Lo que puede acontecer
Panamá vive ahora absorta en sí misma. Al abrir la caja de Pandora de la perversión del gobierno de Ricardo Martinelli, los problemas son tantos que es difícil mirar a otro lado. El actual gobierno sabe que, por un lado, tiene la obligación de abrir los procesos que permitan esclarecer el monto del desfalco, señalar a los responsables del mismo y, en la medida de las posibilidades del desfallecido Órgano Judicial, llevarlos a los tribunales, y, por otro, le trae buenos réditos de imagen.
Este doloroso espectáculo sería más fácil si Martinelli no siguiera dinamitando la institucionalidad panameña desde dentro y desde fuera. También lo sería, si el nivel de cinismo no fuera tan descarado porque escuchar a la excontralora hablar de “salir por la puerta de enfrente” o criticando los nombramientos del nuevo gobierno solo sirve para confundir más a una opinión pública absolutamente absorta en el lamentable teatrillo de la pelea de gallos en la que se convirtió hace tiempo la política nacional.
La otra cara del sainete es la del rostro populista de Varela, con subsidios, visitas mesiánicas y gestos más simbólicos que reales. Mientras, la ampliación del Canal que un día pronosticó fallida el actual Presidente, camina a trancas y barrancas, y Panamá no mira hacia fuera lo suficiente para detectar las señales que avisan de una posible y profunda recesión.
El periodista y politólogo José Natanson señalaba en estos días analizando el futuro de Latinoamérica y el Caribe: “(…) con un barril de petróleo que hoy cotiza por debajo de los 100 dólares, cuando llegó a tocar los 160, el precio de la soja en caída y el comercio mundial estancado, la región ha superado la etapa de ‘crecimiento fácil’ y enfrenta un panorama más complicado, que se revela tanto en la intuición de que el ‘pico distributivo’ ha quedado atrás como en las mayores dificultades políticas que enfrentan los gobiernos de izquierda para conservar el poder”.
Panamá se juega cierto prestigio diplomático en la Cumbre de las Américas de abril, porque en ella se escenificará la nueva ruta que quieren transitar Cuba y Estados Unidos, pero hará falta mucho músculo político para preparar al país para las tormentas que se avecinan.
El crecimiento sostenido de Panamá se ha basado en una inversión pública desproporcionada y en una especulación inmobiliaria y hotelera que ha generado muchos puestos de empleo, pero que ha creado una infraestructura residencial elefantiásica y que ha encarecido la vida del ciudadano común a niveles insoportables. La realidad es que, fuera de eso, no se ha hecho nada. El sector agropecuario no ha recibido el apoyo necesario para dar un salto cualitativo y el país no produce casi nada. Costa Rica se dio cuenta hace tiempo que tenía que apostarle a sectores estratégicos –como el de las tecnologías– debido a su pequeño tamaño, pero Panamá no ha encontrado aún su nicho de crecimiento sostenible (más que sostenido) y eso es tarea de un gobierno que deberá ser visionario si quiere proyectar el futuro del país a 50 años.
Es evidente que la actual crisis mundial no es coyuntural, sino sistémica. Las turbulencias petroleras o la caída de los precios de las materias primas están golpeando con fuerza a los gigantes del Sur, que tampoco han aprovechado los años de bonanza para desarrollar un sector productivo, y parece poco probable que las economías asiáticas puedan tirar de las latinoamericanas hasta el infinito.
Los asuntos de la política nacional son clave, pero parte del equipo gubernamental debería estar trabajando con intensidad en el proyecto de futuro del país que, necesariamente, debe estar interconectado con la región y con el resto del mundo.
Panamá tiene los mimbres para ese gran proyecto. El polo de desarrollo académico, humanitario y de investigación de la Ciudad del Saber es un gran espacio para el debate y la consolidación de nuevas ideas para este país lleno de posibilidades. La experiencia del sector ecológico en Panamá también debería ser aprovechada para una estrategia en la que la naturaleza no sea esquilmada sino utilizada de forma inteligente para el turismo de calidad y la investigación.
El nuevo año, por tanto, es una oportunidad para que, al tiempo que se reconstruye la institucionalidad, se diseñe el proyecto económico-político del futuro. Pensar el país es un acto de responsabilidad.