Panamá ha recibido golpes recientes que ponen a reflexionar. Desde 1927 adoptó un sistema de constitución de sociedades que le ha prestado un servicio importante a la nación y a muchas personas y organizaciones en el mundo que, aprovechado para propósitos aviesos, especialmente desde la década de 1980, a partir de las operaciones de narcotráfico en Colombia, de la guerrilla, el comercio ilícito de armas, contrabando y evasión de impuestos hoy se mira como sospechoso y sucio.
Desde 1948 se estableció la Zona Libre de Colón como un centro de comercio, distribución y redistribución de mercancías, aprovechando la privilegiada ubicación geográfica de Panamá, que pronto llegó a estar entre las tres primeras del mundo, reduciendo costos y haciendo accesible a los mercados latinoamericanos, principalmente mercancías e insumos que fueron bien aprovechados para el crecimiento económico, desarrollo industrial, comercial, agrario y hasta hogareño de las naciones del hemisferio americano; pero, también, esta fue penetrada por no pocos delincuentes para disfrazar las ganancias derivadas del delito.
El marco legal excepcional de la economía panameña en el hemisferio occidental, que permite la libre conversión de monedas, la circulación del dólar, la introducción y repatriación de capitales, bajos impuestos y tasas fiscales inexistentes o razonables, aunado a la visión del diseño de normas atractivas para la banca, hicieron posible que a partir de la década de 1970 surgiera aquí un centro bancario de primer orden, en el Caribe y las Américas. Este, eventualmente, fue aprovechado por la delincuencia internacional para sus operaciones ilícitas.
Es decir que en los 112 años de existencia que tiene Panamá, como república, aprovechando sus ventajas (con innovación e iniciativa) ha hecho, a diferencia de todos los países de la región y con contadas excepciones del mundo, una nación que sin mayores recursos naturales ni minerales obtiene envidiables ingresos, principalmente, derivados del sector de los servicios o terciario, lo que puede y debe contribuir grandemente a su bienestar. Sin embargo, ha descuidado vigilar que esas facilidades y ventajas favorezcan las actividades legítimas, convenientes para todos, previniendo que las herramientas de que se ha hecho caigan en manos de quienes las utilizan para dañar en lugar de beneficiar y ensuciar, en vez de servir.
Lo menos saludable es que el esquema montado no solo tiene efectos buenos y malos en su propio territorio, sino internacionalmente, y aquellos países que resienten el impacto de las operaciones ilícitas han enfocado su atención en Panamá porque, claro, la sienten como fuente de actividades que les son lesivas, sin descartar, por otra parte, que las que no lo son resultan competencia para sus propias economías.
Hay otros sectores de la economía panameña que pueden llegar a ser blanco de la misma mala imagen que se le ha endilgado, como la marina mercante y el Canal, y el logístico, por ejemplo. A pesar de que cuando todavía les falta mucho por desarrollar, carecerían de vigor para crecer, si no hubiera los señalamientos, en buena medida fundados, que se hacen.
En este orden de ideas, los esfuerzos dedicados a prevenir los efectos nocivos de quienes hacen mal uso del sistema económico de servicios de Panamá, como el establecimiento de una unidad de análisis de riesgos a nivel de la Presidencia, la introducción de medidas que obligan a saber la identidad, fuentes y legitimidad de los dineros de los clientes que requieren de servicios bancarios, profesionales, de bienes raíces y demás, no han sido suficientes ni seguramente, satisfarán plenamente la prevención de las actividades ilícitas que quieran aprovechar sus facilidades. Por ello las naciones que más resienten y envidian su éxito jamás estarán satisfechas.
No obstante, al mismo tiempo, tenemos una oportunidad maravillosa para poner la casa en orden y constituir un ejemplo regional y universal de sólida y admirable institucionalidad. La receta es justicia, una justicia firme, pero serena; estricta, pero sin selectividad; con recursos, pero sin lujos; respetada por imparcial, eficaz, legítima y transparente. Servirá para ordenarnos a nosotros mismos y tener el respeto que nos merecemos en la comunidad internacional. Hemos invocado a la justicia desde siempre, pero ¿la hemos elevado donde debe estar? Nunca.