e, irrestrictamente, a una condición de desarrollo de social, intelectual y cultural, que se enfrenta a la difícil situación de crisis económica crónica de la región latinoamericana.

En nuestra legislación el delito de corrupción de servidores públicos es entendido como una conducta atípica, que se desenvuelve entre dos actores, uno activo y el otro pasivo. Dichos roles son intercambiables, en la medida en que sea uno el que ofrezca la dádiva, el beneficio ilegal o la cuestación indebida por parte del servidor público. De forma inmaterial, este es percibido por los medios de comunicación y por la opinión pública, como el responsable indudable del delito de corrupción, omitiendo en la mayoría de los casos al sujeto contrapuesto que requiere este tipo penal que, por lo general, está constituido en un particular, un empresario o un comerciante respetado en sociedad, quien, cual serpiente del Edén, ofrece la mordida de la poma al servidor público.

Entonces, toca reconocer que como un tumor enquistado en nuestra sociedad yace superfluamente una clase de empresarios y comerciantes que rumian la ética de los servidores públicos, para obtener beneficios extraordinarios e ilegales de las funciones derivadas del cargo desempeñado por estos, bajo la égida de una cordura política basada en la hipocresía y la perversión moral de la sociedad.

En consecuencia, la condena del empresario Marcelo Odebrecht, por delitos cometidos en perjuicio del Estado brasileño, es un precedente global y relevante, que tímidamente amenazará a quienes, desde esa posición, pretendan hacerse de capital mal habido, o bien de oportunidades de negocios, con los administradores en ejercicio de la cosa pública. Inclusive de aquellos que pretenden beneficiarse con esta modalidad de delito, a futuro. Es decir, con las donaciones de particulares o empresarios a candidaturas políticas con fines electorales, por sus efectos simulados y objetivos ulteriores, que pueden convertirse en la apología del delito de corrupción, que en nuestra sociedad no debe ser un problema de solución inextricable, si se le exige la transparencia debida a todos los actores que se relacionan con la cosa pública.

La Ley de transparencia se quedó corta

Aunque gran parte de los problemas para la gobernabilidad democrática, el desarrollo humano sostenible y la vigencia del estado de derecho, exigen como medida inmediata e inaplazable la convocatoria de un proceso constituyente, amplio y participativo que, entre otros resultados, empodere a la población respecto a sus derechos y que, además, origine una nueva carta magna, somos conscientes de que el actual mandatario le ha echado tierra al tema, por lo que en el corto plazo no hay visos de cambio.

Sin embargo, hay una necesidad que sí puede ser atendida en lo inmediato, y que podría significar un avance en la senda de mejorar la gestión pública. Hablo de actualizar, ampliar y profundizar la Ley de Transparencia, que data del año 2002, es decir, que tiene 14 años.

Esta ley, sin duda, fue un avance en su momento, pero ha quedado desfasada no solo por el transcurso del tiempo, sino por el grado de deterioro y desfachatez de los encargados de aplicarla y de garantizar su efectividad. En otras palabras, los políticos en el ejercicio de gobierno.

Podríamos enumerar toda una serie de nuevas disposiciones que se podrían incluir en la ley para profundizar su alcance (por ejemplo, extender su aplicación a los partidos políticos y otras organizaciones con proyección pública), pero es fundamental que contemple regulaciones para la rendición de cuentas por parte de las autoridades. Esta rendición de cuentas no solo debe abarcar los temas económicos, además debe establecer mecanismos de control ciudadano, incluyendo un régimen de sanciones por incumplimientos.

La transparencia es fundamental para poder exigir rendición de cuentas, pero sin rendición de cuentas la transparencia se queda en el hecho simple de publicar la planilla de los funcionarios en la página web de la institución o de que exista la posibilidad de presentar habeas data.

Aprendamos del desfalco multimillonario que sufrió nuestro país durante el gobierno anterior, a pesar de estar vigente en todo momento la Ley de Transparencia. Como primer elemento para incluir en la nueva ley, proponemos la obligación de rendir cuentas por parte del Presidente de la República y demás autoridades electas, respecto a sus promesas de campaña, para que así den el ejemplo al resto de los funcionarios, utilizando criterios objetivos para su evaluación.

Si se lograra aprobar un paquete legislativo, con una nueva Ley de Transparencia y rendición de cuentas por una parte, y desempolvando la Ley de participación ciudadana (engavetada desde 2009), por el otro, el pueblo tendría dos herramientas importantes para seguir construyendo un mejor futuro, mientras erigimos las condiciones para un proceso constituyente, realmente democrático y solidario, que nos prepare para los retos y oportunidades del siglo XXI.

Todo sigue igual

Nunca me he llamado ‘feminista', porque no me gusta encasillarme, pero tampoco puedo considerarme ajena a la lucha de género que es mucho más profunda de lo que se ve. La lucha de la mujer va más allá de tener las mismas condiciones laborales que los hombres, a mi consideración, el camino es que el ser humano en su aspecto femenino se sienta como dice la palabra: ‘humano', real, no como un pedazo de carne, como protector del universo, máquina de hacer bebés o la santidad personificada.

Una mujer es un ser vivo con defectos y virtudes, aunque muchos piensen que soy extremista y romántica, para mí en el fondo a la mujer se le sigue tratando de la misma forma o muy parecido a cuando iniciaron las luchas.

Sí, ahora, podemos votar, ejercer algunas profesiones y otras cuantas cosas más, muchos dirán que nos quejamos sin fundamento o que somos unas quejosas crónicas. Hay sinfines de convenios internacionales, leyes nacionales, etc. que durante toda la historia han perseguido la equidad de género, pero me pregunto si esto en realidad se ha logrado.

