Cuando la corrupción socava cimientos y razones
Que el nombre de un panameño aparezca ligado al megaescándalo ‘FIFAGATE ' debe necesariamente llamar la atención de quien incluso no practica un deporte en particular. El anuncio de la fiscal estadounidense Loretta Lynch, acusando al expresidente de la Federación Panameña de Fútbol, Ariel Alvarado, de ser un corrupto en el ejercicio del cargo, echa por tierra muchas de las cosas importantes que nos fueron inculcadas por nuestros mayores. De jóvenes, se nos enseñó que había que ser ‘noble y justo ' en cualquier escenario de la vida, y que en el deporte en particular, la norma de ‘jugar limpio ' estaba por encima de cualquier resultado. Se nos dijo que hay que resistir la tentación de la trampa para ganar; y que un triunfo al margen de las normas constituye una conducta vergonzosa e inaceptable. Y esa sensación es la que nos queda, tras esta acusación contra el exdirigente del fútbol nacional. Todo lo inculcado se va por la borda en un santiamén, tan solo con que un dirigente deportivo de nuestro país haya ensuciado con sus acciones en beneficio propio todo aquello por lo que se trabaja con la niñez y la juventud panameñas: formar individuos correctos, que ejecuten acciones correctas. Una vez más, queda claro que la dirigencia deportiva en nuestro país necesita revestirse de un manto de honestidad y credibilidad muy por encima de las pasiones y el personalismo, propios de los dictadores y de quienes han usado el deporte para beneficio personal. Ya un expresidente del Comité Olímpico de Panamá fue señalado por vender entradas de forma ilegal en una Olimpiada… hoy, otro dirigente nos salpica con su proceder.