Trance existencial de los políticos:
¿Hasta cuándo continuará la demagogia y retórica falaz de nuestros políticos? Los últimos acontecimientos en materia política, económica y judicial, nos llaman a reflexionar sobre todo lo acaecido en los últimos 25 años posdictadura. Lo que se criticó antes, ahora es bueno y se disfraza bajo el ropaje del poder, supuestamente democrático. El mal endémico de la corrupción y la falta de compromiso hacia las clases sociales menos favorecidas afecta el desarrollo de todo un pueblo que exige la distribución equitativa de las riquezas, con igualdad de oportunidades y verdadera aplicación de la justicia. No obstante, la seguridad jurídica ha sido gravemente afectada por los escándalos en el Palacio de Justicia Gil Ponce, en donde tres magistrados han sido separados en los últimos cinco años.
A todo esto se suma un debate poco armónico que revive y lacera el dolor de las víctimas de la dictadura, pues en programas televisivos y en las redes sociales se aborda la posibilidad de que se le otorgue el beneficio de depósito domiciliario, por razones humanitarias, al otrora comandante de las Fuerzas de Defensa, Manuel Antonio Noriega. Él ejerció el poder político y militar en contubernio con civiles que aprovecharon la coyuntura del poder de las armas y la realidad de aquel momento, para hacer “negocios”, sumar importantes fortunas poco cuestionadas, y violentar el orden jurídico y constitucional para cometer atrocidades de orden social, económico, político y, sobre todo, contrarias a los derechos humanos.
Hoy, aprovechando el silencio de Noriega, sus exseguidores y antiguos amigos, lo señalan, critican y hasta vulneran sus derechos, con el ánimo de decidir su suerte, pero son solidariamente responsables por haber auspiciado la comisión de infinidad de agravios contra quienes no se ceñían al régimen de la época.
Frente a este contexto, ahora el análisis obligado es preguntar: ¿Cuántos errores, malas prácticas, vejaciones y violaciones a los derechos humanos se han cometido posdictadura, en una seudodemocracia viciada de injusticias sociales, inequidad, corrupción rampante, uso desmedido de los recursos del Estado, justicia selectiva, tráfico de influencias, abuso de autoridad, abuso policial y extralimitación de funciones?
La malas prácticas que se criticaban otrora, persisten en su aplicación y generan el descontento y el repudio ciudadano. La dinámica social solo cambió de actores; así aquella sociedad que vivía lamentables episodios en el periodo de la dictadura militar, sufre ahora una dictadura civil, y los ciudadanos todavía aspiran a vivir en un país equilibrado, libre de ataduras y de los resabios negativos del pasado. Sin embargo, vemos las mismas malas prácticas ejecutadas por quienes han sido electos por el voto popular.
Hagamos un balance y observemos que solo han cambiado los nombres y apellidos, escudados en partidos políticos, junto a un equipo de trabajo integrado por gente que se aprovecha de su posición para cometer actos impropios y saciar su ambición. Todo esto nos debe advertir sobre sus verdaderas intenciones, si intentan volver a postularse a un puesto de elección popular.
El desasosiego que generan las acciones de estos personajes nos mantiene en una vorágine de especulaciones e incertidumbres sobre nuestro destino. La inexistencia de políticas públicas adecuadas más un sistema judicial sometido a constantes escándalos, por su falta de independencia, nos llevará al descalabro. Esta crisis política, económica y social no es más que el reflejo de una sociedad carcomida por las ínfulas de poder, la miseria humana, la ausencia de principios y valores; en la que impera el criticar para descalificar, sin embargo, se hace lo mismo que se critica, peor o de forma disimulada, para no advertir a la ingenua población que confía en los proyectos y promesas de gobierno.
Debemos estudiar la historia para observar que en la administración de la cosa pública los hechos se repiten, porque el hombre, en su afán y búsqueda de mecanismos absolutistas, promueve y genera espacios para establecer ideales, que no necesariamente son en beneficio de los menos favorecidos. Como estudioso de los fenómenos sociales, he de advertir que solo con una adecuada organización y selección del poder político lograremos un relevo generacional equilibrado, con bases sólidas que rompan los paradigmas del oportunismo y el clientelismo. Esto permitirá decidir el futuro de la nación en las próximas contiendas electorales, favoreciendo la generación de políticas públicas que resuelvan la infinidad de promesas incumplidas en lo que concierne a salud, educación, seguridad, ambiente, transparencia, justicia social, igualdad de oportunidades, desarrollo humano sostenible y todas aquellas necesidades que surjan de una sociedad en constante evolución, que demanda una adecuada visión de país.