No sé mucho del tema, pero aún veo mujeres que sufren por serlo, padecen desde las entrañas, en las que se les cocina el cerebro con esa mentalidad absurda de que deben ser sumisas y aceptar todo por amor, por ese ‘amor' que aparece ensangrentado en los titulares con más frecuencia de la que debería, en pleno siglo XXI ser mujer sigue siendo equivalente a ser madre y esposa incondicional, mantener la compostura o la mala reputación que adquirirás en el camino alejará a todos de tu lado.

Sí, yo también me sorprendo de lo mucho que hemos avanzado y me pongo del lado de aquellos que dicen que eso de la ‘lucha de género' es solo para un grupito que no tiene en qué perder el tiempo. Al final no importa cuántos convenios, campañas internacionales o leyes existan, nada cambiará, si seguimos propagando ese gen conformista y degenerativo que hace sentir a las mujeres menos, que sigue creando individuos que no saben negarse y que no se atreven a vivir como quieren.

Después de todo, cada mal tiene su origen y el de este gen es el mismo vector de siempre: la actitud y el hogar.

Un caso que nunca debió llegar a la Corte

Hay varios diputados que fueron electos en las pasadas elecciones generales, pero luego el Tribunal Electoral, tras las denuncias recibidas por supuestamente haber recibido recursos estatales, lo cual les dio ventajas sobre sus rivales, volvió a hacer elecciones en sus circuitos. En la segunda vuelta, varios de estos mismos diputados volvieron a ganar. El Tribunal Electoral luego envió sus casos a la Corte Suprema de Justicia para que los procesase por supuestos delitos electorales, a lo que el pleno de la Corte se negó, por tratarse de delitos que son privativos del Tribunal Electoral. Palabras más, palabras menos, ni el Tribunal Electoral ni la Corte Suprema de Justicia quieren juzgar a los diputados, porque aducen no tener competencia. Este caso sirve de ejemplo sobre una nueva equivocación de los magistrados del Tribunal Electoral. Y es, si los diputados electos por segunda vez cometieron un delito electoral que obligó al Tribunal a anular y a hacer nuevas elecciones, ¿por qué les permitió correr por segunda vez? Luego de la elección, ¿por qué el Tribunal Electoral, a sabiendas del delito, les dio las credenciales que los acreditaron como diputados? O sea, si se hubiese actuado como debió ser, estos diputados hoy no lo serían y en su lugar se les estuviese juzgando bajo la justicia ordinaria. En este caso, la Corte Suprema de Justicia tiene toda la razón en su actuar, porque este caso jamás debió llegar al máximo tribunal.

Un problema de élites mercenarias

“No es izquierda o derecha, la gente va contra las élites”, Marta Lagos, en El Latinobarómetro. Si bien la tesis de Marta Lagos es aceptada, el problema panameño es de élites mercenarias. Estas siempre han alquilado su intelecto al servicio del mejor postor.

A lo largo de la historia, las luchas políticas se han librado entre las élites, por ejemplo, la independencia de las 13 colonias, la Revolución francesa, las independencias de los países suramericanos, la comuna de París y la revolución bolchevique, entre otras.

En Panamá, como ejemplo de esto tenemos: la secesión de la Gran Colombia (1830 y 1840), el Estado Federal, la Guerra de los Mil Días, la separación del 3 de noviembre de 1903, el movimiento Acción Comunal del 2 de enero de 1931, la presidencia de Arnulfo Arias en 1940, la oposición al convenio de bases Filós-Hines en 1947, el deceso de Domingo Díaz y la posterior lucha de los liberales por la cuota de carne vacuna en 1949, el regreso de Arnulfo Arias a la presidencia hasta su destitución en 1951, el 9 de enero de 1964, el golpe de Estado de 1968, y la invasión de 1989.

El 9 de enero de 1964, que marcó nuestro actual destino, es la demostración más clara de la lucha entre nuestras élites. Pero, Nino Chiari, que era parte de esas élites, abrió el camino al nuevo entendimiento y sus decisiones tuvieron que ser aceptadas y, por ello, marcó otra etapa.

Los tratados canaleros de 1977 constituyeron otro momento histórico para las élites mercenarias que, tras la invasión de 1989, han revivido y pretenden adueñarse del país y, por ende, del Canal. El mejor ejemplo es el nombramiento de gente (en la junta directiva de la Autoridad del Canal de Panamá) que nunca se sintió panameña y para la que, por lo tanto, la conquista del Canal era una utopía de los “comunistas”.

Esa gente que menospreciaba la lucha con la frase: “de la soberanía no se come”, y que acogía campañas para desprestigiar la gloriosa jornada del 9 de enero de 1964, aseverando que muchos de los mártires eran “maleantes”, ahora asalta las posiciones por las que nunca lucharon, todos (como intelectuales mercenarios a sueldo), buscan apoderarse de las mieles dulces del Canal.

Por esto, suscribo la opinión de Filemón Medina, secretario general del Sindicato de Periodistas de Panamá, quien pidió reconsiderar la designación y nombrar a un trabajador o a un sindicalista, porque “quienes dieron su vida para que Panamá fuera soberana en esa franja de tierra no fueron los políticos, ni los amigos de los gobiernos oligarcas, fue el pueblo panameño, la juventud estudiosa y nacionalista, los trabajadores, y hoy ninguno tiene una silla en la junta directiva de la Autoridad del Canal”.