A 26 años del silencio
La madrugada del miércoles 20 de diciembre de 1989 el ejército más poderoso del planeta invadió la pequeña república de Panamá con el pretexto de apresar a un hombre, el general Manuel Antonio Noriega. Antiguo amigo del gobierno norteamericano y del presidente Bush (padre) desde los tiempos en que dirigía la Agencia Central de Inteligencia, (CIA).
Los dos intentos de derrocar a Noriega, meses antes, fueron consultados con norteamericanos, pero en ambos casos no intervinieron. Ello es otra prueba de lo que el propio Bush dijera después: la invasión a Panamá ya estaba planeada desde inicios de 1989. Solo necesitaban un pretexto, más o menos formal, para ejecutarlo.
Cuatro días antes, el 16 de diciembre, un soldado norteamericano murió en un incidente con miembros de las Fuerzas de Defensa por lo que Bush señala que se están estudiando las opciones, pero ya la opinión pública norteamericana había sido moldeada por los medios de comunicación, para aceptar la invasión a Panamá. Efectos parecidos se lograron en diversos países del continente tras la campaña mediática. Panamá fue un laboratorio para ensayar diversas fórmulas propagandísticas, organización política, campañas mediáticas, penetración insurreccional y campañas de guerra de baja intensidad, para el ablandamiento previo a la invasión militar directa, la ocupación territorial, el genocidio y el Estado tutelado.
Más de 26 mil soldados estadounidenses, además de los 12 mil acantonados en las bases militares en Panamá,provistos de la más sofisticada tecnología de guerra probaron la efectividad de un arsenal nunca antes utilizado. No fue necesaria una declaración de guerra. Pasados los primeros minutos del 20 de diciembre se inició el bombardeo masivo que alcanzó el lanzamiento de más de 400 bombas. El sismógrafo del Instituto de Geociencias de la Universidad de Panamá registró solo en la capital panameña 422 bombas, lanzadas a intervalos de una cada dos minutos. El ejército de Estados Unidos atacó 27 objetivos en todo el país, en varios puntos encontró resistencia de soldados y civiles. Pero era muy grande la diferencia entre invasores y rebeldes.
Extraoficialmente, se calcula que murieron cerca de 80 soldados norteamericanos, aunque solo se reportaron 25 caídos y 324 heridos. Por la parte panameña, los norteamericanos informaron sobre 205 soldados panameños muertos y 100 civiles. No obstante, las organizaciones de derechos humanos de Panamá con apoyo internacional han cuantificado entre 3,000 y 5,000, entre muertos y desaparecidos.
La invasión a Panamá, llamada Causa Justa tuvo como pretexto sacar del poder al general Noriega y preservar la vida de los norteamericanos residentes en Panamá. Realmente, fue un ensayo para las subsiguientes intervenciones norteamericanas en distintas partes del mundo. En Panamá, fue estrenado el bombardero ‘invisible' Stealth F-117 y poderosos armamentos de fuego rápido con detectores térmicos y lasser en los helicópteros Blackhawk, Cobra y Apache A-H 64. También misiles Hell Five, bombas de 2,000 libras, cañones de 30 mm de fuego rápido, fusiles con mira infrarrojas y vehículos Hummer artillados con ametralladoras de alto calibre. Todo este arsenal fue utilizado en la Guerra del Golfo y otras.
Los bombardeos alevosos e indiscriminados a barrios populares como El Chorrillo y San Miguelito dejaron una secuela de dolor, luto e incertidumbre por la pérdida de familiares, vecinos y amigos, muchos desaparecidos, incinerados, lanzados al mar o sepultados en fosas comunes en muchos sitios desconocidos sin registros ni controles. Los daños psicológicos a decenas de miles de adultos y niños que vivieron los estragos de la invasión aún no han sido ni medidos ni estudiados, pero se logran percibir en los comportamientos violentos o anormales vividos meses y años después.
Han pasado 26 años de aquellos tristes acontecimientos y aún no logramos dar respuestas claras sobre esos acontecimientos. Se ha levantado una democracia sobre un cementerio clandestino, sobre fosas comunes y sobre el silencio de tantos panameños que murieron y otros que viven callados. No se puede maquillar el dolor ni promover el silencio. Hay un inmenso vacío, una enorme brecha de injusticia sobre los panameños caídos por la invasión norteamericana a Panamá en diciembre de 1989 y es necesario resolver con el reconocimiento de las cosas por su nombre, antes que tanto dolor fermentado, evadido y ocultado estalle en una irrefrenable iracundia.