Catarsis moral indispensable
Todos los panameños merecían y merecen esa legítima alegría, expresada, con orgullo y con pasión, el domingo de la inauguración de la histórica ampliación del Canal. De norte a sur, de este a oeste, desde todos los rincones, porque se luchó hasta la sangre, por la conquista de ese derecho, esta vez fundido emocional y físicamente en la visión, la ejecución y el sudor nuestros sobre el terruño plenamente soberano.
Allí estaban por decenas de miles, en Agua Clara y Cocolí, muchos de los 40 mil panameños y hermanos extranjeros que forjaron la hazaña con sus manos y su tesón; también los deudos que ofrecieron excelsos sacrificios en las calles durante años, y en la zanja fértil para la gloria y la oportunidad. Presentes, también (con el justo reconocimiento de dirigentes y conciudadanos), la memoria y la presencia de los que visionaron este destino y sus consecuencias trascendentes; los que llevaron a la realidad este sueño realizado; los iniciadores con todos sus ensayos y fracasos; los que lucharon con la sanidad y la ingeniería en sus manos y, además, las altas personalidades y dignatarios hermanos que nos honraron con su presencia. Todos para cantar, emocionados, el himno nacional; para dejar sentir su entusiasmo en cada zumbido de la garganta ronca del Cosco Shipping Panamá y sus remolcadores. Por eso como me apuntaba un exembajador estadounidense, amigo, desde ahora es el verdadero Canal de Panamá.
Es preciso conservar y exaltar ese legítimo ¡orgullo panameño! Desde hace mucho, y aún más recientemente, venimos sufriendo experiencias de dolor y de vergüenza, que inclusive por acciones ajenas vinculadas a los inicios del sueño canalero, empañaron nuestro nombre. Ahora, y en múltiples facetas, a pesar de los incomparables logros obtenidos en la inversión y el crecimiento, somos culpables de las sombras que nos desfiguran.
Entre los muchos legados que nos concedieron los griegos inmortales de la política, la democracia, el civismo, la filosofía y la ética está el concepto de catarsis. Tenemos entre sus afines interpretaciones la de “purificación, liberación o transformación por una experiencia vital profunda”. Esta vibrante manifestación general e irrestricta de orgullo patrio no frecuente debe ser un punto decisivo, una definida ocasión de cambio, para que el pedestal que representa esta exaltación sirva de catarsis moral, indispensable a la honra que merece y exige de todos la República.
Ahora nos toca apurar, con fervor, el paso de la decencia, apegarnos al civismo con convicción, comprometer el diáfano y responsable empeño de la conciencia. Y no solo para lucir bien ante el mundo en busca de su confianza y sus inversiones, sino para fortalecer nuestra autoridad moral, y asegurar el respeto que nos merecemos y que nos lleva a la seguridad y al bienestar sin sobresaltos. Tenemos que cultivar no solo la eficiencia, sino la honestidad. De esa manera protegemos el fruto de tanto orgullo y sacrificio, combatimos la desigualdad y la transparencia. La entrega al bien común hace vibrar la fraternidad con confianza y armonía.
La habilidad política y el retraimiento personal se escudan con frecuencia tras el planteamiento de largas y complejas tareas, ajenas a la asiduidad y al seguimiento esforzado y práctico. El recobro o fortalecimiento de la institucionalidad, a partir de la familia, implican complejos planes exigentes, en los que se diluyen los cortos períodos administrativos, ahogados luego en la tradicional ausencia de políticas de Estado, con inestables y hasta contradictorios programas, como los de educación, agricultura y seguridad.
La tarea no es fácil, pero la tensa situación por la que atravesamos, por diferentes razones, impone una actitud desafiante y definida. Cada panameño tiene que buscar su participación formal frente a los múltiples problemas que encara el país. No se trata solo de soluciones colectivas, que son imprescindibles, sino del envolvimiento personal y el compromiso de conciencia de cada individuo. No podemos seguir jugando a la Asamblea ni deteriorando más el estado moral de la justicia. Se necesita valor cívico para denunciar y enfrentar. Las concentraciones de protesta ante los desaciertos inhiben y causan temor al ciudadano, debilitando la fuerza de la civilidad. No podemos seguir el juego de las concesiones dolosas por más graciosas que sean. No podemos seguir apoyando al personaje político que delinque y que inclusive ha sido denunciado sin sancionarlo con graves perjuicios para el erario público y la satisfacción de las básicas necesidades sociales.
Por más de 20 años, la Fundación Panameña de Ética y Civismo ha venido estimulando una amplia participación comunal en la promoción de principios y valores, a todos los niveles y sectores. También hemos denunciado casos archivados que nunca llegaron a investigaciones ni sentencias o que fueron, después de hechas, retiradas. Hemos llevado por todo el país, con mucho esfuerzo, la voz cívica en la comprensión y participación formal de las elecciones al poder. Hemos propuesto la creación de escuelitas o catecismo de civismo, con la participación de miles de educadores jubilados, y creemos que el uso de cuantiosos recursos dedicados a congresos podría generar resultados positivos. En estos momentos llevamos voces autorizadas a colegios emblemáticos para aclarar los problemas que vive el país. Hay que buscar la efectividad del compromiso y de la acción en la conciencia de cada cual, para que el orgullo panameño y sus logros meritorios no lleguen a perderse.