El discurso y la realidad
Por razones obvias, todos los medios se han ocupado del asunto de la educación y la huelga de los educadores que, al momento de la entrega de este artículo, las diferencias con el Gobierno no habían sido resueltas. Pero el tema de la educación se ha venido discutiendo sobremanera en los últimos años; no solo eso, sino que es un asunto que ya tiene más de treinta y cinco años de estar en el tapete, si nos remontamos a la huelga de 1979 y a los años subsiguientes, por diversos motivos. Pero más recientemente, por las terroríficas deficiencias y los resultados trasladados a la pobrísima calidad de enseñanza, a todos los niveles.
Es de suponer que la población estudiantil de hoy es la que se insertará en el proceso de desarrollo y construcción de la Nación en pocos años. Deberán reemplazar a las capas productivas que irán abandonando paulatinamente los centros de producción y tendrán entonces que asumir la responsabilidad de seguir impulsando al país hacia mejores condiciones sociales. Como andamos en materia educativa, el futuro está en peligro.
Todos los discursos de las autoridades que nos gobiernan siempre se pintan de positivo y promulgan las bondades con que este tiempo de crecimiento económico de alguna manera nos ha favorecido en términos generales. La gente que sigue levantándose a las 3:30 de la madrugada para poder llegar a su puesto de trabajo o al colegio, desde los barrios periféricos de la ciudad y luego sufre las mismas penurias para regresar en horas de la noche, para hacer lo mismo el siguiente día (además del aumento en el costo de los alimentos, los colegios en mal estado, los profesores que no van, el sistema de salud que no la atiende, etc.) oye esos discursos y se persigna. No sabe en realidad qué beneficios este llamado desarrollo económico le está dando.
Hay voces que comienzan a sugerir medidas un poco más retadoras para atender algunas de nuestras deficiencias que, al parecer, ningún Gobierno se atreve a implementar por el costo político inmediato. En un artículo titulado ‘El factor Educación ' que publiqué hace nueve años en este mismo espacio escribí que: ‘Desafortunadamente, no recuerdo a quién escuché proponer la idea de que era hora con el sentido de urgencia debida de suspender todo el sistema educativo oficial por un año. ¿Drástico? No del todo. Cuando nos aqueja una grave enfermedad debemos dejarlo todo y dedicarnos a un periodo necesario de atención, bajo el cuidado de nuestros médicos y planes puntuales de recuperación’.
Los indicadores, año tras año, nos ofrecen el estado del paciente: el sistema está gravemente enfermo y requiere de acciones radicales para salvarle la vida. Esa vida es el futuro y el desarrollo exitoso de la Nación. Cada Gobierno viene con sus expertos y genios que a lo sumo han calmado la ‘fiebre ' que nos aqueja.
Pero si el paciente estuviera curado, no estaríamos discutiendo temas sociales y culturales como: la pobreza en el uso del idioma, el embarazo infantil, las enfermedades de trasmisión sexual en menores y el segmento joven de la población, el analfabetismo funcional, la falta de mano de obra capacitada para atender los nuevos retos de producción y desarrollo, el bajo nivel educativo de los que hacen el intento de ingresar a las universidades locales, etcétera.
El paciente el sistema educativo nacional no pude seguir así: no estamos logrando absolutamente nada. Es de visionarios reconocer que, muchas veces, hay que dar uno o varios pasos para atrás para poder avanzar con nuevos brillos.
Al suspender un año escolar para redefinir el asunto laboral de los maestros, invertir esos millones de dólares con que envían a estudiar inglés en el exterior por ejemplo en nuevos centros educativos y la adecuada reparación de las existentes, con instalaciones modernas y tecnología de punta, permitirá que al cabo de esos doce meses, todos puedan regresar a las aulas de clases a trabajar y aprender por el futuro del país.
Así tendremos un sistema educativo que propicie el mejor clima posible para el desarrollo personal, extensivo en todas las regiones poblacionales del país y que garantizará oportunidades para todos. Un ambiente educacional adecuado y justo permitirá un desarrollo humano más acorde con lo que se vislumbra deba alcanzar este país.